Luego de las últimas PASO la economía se desequilibró. El resultado, tanto por lo inesperado como por la abultada diferencia, generó una reacción inesperadamente brusca en los mercados. Lo que el viernes parecía estar bien, el lunes pasó a estar mal.
Evidentemente en los inversores habían impactado declaraciones de funcionarios que insinuaban la necesidad de una reestructuración de la deuda con quita, un nuevo cepo, control de capitales y hasta un desdoblamiento de mercado cambiario.
Las declaraciones habían sido reales y ante el resultado, los inversores decidieron salir en masa, aunque perdieran dinero, porque consideraban que esa pérdida era menor a lo que podrían sufrir en caso de un default. La situación se complicó cuando el viernes anterior dos calificadoras de riesgo bajaron la nota de Argentina y eso obligó a muchos fondos a vender papeles de empresas y bonos del país porque las regulaciones no les permiten tener papeles con rangos tan bajos.
Pero en Argentina el problema se entraba en el valor del dólar. En una semana compleja, declaraciones del candidato opositor le pusieron un poco de racionalidad, aunque el fijó un precio ideal en $ 60, lo que implicaba aceptar una devaluación del 30%. El mismo había alentado esta devaluación cuando, antes de los comicios, había dicho que el precio del dólar estaba muy atrasado.
El presidente, muy golpeado, terminó aceptando el precio, que terminó estabilizándose en una banda entre $ 57 y $ 62, cambio al ministro de Hacienda y, mágicamente, la relación entre oficialismo y opositores entró un camino de cordialidad y consulta. Mientras tanto, la economía de a pié se vio impactada y el gobierno decidió tomar medidas para paliar las consecuencias que este valor de la divisa podía generar en la inflación y en el bolsillo de los consumidores.
Para ello decidió aumentar el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, eliminar por 90 días el IVA en productos de la canasta básica, congelar por 90 días el precio de los combustibles, además de una refinanciación de deudas impositivas para pymes y monotributistas. Pero esta solución, bien recibida por la población mereció el rechazo de todos los gobernadores porque perdían recursos. Llegaron a decir, en un extremo de cinismo e hipocresía, que se ponía en riesgo a las provincias y que peligraban los sueldos y aguinaldos del personal de la administración pública.
Se puede discutir la eficiencia o no de las medidas, pero lo que los gobernadores no pueden decir es que su estabilidad está en riesgo, cuando todas han alcanzad superávit fiscal debido a la devolución que el gobierno hizo del 15% que el kirchnerismo les había retenido y por el Pacto fiscal que les aseguró mayores ingresos. Incluso, la mayoría tiene reservas en plazos fijos y algunas en dólares. Además, no se trata de una quita permanente sino de una medida transitoria. Se trata de una sobre actuación electoral.
Pero tanto las amigables relaciones del gobierno y los opositores como las relaciones de los gobernadores reconocen un hilo común: nadie está decidido a bajar el voluminoso gasto público, que es responsable de la terrible cargar impositiva que imposibilita la competitividad de las empresas argentinas. Por esa razón es que el dólar debe estar más devaluado de lo que sería razonable. El costo argentino es muy elevado y en lugar de bajarlo, cubren la diferencia con devaluación, es decir, quitándole poder adquisitivo a los ciudadanos y generando inflación. Una receta antigua de la clase política argentina.
Claramente, el dólar no es la causa de la crisis sino una de sus consecuencias.
Números que dan lástima
Esta semana el Indec publicó datos muy positivos del mes de julio que, hasta el 10 de diciembre, hubieran servido para llenar de esperanza, pero desde el 11 son datos solo anecdóticos. El más importante fue el Indice de Precios Mayoristas, que siempre anuncia el comportamiento del IPC del mes siguiente. Dicho número fue de 0,1%, lo que indicaba que la inercia de precios había tenido un descanso, apoyada por la decisión del gobierno de frenar las actualizaciones de las tarifas.
Otro dato positivo fue el Indice de Precios de la Construcción que creció un 0,9%, mucho menos que el IPC general y mostrando una desaceleración importante, lo que avizoraba un panorama más estable para los que pensaran en la inversión en ladrillos.
Lógicamente, habrá que esperar el desarrollo de los acontecimientos, pero es de suponer que muchos van a preferir esperar.
También fue positivo el resultado de la balanza comercial, que marcó el undécimo mes seguido positivo y fue de u$s 960 millones. El acumulado de la balanza comercial hasta julio marca un superávit de u$s 6.500 millones, con un dólar que, según Alberto Fernández estaba atrasado. Los especialistas calculan que dicho saldo favorable podría crecer hasta los u$s 12.000 millones ayudado por el nuevo valor de la divisa y la recesión interna, que limita las importaciones.
El devenir no luce bueno. Nadie dice cómo solucionarán el problema de las Leliq para poder bajar las tasas de interés. Nadie quiere que se bajen impuestos para que el sector productivo pueda producir en forma competitiva que, de la mano de las inversiones pueda crecer el empleo en forma genuina. Pero todos quieren ganar. ¿Para qué?