Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires
Al finalizar la cena del viernes por la noche en lo que muchos llamaron “retiro espiritual” del Gobierno en Chapadmalal, y mientras la brisa marina entraba por las ventanas de la vieja residencia, Mauricio Macri levantó una copa e invitó a los presentes a brindar “por 2017, que será un gran año para todos”. El mensaje fue una muestra del optimismo que exhibe cada uno de los integrantes de la primera línea del equipo presidencial.
El día anterior, los diarios titulaban con los datos del Indec correspondientes al mes de octubre, que registraron una caída de la construcción del 19,2 por ciento con respecto al mismo mes del año pasado y de la producción industrial un 8 por ciento. Las cifras indican que la actividad de esos sectores sigue en recesión y, según algunas consultoras, las empresas vinculadas no prevén cambios antes de fin de año.
Entre estos indicadores, que junto a otros definen el estado de la economía, y aquel optimismo del Gobierno se extiende la ancha franja de una sociedad que espera ansiosa el despegue hacia condiciones de mayor bienestar que sólo el crecimiento puede ofrecer. No contribuyó para nada a la imagen del Presidente el decreto que permitió la incorporación al blanqueo a cónyuges, padres e hijos menores de funcionarios. Las críticas no sólo fueron de la oposición, sino que se escucharon hasta en el interior del oficialismo, y el capítulo no está
cerrado.
Este diciembre transcurre todavía cargado de incertidumbres pese a la inversión de miles de millones de pesos para lograr una paz social que la inmensa mayoría desea pero que nadie se atreve a garantizar. La semana que pasó dejó en evidencia que el arreglo de la ministra Carolina Stanley con los movimientos piqueteros más numerosos no alcanzó para evitar protestas. El centro de la Ciudad de Buenos Aires volvió a ser un caos por los cortes de los grupos políticamente más opositores.
Otro país
En el Congreso, en tanto, con el acuerdo de todos los bloques, menos el kirchnerismo y la izquierda, Diputados le dio luz verde al proyecto de Ley de Emergencia Social que volverá al Senado para su segura aprobación. Esa y otras iniciativas, como la modificación del impuesto a las Ganancias que en la cámara baja deberá tratarse el próximo martes, tienen un considerable costo fiscal que va directo a engordar el déficit. Ya se sabe, el endeudamiento es casi el único recurso que tiene por ahora el Gobierno para solventar sus cuentas.
Ante la posibilidad de que los pronósticos de mejoramiento de la situación económica se cumplan, diciembre puede ser también una de las últimas oportunidades que les quede a los sectores más duros de la oposición para agitar el conflicto social. Así lo advierten dirigentes del kirchnerismo como Luis D'Elía o el jefe de Quebracho, Fernando Esteche, quienes coinciden con el trotskista Polo Obrero en la voluntad de mantener durante lo que queda del mes una activa presencia en las calles. Este fenómeno es casi exclusivo de la Capital Federal, caja de resonancia de cualquier manifestación pública para las transmisiones televisivas centralizadas.
En la Casa Rosada minimizan el problema. Sostienen que en el interior del país se vive una situación muy diferente y que pese a las tensiones callejeras que son una constante en la ciudad del Obelisco, “el macrismo gana las elecciones porteñas desde 2007”. Aunque algunos dirigentes del Pro se cuidan en sus expresiones porque saben que nada es para siempre, esos criterios triunfalistas también forman parte del optimismo que el Gobierno y el Presidente en especial están empeñados en transmitir.
Se preparan
A diferencia del agitado diciembre, enero suele ser un mes de calma por las vacaciones y el bochorno de los calores. Pero la actividad política de un año electoral que comienza, siempre es intensa. Por esa razón, ya tuvimos adelantos de escarceos en todas las fuerzas y la coalición Cambiemos no fue una excepción.
El protagonista central de las disputas internas en el funcionariado del Gobierno fue el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Declarado peronista, pero ligado al macrismo desde hace tiempo, Monzó fue uno de los principales armadores políticos que llevó al Pro a la Casa Rosada. El miércoles fue reelecto con elogios como titular de la cámara por el pleno de los diputados, pero en el oficialismo todavía hay palabras duras para él.
Las críticas y las quejas ante Macri surgieron, entre otras cosas, porque Monzó sostuvo que no todo funciona bien en el Gobierno y que debe ampliarse la coalición Cambiemos e incorporar a algunos peronistas destacados. Hizo nombres, entre los cuales mencionó al ex ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. Esas palabras perturbaron de inmediato a la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, y al jefe de Gabinete nacional, Marcos Peña, quienes ven a Randazzo como una amenaza política para sus posiciones.
También se lo acusó a Monzó de favorecer a Sergio Massa y su estrategia electoral para el año próximo. Por fuera de los disgustos que provocó en su propia fuerza al destacar la valía de Randazzo, Monzó logró introducir un motivo más de división en el peronismo, un objetivo que es de absoluta conveniencia para el Gobierno. Quienes piensan la política encuadrándola en miradas estratégicas por encima de las coyunturas, reconocen que la jugada de Monzó fue brillante porque ahora al problema lo tiene el peronismo. Es parte del juego, cuando todos “orejean” sus cartas.