El primero que se equivoca pierde. Ésta es la única certeza que atraviesa a toda la política argentina por estas horas, cuando falta sólo un mes para elegir presidente y todavía nadie puede afirmar con elementos irrefutables en la mano que habrá un ganador en primera vuelta. Por eso la campaña nacional se ha convertido en una guerra de nervios en la que los hechos se suceden a una velocidad vertiginosa. Hace seis semanas, luego de las PASO, Mauricio Macri (Cambiemos) se ilusionaba con que Sergio Massa (UNA) pudiera retener el mismo caudal de votos que el tigrense y el cordobés José Manuel de la Sota obtuvieron en las primarias (20 puntos), para así garantizarse una segunda vuelta entre él y Daniel Scioli, es decir, para mantener el mismo escenario que dejaron las elecciones del 9 de agosto. Hoy, Macri ve en Massa a su principal adversario. Sucede que el hombre del Frente Renovador ha crecido en las encuestas mientras Macri se ha amesetado o incluso ha perdido fuerza, lo que obliga a todo el mundo a hacer un razonamiento muy simple: si no hay una gran diferencia entre el segundo candidato más votado y el tercero, el primero (Scioli) tendrá el camino despejado para triunfar sin balotaje.
De ahí que el macrismo y sus socios radicales estén hoy obligados a repensar su estrategia. Ya no basta con presentar a Cambiemos como la alternativa al kirchnerismo. Ahora deben convencer a sectores de capas medias de que Massa no es garantía de cambio y recordarles -toda vez que sea necesario- que fue parte del oficialismo nacional hasta hace sólo dos años. Macri tiene la certeza de que Massa, con quien hace un mes compartía fotos y escenarios -por ejemplo tras la elección en Tucumán-, hoy recibe fondos del Gobierno nacional para sostener una costosa campaña y también tiene el OK de la Rosada para penetrar en el universo de los medios adictos con mensajes negativos hacia el PRO.
Sin embargo, hace seis semanas, era Scioli quien denunciaba al macrismo de llevar adelante una "campaña sucia" en las redes sociales cuando el agua que anegó un tercio de la provincia de Buenos Aires no terminaba de bajar y amenazaba sus chances electorales. Luego de este primer escarceo entre los dos hombres mejor posicionados -según las PASO- se produjo la escandalosa elección tucumana que radicalizó posiciones entre los seguidores del kirchnerismo y los de la oposición nacional.
Macri creyó ver en las manifestaciones del pueblo tucumano una oportunidad para crecer en el Norte del país, la región que le fue más esquiva en las primarias. Sin embargo, esta hipótesis optimista está hoy por verse, sobre todo porque la oposición de esa provincia, que apoya la candidatura de Macri, tiró demasiado de la cuerda y logró un fallo en una Cámara provincial que anuló la elección del 23 de agosto, un remedio extremo que afectó la voluntad popular de toda una provincia en lugar de recurrir a medidas intermedias más sensatas como exigir que se repita la votación en las mesas o circuitos donde las denuncias de fraude quedaron probadas. Como sabemos, la polémica sentencia ya fue revertida por la Corte tucumana y ahora la discusión continuará en el Máximo Tribunal nacional, donde podría primar la voluntad entre los ministros de no entrometerse en temas que son competencia de las provincias.
En el medio de la pelea por la elección de Tucumán, Macri recibió un golpe del kirchnerismo que pegó debajo de la línea de flotación. El "Niembro-gate" hirió al macrismo en primer lugar porque las respuestas que dio el ahora ex candidato a diputado nacional no satisficieron a nadie. En segundo término porque Macri se mostró dubitativo y permitió que el tema se mantuviera en la agenda mediática demasiado tiempo. El gran logro de esta movida fue instalar que la oposición no es diferente del kirchnerismo a la hora de gobernar, que todos son igualmente "malos".
Macri no ha podido, en estas últimas semanas, sacar provecho ni siquiera de la buena elección que hizo en las PASO su candidata bonaerense, María Eugenia Vidal, quien tiene enfrente a uno de los políticos con peor imagen del país, Aníbal Fernández. El peronismo, que el alcalde porteño busca derrotar a través de Cambiemos, le ha marcado límites a sus pretensiones enseñándole hasta qué punto es un hueso duro de roer.
La conversación de 45 minutos que el macrismo asegura que Massa tuvo con Aníbal Fernández en un hangar del aeropuerto de San Fernando podría retratar todas las pesadillas del candidato del PRO si hubiera un testimonio fotográfico de la misma. Para Macri, todo el peronismo, lo que incluye al líder del Frente Renovador y a De la Sota, se está uniendo detrás de Scioli. Pero como no tiene la foto de ese encuentro "secreto", el macrismo mira con atención las imágenes del pasado lunes cuando Scioli y Massa realizaron actos de similares características en dos teatros de la calle Corrientes que están separados por menos de 300 metros mientras él debía conformarse con recorrer, bajo tierra, obras en la línea H de subterráneo y apenas tenía contacto con la prensa que sigue su campaña y quería respuestas sobre la lluvia de denuncias que sobre su gestión están realizando medios afines al Gobierno nacional.
Massa niega cualquier acuerdo con Scioli y no oculta que desea desplazar a Macri del segundo lugar para ser él quien tenga alguna posibilidad de llegar a un balotaje con el oficialismo (aún a riesgo de que el gobernador bonaerense gane en primera vuelta). Los vasos comunicantes entre el tigrense y el ex motonauta no son pocos. Figuras de envergadura hacen este trabajo, como es el caso de Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete de Néstor y de Cristina de Kirchner. Sin embargo, pese a la primavera que vive en términos electorales, el líder del Frente Renovador sigue perdiendo dirigentes que deciden regresar al oficialismo aprovechando la mutación del kirchnerismo en sciolismo. El último salto fue el de Eduardo Buzzi, el ex jefe de la Federación Agraria, quien fracasó como candidato a gobernador de Santa Fe por el massismo y el lunes apareció por el teatro Ópera -llevado por Julián Domínguez- para abrazarse con Scioli, lo que generó reacciones iracundas del cristinismo.
Aunque los planetas parecen alineados a su favor, Scioli tiene señales de alerta que atender. Su estrategia hasta ahora fue no romper con el cristinismo para asegurarse los votos de los seguidores de la Presidenta y de todo el peronismo oficialista. Pero para este último mes de campaña el bonaerense tiene preparado un giro que le permita llegar a las clases medias urbanas refractarias del kirchnerismo. El acto del pasado lunes, en el que dio algunas señales de optimismo para la economía, fue el puntapié inicial. Sin embargo, Scioli tiene como principal obstáculo la propia política económica de la Casa Rosada que maneja Axel Kicillof (quien continuará teniendo poder después del 10 de diciembre ya que colonizó el directorio del Banco Central). Sólo 24 horas después de que el candidato presidencial prometiera desde el teatro Ópera que durante su eventual administración conseguirá inversiones a razón de 30 mil millones de dólares por año, una disposición de la Comisión Nacional de Valores (CNV), que controla Kicillof, obligó a los fondos comunes de inversión a valuar sus títulos públicos al tipo de cambio oficial y no al precio del "contado con liquidación" (hasta el martes en torno a los $ 14), lo que hizo desplomar el precio de los bonos argentinos, las acciones que cotizan en la bolsa porteña y disparó el blue.
El martes, también, Scioli recibió otra mala señal para su estrategia de comenzar a diferenciarse de Cristina Fernández a fin de ganar en primera vuelta. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, desnudó lo que todo militante cristinista piensa: que Scioli será sólo un presidente de "transición" hasta que la actual mandataria pueda volver a la Casa Rosada en 2019. "El futuro, Dios dirá", respondió Scioli inmediatamente, quien es consciente de que si llega a la primera magistratura deberá construir velozmente poder hacia el interior del peronismo porque en 2017 los seguidores de Cristina Fernández podrán amenazar con una candidatura de ésta en la provincia de Buenos Aires para repetir aquella pelea histórica que zanjó las diferencias entre el duhaldismo y el kirchnerismo en 2005.