Fin de las vacaciones para los chicos y el comienzo de las actividades escolares de un nuevo año.
En la actualidad, los niños y adolescentes tienen nuevas herramientas para estudiar y distraerse en los recreos. Celulares de última generación, notebook y programas hacen que todo se dinamice al máximo.
Los que hace muchos años dejamos la escuela, recordamos aquellos útiles como la lapiceras de tinta azul lavable, el papel secante, el guardapolvo de color blanco y el portafolio de cuero. Además de aquel pupitre de madera en donde a veces marcábamos nuestro nombre.
Educación para todos
Argentina inició un nuevo concepto educativo a través de la promulgación de la Ley 1420, que constituyó la culminación de un complejo proceso histórico, como resultado del cual aparecían las ideas democráticas y liberales que pudieron percibirse debajo de todos los esfuerzos de integración del país y modernización de sus instituciones.
Recordemos que antes de esta ley, la religión católica tenía una supremacía en la educación y dejaba sin posibilidades a los que no eran de ese credo. Cuando se presentó este proyecto de la 1420, por varios años el Estado y la religión se enfrentaron en una verdadera batalla campal. A pesar de todo, dicha ley fue aprobada el 8 de julio de 1884 por el Poder Ejecutivo y consistía en que la educación tenía que ser obligatoria, gratuita, gradual y laica.
Padres ocupados
Por aquellos años, los padres se desentendían de hacer las tareas con los hijos, inclusive ni les miraban los cuadernos. Muchos niños tenían que trabajar para ayudar a la familia y al concluir el trabajo se sentaban, solos, a realizar las tareas del colegio. Ellos sabían muy bien qué es lo que tenían que hacer, porque desarrollaban un profundo sentido de la responsabilidad, del respeto y de las obligaciones.
Los padres, por su parte, tenían conciencia y consideraban a la escuela como algo muy importante, sobre todo a la hora de cumplir con las tareas y el respeto a las maestras.
A los maestro se le van las manos
Hace muchos años, las maestras eran muy respetadas por los alumnos; pero siempre existía algunos revoltosos que con sus travesuras podían llegar a perjudicar algún compañero o destrozar útiles o muebles del establecimiento.
Estos alumnos, según el carácter de la maestra, eran castigados con una cachetada. Otro de los castigos era pegarles en las palmas de las manos con el puntero (palo de madera, que a la docente le servía para señalar) o con la pesada regla de 50 centímetros.
Los niños eran conscientes de esos castigos, pero la mayoría no se quejaba ni lo comentaban en casa porque el castigo por parte de los padres sería mayor.
La campana y el recreo
Eran épocas en la notebook y el celular 4 G no existían. Solamente había que utilizar la creatividad para jugar.
Durante el recreo, que tenía menos de diez minutos, los chicos jugaban en un rincón del patio al “hoyito”, con bolitas de acero o de vidrio. Otros, en cambio, preferían el balero, un ingenioso invento en el que el jugador debía embocar un una bocha de madera lustrada con un orificio, en un palillo que estaba unido a ella a través de un hilo.
Los niños de condiciones más humildes, armaban sus baleros con una lata de tomates, un poco de hilo y un palito.
En otro lugar del patio, las niñas jugaban a saltar la soga o a la rayuela.
Pasados los minutos de recreo, el celador tocaba la campana y todo el mundo quedaba en silencio y caminando pasaban al aula.
Entre plumas y papel secante
Los alumnos utilizaban para escribir plumas de acero y porta plumas, que solían ser de madera y, por lo general, eran mordidos en su extremo por los alumnos.
La pluma era mojada en la tinta de color azul marino, colocada en un tintero de porcelana blanca embutido en el pupitre. Algunos chicos utilizaban un novedoso tintero llamado “involcable” para prevenir los terribles desastres que se ocasionaban con frecuencia en el aula. También el alumno llevaba el recordado “limpia plumas”, confeccionado por las madres en tela.
Sin duda lo que no podía faltar en la escritura era el papel secante, una hoja gruesa que absorbía el resto de la tinta al escribir.
Por otro lado, para la confección de mapas y croquis se utilizaba el llamado papel manteca, un plumín y la famosa tinta china de colores.
Para la maestra, un brasero
En los días de mucho frío, los alumnos no tenían ni calefacción central ni estufas eléctricas. La única forma de sobrellevar el frío era ir muy bien abrigado.
Por su parte, las maestras utilizaban cerca de su escritorio los llamados braseros, recipientes de metal que contenían en su interior brasas de carbón que calentaban el ambiente del aula.
Más de una vez algún desprevenido alumno, al pisar el brasero desparramaba las brasas en el piso, lo que provocaba, sin duda el llamado de atención de la docente.