Los clásicos no se juegan, se ganan. Las finales no se juegan, se ganan. Y el equipo del Muñeco Gallardo lo hizo otra vez y ante Boca. Otra vez en un partido decisivo, River dejó sin nada a Boca y le tiró todos sus problemas en su instante más dulce.
Como en la Copa Sudamericana 2014, como en la Copa Libertadores 2015, como en esta Supercopa Argentina 2017, el River de Napoleón aplicó al pie de la letra el viejo adagio futbolero y su triunfo no admite lugar para la discusión.
Fiel a su lectura acertada de la estrategia a implementar en los duelos decisivos, mano a mano, Gallardo sorprendió con algunas decisiones que alertaron en la previa.
Enzo Pérez a la izquierda, Nacho Fernández a la derecha y Pity Martínez suelto por delante de Ponzio. El Mellizo no se quedó atrás. Pavón a la izquierda y Cardona -acostumbrado a ser extremo por ese sector- jugaba por detrás de Tevez.
Los primeros minutos fueron de lógico estudio. Aunque en ese andar sereno, Boca estaba mejor en el partido. Enchufado, Pablo Pérez remató de afuera del área y asistió a Pavón en dos corridas que tuvieron olor a gol en el inicio de la supersónica corrida del delantero, pero que terminaron diluyéndose por las desacertadas decisiones del ‘7’.
El punto de inflexión en el desarrollo se dio en el minuto 16. El Millo trabajó la jugada con cambios de frente de izquierda a derecha, Nacho Fernández fue a buscar un centro pasado al segundo palo y con mucha inteligencia jugó por bajo con Pity Martínez, quien pivoteó (hizo una de fútbol de salón), jugó la pared frontal con Nacho Fernández y cuando iba a rematar Cardona lo tocó de atrás. Loustau no dudó: penal que el Pity Martínez ejecutó con clase a la derecha de Rossi.
Fue un golpe psicológico para el Xeneize, un mazazo que dejó grogy a los del Mellizo y agrandó al Millonario. En un abrir y cerrar de ojos, Boca se encontraba abajo en el marcador y abrumado en su apuro. Nervioso, en lugar de jugar, entró en el terreno de los reclamos superfluos.
Ausente Tevez, solitario Cardona, intermitente Pavón y erráticos los laterales, Boca fue una sombra del equipo ofensivo que suele ser en la Superliga. El juego (y el fuego) sagrado que pedía la finalísima no aparecían y, para colmo, Fabra, Nandez y Barrios cargaban el cartón amarillo.
Es cierto que Boca tuvo más tiempo la pelota que River, pero no era los suficientemente profundo para lastimar a un adversario que achicaba espacios y cerraba los caminos. El desgaste mental y físico era de Boca. River dosificó energías para salir rápido de contra. Como lo había imaginado y diseñado Napoleón Gallardo, la final estaba a pedir del Millo.
El campeón del último torneo argentino tuvo un comienzo de complemento rápido y furioso. Y antes de los 5 minutos, Armani demostró porqué Gallardo insistió tanto en sumarlo. Primero con un manotazo que pegó en el travesaño ante el remate de Pavón, y luego para meter la mano justa a un cabezazo de Goltz que pedía ángulo, el ‘1’ de River ahogó el empate de Boca.
Como un León herido y la obligación a cuestas, Boca se hizo dueño de la pelota y fue decidido a buscar el empate. Atento a esto, Napoleón acertó con su análisis y en tres minutos hizo los cambios justos y necesarios: afuera Enzo Pérez y Pratto, adentro River lo dejó venir, Fanco Armani fue la bandera de la resistencia (espectacular doble tapada ante Fabra y Nandez) y en su segunda llegada a fondo lo liquidó con una contra perfecta pergeñada por Martínez y firmada por Scocco. Dos a cero y a otra cosa.
Porque por más que el Melli se jugó las pocas fichas que le quedaban por Wanchope (sacó a Jara), se olía en el ambiente que la historia estaba sentenciada y que la Supercopa Argentina se iría para Núñez.
River lo hizo de nuevo. En un momento crítico, sacó a relucir su temple para jugar (y ganar) las finales. Torció la historia ante el eterno rival, sacó a relucir su chapa y festejó en las narices de sus "primos" (gran gesto del plantel de Boca de quedarse hasta la coronación). Se dio otro gustazo en su rica historia. Más grande que nunca.