Para las normas del papado de Francisco, las cosas han estado más bien tranquilas este año. La gran controversia de los dos años anteriores, el debate sobre la comunión de los divorciados y vueltos a casar entró en lo que podríamos llamar un punto muerto, en el que hay obispos de todo el mundo que no están de acuerdo y el papa mismo guarda un silencio deliberado. Un largo acto del pontificado parece haber terminado. La pregunta es cuánto drama está todavía por venir.
El mes pasado nos trajo algo de drama. En rápida sucesión, cuatro cardenales de monta se retiraron del escenario. El primero fue George Pell, que como prefecto de la Economía estaba a cargo de las reformas financieras del papa, si bien era uno de los principales oponentes de la comunión para los vueltos a casar. Él regresó a su nativa Australia para enfrentar las acusaciones de abuso sexual, acusaciones que o representan una revelación culminante en la sombría relatoría de la Iglesia en este asunto, o bien son un signo de que el escándalo de abuso sexual se ha convertido en licencia de cacería procesal de brujas.
El siguiente cardenal fue Gerhard Mueller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la oficina encargada de salvaguardar la doctrina católica. Marginado frecuentemente por Francisco.
El tercer cardenal fue Joachim Meisner, que se retiró como arzobispo de Colonia y que fue amigo de Benedicto XVI por mucho tiempo. Él fue uno de los signatarios de la dubia, un documento público en el que cuatro cardenales le plantearon preguntas a Francisco acerca de Amoris laetitia, con lo que de hecho pusieron en duda su ortodoxia. Él murió mientras dormía, a la edad de 83 años, poco después de que su paisano Mueller lo había llamado para darle la noticia de que había sido despedido del Vaticano.
El cuarto fue Angelo Scola, otro confidente de Benedicto XVI y un importante contendiente para el papado en el último cónclave. Él se retiró como Arzobispo de Milán cinco días después de la partida de Mueller.
Estas cuatro partidas tan diferentes tienen un efecto al combinarse: debilitan la resistencia a Francisco en los escalones más altos de la jerarquía católica. Y plantean una pregunta para lo que queda de su pontificado: Ahora que las filas de la oposición de alto nivel se han reducido y la visión de Juan Pablo II y Benedicto XVI se está eclipsando, ¿hasta dónde tiene pensado presionar el papa?
Está bastante claro que Francisco tiene amigos y aliados que quieren que avance a toda prisa. Ellos consideran el ambiguo cambio respecto del matrimonio y la vuelta a casarse como una prueba de concepto de que la Iglesia Católica puede cambiar en gran variedad de temas, donde últimamente han hecho incursiones y llamados: la intercomunión con los protestantes, el matrimonio para los sacerdotes, las relaciones homosexuales, la eutanasia, el diaconado para las mujeres, el control natal artificial, entre otros.
Y en cuanto a cuestiones litúrgicas, se habla de que el acercamiento del papa Francisco con la Sociedad de San Pío X, el grupo semi-cismático que celebra la misa en latín siguiendo el rito tridentino, podría desembocar en la reintegración de la SSPX y después en la supresión de la liturgia en latín para todos los demás, con lo que el tradicionalismo quedaría confinado efectivamente a la SSPX.
Si hasta ahora el pontificado de Francisco ha sido una especie de revolución a medias, si sus ambiciones de cierto modo se han echado para atrás y los cambios han sido ambiguos, este tipo de ideas haría que la revolución fuera más arrolladora. Eso nos lo dirá el segundo acto de su papado.