Golpean, se asoma y abre la puerta. Las sonrisas se adivinan detrás de los barbijos pero los ojos no mienten y se entrecierran de alegría. Lisandro (3) se escabulle entre las piernas de sus papás y corre hasta el patio para encontrarse con su primo. "Uli, Uli", dice mientras lo abraza y le da besos. Como si ayer se hubieran visto por última vez, cruzan miradas cómplices y se van a jugar con la gata. "Tener a Sara me está salvando en la cuarentena. Los chicos se divierten un montón, juegan mucho con ella", dice Sabrina Roggerone (40), mientras termina de acomodar la mesa.
Después de más de dos meses sin ver a su hermano, la noticia del gobernador Rodolfo Suárez de permitir las reuniones familiares llegó como un alivio emocional para cortar con la monotonía de la cuarentena. "Desde que suspendieron las clases presenciales estoy encerrada con los chicos (Ulises de 7 y Filipa de 3). Salgo lo mínimo y las mayorías de las compras las hace mi marido cuando está en casa", comenta la anfitriona, cuyo marido trabaja en el sector petrolero y cumple un régimen de 15 días por otros 15 de franco.
Leandro Roggerone (37) y Lucía Madrid (38) terminan de bajar algunas bebidas del auto y unos bolsos. El menú es simple: pidieron unas pizzas a una casa de comida rápida y sólo resta esperar al repartidor. Los más chicos se entretienen con unas aceitunas caseras mientras esperan el almuerzo y Candela (16) se sienta, celular en mano, a chequear las redes sociales.
Para ellos, el tiempo de aislamiento ha sido complejo porque ambos han seguido trabajando de forma presencial y la guardería está cerrada, por lo que tuvieron que pedir cambios de horario (uno en la mañana y el otro en la tarde) para cuidar de Lisandro. De todas formas, un par de horas al día el pequeño queda a cargo de su hermana Candela.
"Decidimos seguir pagando el jardincito aunque Lisandro no vaya. Como tenemos trabajo es una forma de sostener y ayudar, pero no podemos hacer las tareas que mandan. Yo estoy cursando un posgrado y Lea también trabaja desde la casa. Si nos tapamos de obligaciones es muy fácil estresarse", dice Lucía.
Suena el portero, llega el repartidor. Los chicos se olvidan por un rato de la gata, que aprovecha para tomar un poco de sol en el patio. La mesa está completa y decidieron dejarla en el comedor porque es amplio. Sabrina trae las cajas, las rocía con alcohol y después sacas las pizzas.
Los temas en la mesa
Entre brindis y risas, comentan sobre la escuela, algunos familiares y sus padres. Pero el tema central -tópico estrella de la cuarentena- es el coronavirus. La charla va desde los cuidados hasta las teorías conspirativas, pasando por conocidos que viven en Europa y estuvieron internados, los síntomas, los rumores sobre los casos mendocinos y las consecuencias que deja en la salud.
Después la conversación da un giro hacia la economía, la nueva normalidad y la tecnología. "La cuarentena nos obligó a dar el salto tecnológico para el que creo que nadie estaba preparado. Además, no todos tienen el mismo acceso o comodidades", reflexiona Lucía.
Para Sabrina, el cambio fue total porque daba clases de inglés pero los alumnos del instituto empezaron a darse de baja y cerraron los cursos. "Se me rompieron los lentes y no tenía WiFi. Con los chicos se me complicaba. Me tenía que meter al baño para dar una clase. Cuando me avisaron que no seguía, fue un alivio porque así pude dedicarme a los chicos", explica.
Para Leandro, tantas semanas de encierro también han significado un desgaste. "Al principio planeábamos actividades, hicimos un columpio, cuidábamos que no estuvieran mucho con las pantallas pero después se hace insostenible", comenta.
La reunión se extenderá hasta la tarde. Hay un bizcochuelo en la mesada y varios equipos de mate para tomar cada uno el suyo. También abundan las servilletas de papel y el alcohol en gel.
Pocos es mejor
A pesar de la autorización provincial, los abuelos prefirieron no asistir a la juntada familiar. Sabina y Mario viven a pocos kilómetros de su hija Sabrina, en Guaymallén, y estaban acostumbrados a verla casi a diario. Ahora, su contacto con el exterior se limita a ver a Leandro, que les hace las compras dos veces por semana.
Más allá de que extrañan a sus nietos e hijos, eligieron verlos por separado para asegurar el distanciamiento social y las condiciones de higiene. El domingo recibirán a un hijo y su familia, y el lunes, al otro.
Cumpleaños virtual
El 24 de abril, Filipa cumplió tres años. Para festejarlo y que sintiera a sus familiares y amigos cerca decidió esconder en la casa varios regalos.
A un horario determinado todos se conectaron, le cantaron el feliz cumpleaños y, de a uno, cada pariente le iba diciendo dónde buscar un presente. “Así compartimos y Fili se divirtió mucho. No es lo mismo pero pudo festejarlo”, cuenta su mamá, Sabrina.
El protocolo
El decreto 635 establece los requisitos que deben cumplir las reuniones familiares. Como máximo, se pueden juntar 10 parientes (consanguíneos o por afinidad) que vivan cerca (por ejemplo, no se puede viajar de San Rafael a Godoy Cruz) los días sábados, domingos y feriados de 9 a 23.
Las reuniones deben ser en casas particulares, en espacios abiertos y ventilados. Se prohíbe el traslado en transporte público y se exige llegar con tapaboca.
También se recomienda evitar el traslado de mayores de 60 años, tener elementos de higiene a disposición, usar toallas de papel y mantener el distanciamiento de 2 metros entre las personas.
Las multas para los que no cumplan las condiciones serán de 50.000 pesos para el anfitrión.