El reencuentro de dos amigas que terminó en milagro

Crecieron juntas y con los años se separaron. Volvieron a verse en EEUU, donde ambas se fueron a vivir. Allí, una le donó un riñón a la otra, una cirugía que siguieron desde Facebook todos en su Tupungato natal.

El reencuentro de dos amigas que terminó en milagro

Fueron amigas de la infancia en Tupungato, cuando la casa de Lili estaba contigua a la de los abuelos de Susi. En distintos momentos, y por distintas razones, ambas se fueron a vivir a Estados Unidos. El destino las reunió por las calles de Miami y reinventaron aquella vieja amistad, con la urgencia y el compromiso de quien se sabe lejos de su tierra.

Días atrás, todos los engranajes de esta historia cerraron de la mejor manera. Liliana Stubbia, quien se sentía en “deuda” por la manera en que había sido “casi adoptada” por la familia de Susana García, se topó con una chance insuperable de devolver tanto afecto y no lo dudó un instante. Ingresó a una sala de cirugía y donó uno de sus riñones a su gran amiga, ayudándola a superar una enfermedad que padece desde niña y que se había convertido en amenaza para su vida.

Ahora ambas se recuperan asombrosamente bien de la operación y bromean sobre lo que pasó: “Me salvó la vida, lo mínimo que puedo hacer es invitarla al asado del domingo”, se ríe Susana. Enseguida agrega: “Mejor que su riñón, es su gran corazón” y entonces ganan los silencios y las emociones.

A miles de kilómetros, los tupungatinos siguieron el minuto a minuto del trasplante a través de las novedades que Marcelo Alfaro -el esposo de Susi- subía a las redes sociales. Son personas muy queridas por el pueblo y, apenas se supo lo que estaban viviendo, se organizaron cadenas de oración y campañas de “apoyo afectivo” en Facebook y radios locales. “El 70 por ciento de la buena onda provino de allá. ¡Eso vale oro!”, coinciden.

Un gesto vale más...
Los Alfaro se fueron del país en 1999, buscando una alternativa a la crisis argentina. Habían pasado su luna de miel en Miami y les gustó el lugar. Pese a que tenían empleo asegurado en Los Ángeles, decidieron instalarse allí. Actualmente, la pareja trabaja en una importante firma de esa ciudad, él en en el área de computación y ella como administrativa.

Susana padece nefritis desde los 16 años (edad en la que le detectan la enfermedad, aunque se cree que pudo ser congénita). Continuó su tratamiento en su nueva ciudad, pero su estado de salud comenzó a empeorar hace un tiempo. Fue cuando decidió cambiar de especialistas y le dijeron que sólo le estaba funcionando el 20% de un riñón y que la situación era irreversible: “Requería un trasplante con urgencia o dializarse de por vida”.

“Yo voy a ser tu donante”, le aseguró Lili, apenas se enteró de la situación por un llamado telefónico. Tal convicción sonó un tanto graciosa, pues fue mucho antes de que Susana comenzara a transitar el difícil camino en busca de un riñón. Mucho antes de que le dijeran que la lista de espera local tenía una demora mínima de tres años, antes de que los médicos descartaran a sus familiares paternos y maternos por presentar patologías de base y mucho antes de que los estudios indicaran que ellas eran un 99% compatibles. “Como en la vida misma”, ríen ahora.

Para el día de Acción de Gracias, en noviembre, recibieron los resultados y Lili no hizo más que ratificar su postulación. “Los americanos son medio fríos y no podían entender mi decisión sin tener lazos sanguíneos. Me sometieron a entrevistas de todo tipo: si estaba presionada, si iba a recibir plata a cambio... y las preguntas eran más duras a medida que se acercaba el día”, cuenta la feliz donante. Después su acto de amor fue destacado por los médicos con un diploma de honor.

El trasplante se llevó a cabo con rotundo éxito el 10 de febrero en el hospital Jackson de Miami, que está entre los diez mejores del mundo. El 14, para San Valentín, ambas fueron dadas de alta. Los médicos se sorprendieron por el alto nivel de adaptación que demostró Susana respecto de su nuevo órgano. “Es que ese cuerpo bostero andaba necesitando un riñón de River. Digamos que fue un exorcismo renal”, bromea la donante.

Mientras ellas se recuperaban con los “excelentes cuidados del Marcelo” y la más alta tecnología en salud, mientras quedaban boquiabiertas con el robot que llevaba los medicamentos por los cuartos, en Tupungato la gente seguía el proceso a fuerza de consultas y oraciones. “Llamaban todos los días a la radio para preguntar por ellas o dejar saludos”, acota un conocido locutor del medio, Dardo Carrizo.

Ahora los Alfaro quieren empezar a trabajar en la promoción de la donación de órganos y médula ósea. Marcelo es especialista en computación y está ideando proyectos para concientizar a través de las redes sociales. La pareja está más que agradecida con el sistema sanitario de Miami, no sólo por el trasplante sino también porque salvaron a su hijo recién nacido, cuando sabían los riesgos que corrían al quedar embarazados.

“¿Te has dado cuenta que me salvás la vida y para eso te tengo que mutilar?”, le preguntó Susana unos días antes, pues sufría “la angustia y el peso” de someter a su amiga a todos los riesgos que implica una cirugía de estas características. Y Lili, con su frescura de siempre, le respondió: “Cada dolor no significa nada ante el milagro que vamos a protagonizar”.

"¿Marce sos vos?", la frase que les devolvió el contacto

Lo peor que pueden escuchar estos tupungatinos radicados en Miami es que les digan que perdieron la tonadita mendocina. “Acá nos siguen confundiendo con chilenos”, aseguran. Ellos han formado un grupo de amigos argentinos con el que van ‘reclutando’ a todo el que proviene de distintos puntos de nuestro país. Con ellos van compartiendo las tristezas y las alegrías a fuerza de asados y juntadas los fines de semana. “El che, el boludo y el churrasco son nuestros sellos”, se ríen.

A ese grupete se sumó años atrás Liliana. Ella vive en Miami Beach -a unos 30 kilómetros de los Alfaro-, donde trabaja en un hotel. Dejó la Argentina en 2006 (ella asegura que es un abandono temporal) y se radicó en Nueva York. Allí logró contactarse una vez con sus viejos amigos, pero el verdadero reencuentro fue fortuito.

Cuando ya estaba viviendo cerca de las playas de Miami, un día iba viajando en auto y le pareció ver a un hombre con las facciones similares al Marcelo que recordaba. Frenó el vehículo y corrió tras él. “¿Marce sos vos?”, le gritó en medio del gentío. Desde entonces, las familias se hicieron “hermanas”.

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