En cualquier economía, la existencia de pymes formalizadas y en sana competencia es el factor más importante de impulso del crecimiento, la competitividad, la innovación, la equidad social y el desarrollo económico sustentable.
La economía argentina está dividida en dos grandes segmentos de mercado. Por un lado encontramos a los sectores monopolizados, donde reinan los grandes grupos económicos. En el otro extremo están los mercados informales, que no pagan sus impuestos y viven por fuera de las normas, subsistiendo. En el medio, donde debería centrarse la mayor parte de nuestra economía, donde deberían florecer las pymes, no hay absolutamente nada.
Es imposible, para una pyme formal, sobrevivir entre la competencia desleal de los informales y la posición dominante de los monopolios. A esto se suma un Estado que impone una presión fiscal y regulatoria que profundiza el problema, que sólo puede ser tolerada por quien domina o quien evade. En esto consiste el pymecidio argentino y de él deriva la mayor problemática de nuestra economía.
Las pymes en Argentina no pueden sostenerse dignamente ni mucho menos crecer por cinco factores que atentan contra ellas:
1. La altísima presión fiscal, que en la Argentina es una de las más altas del mundo (entre 45% y 50% del PBI).
2. La tremenda presión regulatoria y de acumulación de créditos fiscales. El Estado tiene de cómplices a las grandes empresas, participando de un régimen de percepciones y retenciones que ahoga a las pymes cobrándoles anticipadamente impuestos usureros.
3. La inexistencia de un sistema financiero normal y de una moneda estable.
4. La existencia de una economía informal lleva a que la decisión de regularizarse implique una competencia desleal por parte de quienes operan fuera del sistema.
5. La situación de monopolización de muchos de los mercados excluye a las pymes de la posibilidad de competir frente a posiciones dominantes.
La existencia de pymes en competencia es el mayor factor de equidad social en una economía porque empoderan al ciudadano como consumidor, dándole la oportunidad de decidir entre distintas opciones. También empoderan al mismo ciudadano como trabajador, dándole alternativas laborales para que elija. Así se logra que la puja sea en favor de la gente. Las pymes logran una verdadera democratización de la economía y los mercados.
En cambio, en los mercados concentrados, la puja es sólo a favor de la rentabilidad, tantas veces desasociada del desarrollo económico sustentable y del bien común. La monopolización puede darse en cualquier segmento de la cadena de valor y es necesario que las pymes participen de toda la cadena para romper con el riesgo de concentración en cualquier eslabón.
Algunos grupos económicos concentrados han fomentado un modelo paternalista sobre las pymes (proveedoras o distribuidoras de ellos). El monopolio decide la rentabilidad que considera suficiente para “sus” pymes y las pone a trabajar para sí. Éstas no son las pymes que hacen falta; las que necesitamos son las que van a competir a esos monopolios, que vayan a pelear por cuotas en los mercados relevantes, pymes que sean verdaderamente libres y que rompan con las estructuras de poder preexistentes, que no se sometan.
Hoy en día, padecemos un verdadero pymecidio. Esta realidad no surge de las estadísticas porque allí no aparecen la mayoría de pymes que nunca vieron la luz porque fueron abortadas antes de nacer.
Como sociedad estamos aniquilando a quienes tienen en sus manos la posibilidad de democratizar los mercados, devolver la dignidad al trabajo y abrirnos al mundo. A quienes vienen a traernos competitividad, innovación y equidad: las pymes, ni más ni menos.