Crecieron en torno al arroyo Miranda. El mismo hilo de agua que los convocó, ahora amenaza -a veces- con dañar sus viviendas. La mayoría llegó allí buscando una solución habitacional urgente y -pese a algunas dificultades y carencias- las familias del lugar se esfuerzan cada día por hacer de este sitio tupungatino un lugar más confortable y con una historia digna de ser transmitida.
El barrio El Progreso es uno de los más mentados en Tupungato. Desde que se creó, en los '80, siempre fue tema de conversación, ya sea por los relatos de lucha comunitaria que supieron construir sus vecinos, por las postales del olvido de los funcionarios o por algunas malas noticias, que terminaron por estigmatizar a esta población.
"Este es nuestro lugar. Ya no nos vamos a ir más de aquí. Todos los días hacemos el esfuerzo de ir mejorando la casita, para sentirnos mejor", confía doña Ana Olmedo. Mientras tanto, su esposo -José Rojas- poda el siempre verde y arregla la malla de alambre que hace las veces de medianera.
Este complejo habitacional se encuentra hacia el este, a unos pocos kilómetros, de la villa cabecera. Sin embargo, su población pertenece al distrito de La Arboleda. Es uno de los barrios más antiguos de este paraje, fundacional del departamento. Cerquita de allí, el 8 de noviembre de 1858 se creó Tupungato.
No hay datos precisos del tiempo en que se radicaron las primeras casas en la zona. Lo cierto es que son unas 66 las 'originales'. Las que fueron construidas por el Instituto Provincial del la Vivienda (IPV) -a través de un plan social- para dar una solución de emergencia a un grupo de familias tupungatinas que no tenían vivienda.
Con el tiempo se fueron sumando nuevas construcciones en la zona. El Progreso se extendió para todos sus 'costados' y son pocos los vecinos que siguen allí desde sus orígenes.
"Algunos venden las casas por dos pesos y se van a otras zonas. Otras familias llegan y se instalan y estamos los de siempre", resume Juan Carlos P., un tupungatino que sueña con ver un espacio verde -"como el que aparece y pagamos en la factura de los impuestos"- para los chicos del barrio.
La instalación de nuevas viviendas cerca del arroyo, ahora preocupa a los organismos. Pues en los últimos veranos, el barrio ha sido noticia por las inundaciones, una fotografía más de los riesgos aluvionales que están creciendo en el Valle de Uco. En noviembre del 2011, unas 70 personas debieron ser evacuadas allí por las fuertes lluvias.
Los vecinos cuentan que la construcción de las acequias fue de gran ayuda para el desagüe natural del agua en la zona. Sin embargo, aún están a la espera de servicios prometidos: como el asfalto de sus calles o la construcción de una plaza o el cumplimiento periódico de la recolección periódica de residuos.
"Esto es una mugre. Mucha gente viene y arroja la basura en las afueras del barrio. Esto se llena de mosquitos en el verano y es un foco de contaminación", apuntó Claudia, quien tiene cuatro hijos de distintas edades.
Las mañanas del barrio tienen una dinámica muy tradicional. Mientras que un grupo de jóvenes se va nucleando en la cancha de tierra para armar un partidito antes de ir al cole, una señora tiende las zapatillas recién lavadas al sol cerquita de la vereda y un verdulero grita por altoparlante sus ofertas desde una camioneta vieja.
Nostalgias de otros tiempos
"Aquí por algunos que cometen errores, meten a todos en la misma bolsa. Es un barrio tranquilo, con muchas familias que quieren trabajar y progresar", cuenta doña Ana, recordando por qué un grupo de mujeres eligió ese nombre para el barrio en sus inicios.
Las mujeres añoran los tiempos en que se reunían a hacer empanadas, arreglar ropas para el 'ropero comunitario', recibir apoyo escolar u organizar eventos multitudinarios para celebrar el Día del Niño, de la Madre y otros tantos motivos de festejo.
Este saloncito fue derribado con la idea de construir uno nuevo, pero esto nunca ocurrió y "se perdió el espacio y la unión vecinal", señalan. También, recuerdan con cariño a muchas personas de la comunidad de Tupungato que los visitaban y trabajan allí dando una mano y ayudando a las familias más desfavorecidas.
"Éramos unas 17 familias las que llegamos a este lugar en mi época y lo levantamos trabajando mucho. Esta parte era todo una gran cancha de tierra", cuenta Patricia, quien tiene un almacén en el barrio y crió a todos sus hijos en el lugar. "Necesitaríamos más control policial y mejoras, como el gas natural".