La sensación de una última vez, de un adiós, de la despedida, de ese futuro terminado antes de comenzar.
Todas esas sensaciones las hemos vivido en algún momento de la vida. Pueden asomarse en nuestra memoria imágenes perfectas de soledad, del desencanto del amor, desilusión sobre los seres humanos … se componen como pinturas en la imaginación.
Tuve hace algún tiempo la oportunidad de leer un libro llamado "Recuerdos de un callejón sin salida", de Banana Yoshimoto, autora japonesa, la cual relata en cinco bre
ves cuentos historias de jóvenes que han sufrido algún tipo de pérdida en sus vidas.
La que sigue es una de las frases más resonantes del libro: “Nunca se sabe lo que puede suceder en el futuro, porque las vidas sin problemas no existen, por lo tanto, no era improbable que volviera a vivir circunstancias parecidas. Sin embargo, la vida transcurría sin que yo me dejara embargar por la preocupación”.
La angustia, la desazón, la impotencia de quien ha sufrido desgracias son emociones cotidianas que las personas vivimos. ¿Qué sentido tienen? ¿Qué nos aporta la incertidumbre o la angustia? Atravesamos la vida con dosis altas de cambios, enfrentarse con la muerte, una enfermedad, etc.
El sufrimiento inquieta, golpea muy fuerte, hace arder el corazón. Sin embargo, estoy convencida de que es uno de los elementos que llevan a la maduración afectiva de las personas, por más difícil y duradero que sea.
Es en esencia saber cómo sobrellevar de forma natural un padecimiento, para aceptarlo como parte de nuestra vida, y luego de ello, crecer como personas aspirando al bienestar.
Mercedes Petri Carbonari
DNI 40.972.865