Los suelos de la Pampa Húmeda se encuentran entre los más fértiles del mundo. Tanto es así que con la inmigración europea de finales del siglo XIX se produjo una creencia entre los agricultores de que los suelos eran tan ricos que no requerían ser fertilizados para obtener abundantes cosechas.
Esta situación se explica debido a que en Europa los suelos son explotados durante miles de años mientras que en nuestro país las llanuras se encontraban en estado prístino.
La creencia de que no era necesaria la fertilización duró por muchos años -aún hoy encontramos grandes porciones de suelos sin fertilizar- hasta que luego de la revolución verde, la producción agrícola aumentó varias veces la productividad y la extracción de nutrientes, sumado a las pérdidas por erosión.
Para corroborarlo podemos simplemente tomar una muestra de suelo en cualquier campo agrícola y compararlo con sitios donde no se ha producido, tales como sectores en los cascos o debajo del alambrado. Así podremos observar la importante pérdida del horizonte superficial -el más rico- y en algunos casos la pérdida total del mismo.
Así es que debemos entender que producir alimentos no solo es un negocio, sino que también es una gran responsabilidad, tanto por el impacto que tiene en la alimentación de las personas en un mundo que continúa aumentando su población como también en la sustentabilidad de la producción de forma de que podamos continuar produciendo en el mediano y largo plazo.
La realidad es que no basta únicamente con comprobar los beneficios de cuidar al suelo y comunicarlos a los productores, sino que es imperioso generar mecanismos desde el Estado que eduquen, fomenten y estimulen el uso responsable de un recurso estratégico para el país como es el suelo.
Estos mecanismos se pueden encaminar de varias maneras, ya sea trabajando sobre usos y rotaciones en función de la capacidad de los suelos, o promoviendo la aplicación de Buenas Prácticas Agrícolas o estimulando el correcto uso de tecnologías como la fertilización. Todos tenemos alguna responsabilidad sobre la preservación de un recurso natural que, según la FAO, sustenta el 95% de los alimentos que consumimos.