Carlos Sacchetto - csacchetto@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires
Los que no se interesan por buscar mayores explicaciones, sostienen que Cristina Fernández no se ha hecho escuchar desde el domingo pasado porque está recluida en Olivos acompañando a su hija Florencia Kirchner, quien en estos días la hará abuela por segunda vez.
Sus inquietudes maternales pueden resultar muy comprensibles, pero en personas como ella es inevitable que la política se deje ver en cada gesto, en cada actitud y en cada decisión.
Es por eso que resultan creíbles otros colaboradores de la Presidenta, que admiten que su silencio en público es consecuencia de un fuerte malhumor que arrastra desde hace una semana cuando le informaron los resultados electorales, a lo que luego se fueron sumando otros infortunios.
El primer dato que la hizo reaccionar el domingo por la noche a los gritos y acusando a los santacruceños de desagradecidos fue la derrota de su hijo Máximo en la elección para diputados nacionales de aquella provincia.
Cristina está convencida -y algo de razón tiene- que gracias a la carrera política de la familia Kirchner, Santa Cruz se ha visto beneficiada y con privilegios que nunca otros dirigentes pudieron darle, y que esa es razón más que suficiente para que los voten siempre. Ella cree que aunque fuera por el apellido, su hijo merecía un mejor debut electoral.
Más penurias
El otro gran disgusto presidencial se personifica en Daniel Scioli, a quien hizo candidato a desgano por falta de alternativas sucesorias. En plena campaña, el gobernador bonaerense argumentó que necesitaba abrir su discurso y darle mayor contenido peronista moderado para llegar a los sectores medios de la sociedad.
Cristina aceptó a regañadientes y el kirchnerismo puro de La Cámpora y otros sectores no fueron protagonistas, como tampoco lo fue el candidato a vicepresidente Carlos Zannini.
Había en el oficialismo un convencimiento previo de que ese sacrificio valdría la pena para ganar las Paso con más del 40 por ciento de los votos y asegurarse así el triunfo en primera vuelta.
Pero eso no sólo no ocurrió, sino que el 38,4 por ciento obtenido se convirtió en el motivo que hizo disparar una interna que la jefa del Estado no quería, al menos en esta etapa. Hay ahora un feroz cruce de facturas entre el sciolismo y los kirchneristas a ultranza, que no hace más que agigantar la incertidumbre sobre lo que pasará el 25 de octubre.
El frustrado viaje de descanso a Italia del candidato, cuando su provincia bajo el agua hacía aflorar los graves problemas sociales y de gestión gubernativa, le dio argumentos a la oposición y otra fuerte dosis de enojo a la Presidenta. Para una persona que acumuló tanto poder como para subordinar a casi todos los sectores de la sociedad, no es grato tener que hacer el tránsito de estos dos meses hacia la elección presidencial mostrando signos de debilidad.
Esa situación al sciolismo no le desagrada. En su comando piensan que los kirchneristas en las Paso ya marcaron el techo de lo que pueden aportar, y que todo lo que sumará Scioli de aquí a octubre será propio, con perfil más moderado. Se lamentan además, por tener que compartir campaña y boleta con Aníbal Fernández, pero -resignados-, los creativos ya comenzaron a trabajar en el diseño de las nuevas piezas publicitarias.
En Tribunales
Otro dato perturbador para Scioli, es que el kirchnerismo sigue con la constante de desconfiar del peronismo, del que él no quiere apartarse. La ratificación de que Sergio Massa le saca votos de ese origen al Frente para la Victoria es un argumento que hasta la Presidenta utiliza para cuestionar actitudes del candidato oficial.
Pero hay también otras batallas que agitan los temores de Cristina sobre un final no deseado de su mandato. Una es con la Justicia, a la que dedicó esfuerzos para ponerla bajo su dominio político. No lo consiguió con aquella ley de democratización a la que le puso fin la Corte Suprema, y parece que tampoco lo lograría con la ley de subrogancias, ya declarada inconstitucional por las Cámaras Federales de Buenos Aires y La Plata.
El Gobierno todavía no apeló esos fallos y no se sabe si lo hará, porque está evaluando costos políticos. Si no apela, quedará firme la inconstitucionalidad de la ley, sin demasiado ruido. Pero si esos expedientes van a la Corte, todo hace presumir que ésta volvería a pronunciarse en contra de la intención del Gobierno, en medio de un estrépito político. Sería en setiembre, poco antes de las elecciones, y por eso Cristina lo piensa.