El smog en Mendoza - Por Jorge Sosa

Vivimos dentro de una nube... Y como decía Saint Exupery, lo polucional es invisible a los ojos.

El smog en Mendoza - Por Jorge Sosa
El smog en Mendoza - Por Jorge Sosa

Uno no se da cuenta porque vive en la ciudad y cuando el día está diáfano, cree que la pureza puebla el aire y que da ganas de respirar en estas condiciones, pero si saliéramos de la ciudad para mirarnos con otras perspectivas seguramente descubriríamos algo que nos llenaría de espanto.

Los Caracoles de Villavicencio tienen 365 curvas, 366 en años bisiestos. Si uno se toma el trabajo de subir por ellos, que no es un trabajo sacrificado porque el paisaje es más lindo que Valeria Mazza en body, y en algún momento de la subida se para y mira para atrás habrá de advertir que el cielo que cubre nuestra ciudad es distinto del verdadero cielo. El verdadero cielo es celeste luminoso, tipo bandera idolatrada, tipo lábaro sagrado, ¿vió? y el de nuestra ciudad es un celeste marrón terroso, un celeste sucio, un celeste arratonado.

Hay una nube estacionada sobre nuestras cabezas que no advertimos porque vivimos dentro de ella y como decía Saint Exupery, lo polucional es invisible a los ojos. Cuando uno bucea mucho termina por no darse cuenta del agua.

Todos sabemos que Mendoza está ubicada en un pozo topográfico y ese pozo está relleno de aire contaminado. Los americanos lo llaman smog que quiere decir niebla tóxica. En algunos lugares, como en los aledaños de la calle Patricias o la calle Salta, el aire está tan contaminado que cuando respirás te raspa.

Todos sabemos, como consecuencia de aquellas difíciles clases de química inorgánica, que inicialmente el aire estaba formado por 78% de nitrógeno, 21 por ciento de oxígeno y una yapita de gases nobles: argón, neón, helio, kriptón y xenón y además diminutas porciones de vapor de agua, anhidrido carbónico y polvo en suspensión.

Dije estaba porque ahora debe tener gases de aerosol, distintos ácidos, fluidos cloacales, nubes tóxicas, humo de choripanes, fumigaciones de micros, provechitos, vapor de cloacas, y en una de esas, con suerte, pequeños vestigios de nitrógeno y oxígeno.

Desde hace tiempo se viene tratando de instrumentar un control serio y estricto de los gases de combustión en el centro de nuestra ciudad y el control se ha logrado, lo que tal vez no se haya logrado es lo de serio y estricto. Porque, andando por las callecitas de Mendoza, esas que tienen ese ¡Qué sé yo! ¿Viste?, uno se puede topar con un colectivo que parece estar haciendo un asado en su caño de escape y con leña verde, autos con la patente escrita en números romanos que pasan horadando pulmones, camiones con tanto humo que si uno va detrás del camión no ve el camión.

Nos asombramos de las condiciones de contaminación atmosférica que tiene Santiago de Chile, por ejemplo. Pues, si nosotros tuviéramos en nuestra ciudad los cinco palos de tipos que viven en Santiago tendríamos la atmósfera más cercana peor que ellos, po huom, pero mucho peor, huom.

Usted preguntará ¿Qué vamos a hacer con el choco mientras el choco siga ladrando? Algo vamos a tener que hacer antes de que la respiración sea algo peligroso. Si uno sube los caracoles de Villavicencio y en alguna saliente de alturas se detiene a contemplar la ciudad de Mendoza se va a dar cuenta de lo bella que es, es decir, si logra distinguirla.

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