Faltan apenas horas para que Rodolfo Suárez se transforme en el décimo gobernador de Mendoza desde el retorno de la democracia. Será el quinto radical que ocupe el sillón de San Martín, en este caso, sucediendo a un mandatario de su propio partido.
Así, desde 1983, habrá cinco gobernadores surgidos de la UCR (Felipe Llaver, Roberto Iglesias, Julio Cobos y Alfredo Cornejo) y otros tantos del PJ (José Bordón, Rodolfo Gabrielli, Arturo Lafalla, Celso Jaque y Francisco Pérez). Un equilibrio y una alternancia inéditos en el país. Es que, en términos políticos, los mendocinos hicimos de la necesidad virtud.
La Constitución sancionada en 1854 impuso una condición de hierro. En Mendoza no sólo no está permitida la reelección del gobernador y de su vice sino que tampoco pueden sucederlos ningún familiar hasta el segundo grado de consanguinidad o afinidad. Es decir, excluye a sus cónyuges, padres, hijos, suegros, yernos, nueras, hermanos, abuelos, nietos y cuñados. Eso evitó liderazgos mesiánicos, nepotismos y patrones de estancia tan característicos en otras provincias.
También construyó una cultura política mucho más moderada ya que hizo imprescindibles el diálogo y los acuerdos entre fuerzas. Varios de los nueve gobernadores que precedieron a Suárez gestionaron con Legislaturas adversas y eso, más allá de naturales divergencias y lógicos conflictos, en la mayoría de los casos no significó oposiciones sistemáticas que pusieran en riesgo las gestiones oficialistas. En términos culturales esto suele traducirse con la caracterización de “conservadores” para los mendocinos en general. Llevado a la política es habitual escuchar la ironía de que en Mendoza han gobernado “los gansos” (el mote con el que se conoce al PD, el partido conservador de la provincia), los “pero-gansos” y los “radi-gansos”.
Rodolfo Suárez asume con el desafío de continuar políticas con más luces que sombras que deja Cornejo en materia de infraestructura, seguridad, educación y salud. Pero también con la necesidad de mantener a raya el gasto público y la deuda y, sobre todo, de dinamizar la matriz productiva de Mendoza, una de las cuentas pendientes de todos los últimos gobernadores.
Para lograrlo deberá esforzarse para recomponer las relaciones que encontrará complicadas con dirigentes de la oposición y los gremios estatales provinciales. Pero fundamentalmente será clave la relación que logre establecer con un gobierno nacional de distinto signo político. Mendoza es uno de los escasos distritos que quedó en manos de la coalición que, a partir de mañana, será oposición en el país y que hizo ganar a Mauricio Macri, aún en la derrota.
Otra de las rarezas de esta isla mendocina.