Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Durante la campaña electoral, Donald Trump habló fuerte y con frecuencia sobre cómo renegociaría "los horribles tratados comerciales" de Estados Unidos para hacer que regresaran millones de empleos buenos. Hasta ahora, no obstante, no ha pasado nada. No solo no se puede ver por ninguna parte la política trumpista de comercio - ¿Trumpmercio? - en la práctica; ni siquiera hay algún indicio de lo que involucrará.
Así es que, hace dos viernes, la Casa Blanca programó una ceremonia en la que Trump firmaría dos nuevas órdenes ejecutivas sobre el comercio. El objetivo, presumiblemente, era contrarrestar la creciente impresión de que su grandilocuencia sobre el comercio era sólida y la furia no significaba nada.
Desafortunadamente, las órdenes ejecutivas en cuestión eran, para usar el término técnico, fiascos. En una se llama a un reporte sobre las causas del déficit comercial; esperen, ¿apenas están empezando a estudiar el problema? En la otra, se abordaban algunos problemas menores de la recaudación de los aranceles y, al parecer, su contenido duplicaba una ley que ya había firmado el ex presidente Barack Obama el año pasado.
No es de sorprender que los reporteros en el acto le preguntaran al presidente no sobre el comercio, sino sobre Michael Flynn y la conexión con Rusia. Trump, entonces, salió del salón, sin firmar las órdenes. (El vicepresidente Mike Pence las recogió y la Casa Blanca dice que se formaron después).
El fiasco encapsuló perfectamente lo que cada vez más se ve como una agenda fallida.
Las empresas parecen haber decidido que Trump es un tigre de papel en cuanto al comercio: se reanudó el flujo de reubicaciones corporativas a México, que se frenó brevemente mientras los directivos trataban de ganarse el favor de un nuevo presidente. La política comercial por tuits, parece ser, ha seguido su curso.
Los inversionistas parecen haber llegado a la misma conclusión: el peso mexicano se hundió 16 por ciento después de las elecciones, pero desde la toma de posesión, ha recuperado casi todo el terreno que perdió.
Oh, y la semana pasada circuló en el Congreso el borrador de una propuesta para revisar el Tratado de Libre Comercio para América del Norte; en lugar de cambios contundentes a lo que el candidato Trump llamó el "peor tratado comercial" que se haya firmado, el gobierno parece estar buscando solo modificaciones modestas.
De seguro que no fue por esto por lo que los partidarios de Trump de la clase trabajadora pensaron que estaban votando. Entonces, ¿por qué se puede resumir - para citar a Binyamin Appelbaum de The New York Times _ la política comercial trumpista como "hablar fuerte y portar una varita? Les daré dos razones.
La primera es que allá cuando Trump despotricaba en contra de los tratados comerciales, no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. (Ya lo sé, les impacta oír eso).
Por ejemplo, al oír al tuitero en jefe, se pensaría que el TLCAN era un regalo enorme de Estados Unidos, el cual no obtuvo nada a cambio.
De hecho, México redujo drásticamente sus aranceles sobre los bienes importados de Estados Unidos a cambio de reducciones muchísimo menores del lado estadounidense.
O, las repetidas aseveraciones de Trump de que China obtiene una ventaja competitiva al manipular su moneda. Eso fue cierto hace seis años, pero ya no lo es ahora. Hoy en día, en realidad, China está interviniendo para mantener arriba su moneda, no abajo.
Hablar sandeces sobre el comercio no dañó a Trump durante la campaña electoral. Sin embargo, ahora se está dando cuenta de que esos tratados, extremadamente injustos, que prometió renegociar, no son tan injustos, después de todo, y ahora ya no sabe qué hacer.
Lo que me trae al segundo gran obstáculo del Trumpmercio: cualquier cosa que se piense de los tratados comerciales pasados, el comercio ya está profundamente incrustado en la economía.
Hay que considerar el caso de los automóviles. En este punto, tiene poco sentido hablar de una industria automotriz estadounidense, una canadiense o una mexicana. Lo que tenemos, en cambio, es una industria norteamericana firmemente integrada, en la que los vehículos y las partes entrecruzan el continente, y casi todos los coches terminados contienen partes hechas en los tres países.
¿Tiene que ser así? No. Se plantan aranceles de 30 por ciento y, tras unos cuantos años, esas industrias nacionales se volverían a separar.
Sin embargo, la transición sería caótica y dolorosa.
Los economistas hablan, con justificación considerable, sobre el "choque chino": el efecto perjudicial en el empleo y las comunidades de crecimiento rápido de las exportaciones chinas de los 1990 hasta 2007. Sin embargo, dar marcha atrás produciría un "choque Trump", igualmente doloroso, que perjudicaría al empleo y a las comunidades otra vez; y también sería doloroso para algunos de los grandes intereses corporativos que, por extraño que parezca, tienen mucha influencia en este régimen, supuestamente populista.
El punto es que a un nivel profundo el Trumpmercio está chocando contra el mismo muro que causó que se estrellara y se quemara el Trumpcare. Trump asumió el cargo hablando en grande, seguro de que sus predecesores habían hecho un lío de todo y que él - solo él - podría hacer las cosas mucho mejor. Y millones de electores creyeron en él.
Sin embargo, gobernar a Estados Unidos no es como un reality show. Hace unas cuantas semanas, Trump se quejó: "Nadie sabía que la atención de la salud podía ser tan complicada". Ahora, uno sospecha, está diciendo lo mismo sobre la política comercial.