Durante algo más de tres semanas el país ha vivido un fuerte sacudón en el mercado de cambios, situación que creó un estado de preocupación, de angustia en no pocos casos, en gran parte de la sociedad. En un país con una larga historia de graves crisis en la relación de nuestra moneda y las divisas fuertes, especialmente el dólar, crisis que se extendían a todo el sistema financiero, la memoria de esos hechos no podían dejarse de lado frente a la escalada del tipo de cambio.
Calmada, al menos por ahora, la situación, es oportuno repasar algunos hechos del proceso vivido en los últimos meses en el país, en particular repasar las causas últimas del problema, que no son otras que el gasto público, el déficit fiscal y el endeudamiento.
Mirando la sucesión de hechos significativos hay coincidencias en los análisis que algunas situaciones políticas internas del gobierno han tenido importante incidencia.
Una de ellas, reconocida por el propio presidente Macri, fue la conferencia de prensa del 28 de diciembre, en la cual el jefe de Gabinete acompañado por los ministros de Hacienda y Finanzas, con la presencia del presidente del Banco Central, golpearon muy fuertemente la autonomía del mismo y la autoridad de su presidente, al anunciar un cambio drástico en la política de metas de inflación que venía desarrollando el máximo organismo monetario. Incluyó ese anuncio un cambio importante en el uso de tasa de interés, principal instrumento de política monetaria, obligando prácticamente en público al Central a bajarla.
La autonomía, confianza y prestigio que había adquirido el Central durante el gobierno de Macri, quedó malherida. Incluso se habló de la posible renuncia de Sturzenegger, su presidente.
Otro hecho que afectó la confianza de los operadores económicos, fue el sorpresivo e inexplicable anuncio del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, de que no postularía a la reelección el año próximo y obviamente abandonaría su cargo de presidente. Tanto la comunidad de negocios, como los mejores analistas políticos, habían ponderado durante este gobierno el rol de Monzó en las negociaciones para que Cambiemos lograra la aprobación de leyes importantes como las reformas previsional e impositiva.
Igualmente afectó negativamente al sector financiero la aplicación de un impuesto a la renta financiera, especialmente de las Lebac.
Se pueden agregar otros sucesos que fueron creando un clima de creciente desconfianza en el gobierno, como el alejamiento de Ernesto Sanz, uno de los artífices de la Coalición, o el paso a segundo plano del ministro Frigerio.
En resumen, la opinión pública percibía un gobierno fracturado, cada vez menos Coalición y más Pro.
En ese contexto político ocurrió la suba de tasas en EEUU y la proximidad del vencimiento de la mitad del stock de Lebac y las dudas de si esas Letras podrían pagarse. Los grandes tenedores de Letras vendieron e hicieron negocio comprando dólares considerados baratos por el evidente atraso cambiario. El gobierno, con un Banco Central debilitado en su autonomía, durante muchos días envió señales confusas o contradictorias sobre el manejo de la situación. Hasta que finalmente encontró el remedio que parece haber surtido efecto: ofrecer todos los dólares que el mercado quisiera comprar y subir la tasa de interés de la Lebac al 40%. Resultado: el peso se ha devaluado alrededor de un 35% desde fines del año pasado y el Central vendió 9 mil millones de sus reservas. En el camino se anunció un acuerdo con el FMI, que se está negociando.
Pero no hay que engañarse: el problema central no es el FMI, es nuestro desmesurado gasto público, un déficit enorme que obliga al gobierno a endeudarse interna y externamente para financiarlo.
A ello se ha agregado un creciente déficit de comercio exterior que reduce la cantidad de dólares disponibles.
Sin reducir en forma contundente estos déficits, con una política económica coherente y clara, es posible que el sacudón se repita.