El populismo y la decadencia argentina (nota III)

El populismo y la decadencia argentina (nota III)
El populismo y la decadencia argentina (nota III)

El kirchnerismo, desde 2003, implica otro bandazo de la dirigencia justicialista. Integrado por las mismas personas que acompañaron a Menem, este grupo sumó cuadros provenientes del “progresismo”, básicamente integrantes del Partido Comunista argentino, núcleos colaterales y afines. Las políticas económicas son similares a las del primer peronismo: distribucionismo, subsidios, descapitalización del país, todo agravado, porque han dañado a todos los sectores y economías regionales.

En doce años no han modificado la vieja estructura productiva: una industria que consume más dólares de los que produce y un agro proveedor de divisas. El desequilibrio está a la vista: importaciones frenadas, descenso de exportaciones, cierre de empresas, aumento del desempleo, alta inflación.

En lo político, con el inestimable aporte del “progresismo”, actúa como un fascismo de izquierda o un estalinismo de derecha, imágenes de un mismo espejo, que ha intentado demoler la República, dañando gravemente al Poder Legislativo (convertido en aprobador de órdenes del Ejecutivo y en refugio de condenados y procesados por delitos de corrupción), atacando sistemáticamente al Poder Judicial y desmontando los organismos de control del poder, excepto la AGN. La persecución al periodismo independiente es otra expresión del viejo y primitivo populismo.

El atraso de 70 años de sus concepciones políticas les impide ver que la sociedad argentina actual es más compleja que la de 1945. La lógica amigo-enemigo, aplicada a través del enorme aparato de propaganda del gobierno, ha generado, conscientemente, antinomias y una profunda división de la sociedad.

El gobierno de familia, casi una dinastía, es otro carácter típico de los dirigentes justicialistas; ya probaron con éxito (¿éxito?) la fórmula Perón-Perón en 1973. En pleno siglo XXI reincidieron, ensayando una sucesión matrimonial en la presidencia, truncada por el fallecimiento del ex presidente Kirchner.

La idea se replica en las provincias, donde gobernadores e intendentes ponen familiares directos a sucederlos, o mandan hermanos, cónyuges, etc., al Congreso para tener cartas que negociar. Esto muestra una concepción oligárquica del poder, manejado por parentelas, que ratifica el primitivismo político que mueve a estas dirigencias y las sitúa al nivel de las oligarquías familiares del siglo XIX, con clientelas captadas en los sectores populares.

Esos sectores, que durante el primer peronismo fueron dignificados, ahora son sostenidos dentro de las estructuras clientelares a base de subsidios y del temor a perderlos. El elevado analfabetismo de la época lencinista se corresponde con el abundante analfabetismo funcional (y cívico) que produce un sistema educativo soberanamente ineficaz.

El nacionalismo ramplón del populismo justicialista (y de la progresía) hace agua cotidianamente al seguir sin ningún cuestionamiento los dictados contradictorios e incoherentes de quien reconocen como conductora del partido. El giro copernicano con Irán es una muestra. Las nuevas “alianzas” externas del país nos acercan a totalitarismos (China, Cuba) y autoritarismos varios (Venezuela, Rusia), todos violadores de derechos humanos y represores de las libertades individuales, de expresión y de prensa; y nos alejan de nuestros verdaderos aliados estratégicos: Brasil en primer término, Uruguay, entre otros, con los que mantenemos diferencias crecientes.

Hartan las permanentes denuncias de complots imperialistas con aliados internos, cada vez más numerosas a medida que transcurre el tiempo, para desestabilizar a un gobierno presuntamente exitoso, al que sólo le restan 9 meses. Jamás aportaron una prueba donde corresponde, en la Justicia.

Sin embargo, la historia del grupo gobernante reitera ese nacionalismo ramplón y esas contradicciones que llevan al justicialismo a mostrarse, en definitiva, como lo que es: un grupo extremadamente pragmático dedicado a conquistar el poder y conservarlo a como dé lugar, apelando, según las circunstancias, a determinados ropajes con ciertos componentes ideológicos, rápidamente mudables por otros diametralmente opuestos. Ejemplos sobran. En materia petrolera, ya mencionamos el contrato del presidente Perón con la California (1954, Nota I) que hizo trastabillar el discurso nacionalista de su primer período. Todavía los negocios no primaban y había una doctrina a la que ajustarse.

El gobierno justicialista de la presidente Martínez “nacionalizó” las bocas de expendio de combustibles con el argumento de que así se capturaría una mayor renta petrolera.

El gobierno justicialista de Menem echó por la borda el discurso nacionalista y malvendió YPF, entregando al usufructo del capital transnacional la enorme inversión que hizo la Argentina a lo largo de muchas décadas. El resultado fue el vaciamiento de las reservas, que prosiguió en la "década ganada" hasta sumirnos hoy en la profunda crisis energética y de balanza de pagos producida por la pérdida del autoabastecimiento petrolero.
Le siguió la mal llamada "estatización" de YPF, que continúa siendo una sociedad anónima excluida de cualquier control de los organismos del Estado. Así como hoy el Estado tiene el 51% de las acciones, mañana podría venderlas en la Bolsa sin ninguna traba. En el 49% restante hay algunos "fondos buitre" estadounidenses, es decir, representantes del "imperialismo" que dice combatir el grupo gobernante. El contrato con Chevron, en Vaca Muerta, fue votado por los justicialistas a libro cerrado, sabiendo que contiene cláusulas secretas que implican cesión de soberanía.

Lo mismo sucede con los convenios con China, entre los cuales destaca la cesión territorial, por medio siglo, del espacio para construir una estación de presunto seguimiento satelital en Neuquén, que nos podría hacer ingresar en otro conflicto internacional, con implicancias militares como puede ser la disputa EEUU-Europa versus China.

En fin, la contradicción y las incoherencias del populismo justicialista se manifiestan también fuera del plano económico. En toda su historia ha tenido -y tiene- relaciones de amor-odio con la Iglesia, aunque ha sido coherente en el rechazo visceral al periodismo independiente.

Para terminar, me temo que el próximo turno sea también populista, porque la mayoría de los argentinos votan figuras y eslóganes que les prometan el atajo más rápido para estar mejor. Esa mayoría es populista, anómica, carece absolutamente de cultura cívica, vive un eterno presente que le impide plantearse que el bienestar colectivo se alcanza recorriendo caminos lógicos durante largos plazos. Ese presente continuo anula la memoria del pasado y eso la lleva a tropezar siempre con la misma piedra.

Si el voto popular consagra este año a otras formaciones políticas, deberían sus dirigentes hacer mucha docencia para explicar a los argentinos que llevará mucho tiempo arreglar los desaguisados de doce años y medio; y tendrán que consensuar (palabra que no figura en el diccionario justicialista) para desarrollar políticas de Estado que superen en el tiempo los turnos gubernamentales.

Eso sólo será posible en el marco de coaliciones amplias, superadoras de los sellos de partidos unipersonales que agobian al sistema político. Estas coaliciones deberán incluir a una numerosa dirigencia de origen peronista, republicana y democrática, que hace tiempo abandonó el partido justicialista.

Costará también anular la oligarquía familiar impuesta por dirigentes del justicialismo para poner al país de cara al siglo XXI, sacándolo del siglo XIX y la consecuente decadencia a la que nos han llevado.

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