Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
Hillary Clinton ganó el voto popular por más de dos millones y es probable que sería la presidenta electa, si el director del FBI no hubiera colocado un pulgar tan pesado sobre la escala de la balanza justo unos días antes de las elecciones. Sin embargo, ni siquiera debió haber estado cerca. Lo que colocó a Donald Trump a una distancia asombrosa fue el apoyo arrollador de los blancos sin títulos universitarios.
¿Qué pueden hacer los demócratas, entonces, para recuperar por lo menos a algunos de esos electores?
Hace poco, Bernie Sanders brindó una respuesta: los demócratas deberían “ir más allá de la política de la identidad”. Lo que se necesita, dijo, es candidatos que entiendan que han bajado los ingresos de la clase trabajadora, que “le hagan frente a Wall Street, a las aseguradoras, a las farmacéuticas, a la industria de los combustibles fósiles”.
¿Pero existe alguna razón para creer que eso funcionaría? Voy a dar algunas razones para dudarlo.
Primera, un punto general: cualquier aseveración de que al cambiar las posiciones políticas se ganarán las elecciones es suponer que la población se va a enterar de ellas. ¿Cómo se supone que pase eso, cuando la mayoría de los medios de información simplemente se niegan a cubrir los contenidos políticos? Hay que recordar que, en el transcurso de las campañas de 2016, tres noticieros de cadenas, combinados, dedicaron un total de 35 minutos a los correos electrónicos de Clinton.
Además de eso, el hecho es que los demócratas han estado siguiendo políticas que son mucho mejores para la clase trabajadora blanca que cualquier cosa que el otro partido tenga que ofrecer. No obstante, ello no ha tenido ninguna recompensa política.
Se puede considerar al este de Kentucky, una zona muy blanca, que se ha beneficiado enormemente con las iniciativas en la era de Obama. Está, en particular, el caso del condado de Clay, al que el Times declaró hace unos cuantos años como el sitio más difícil para vivir en Estados Unidos. Sigue siendo muy duro pero, al menos, la mayoría de sus habitantes ahora tienen seguro médico: estimaciones independientes dicen que bajó la tasa de no asegurados de 27 por ciento en 2013 a 10 por ciento en 2016. Ése es el efecto de la Ley de atención asequible, la cual Clinton prometió conservar y extender, pero que Trump prometió eliminar.
Trump recibió 87 por ciento del voto en el condado de Clay.
Ahora, se podría decir que el seguro médico es una cosa, pero lo que la gente quiere es empleos buenos. El este de Kentucky solía ser territorio carbonero, y Trump, a diferencia de Clinton, prometió hacer que retornaran los empleos carboneros (hasta ahí llegó la idea de que los demócratas necesitan un candidato que se enfrente a la industria de los combustibles fósiles.) Sin embargo, es una promesa absurda.
¿A dónde se fueron los empleos de la minería del carbón de los Apalaches? No se perdieron por la injusta competición de China o México.
Lo que pasó fue, más bien, que, primero, una erosión durante décadas a medida que la producción carbonífera estadounidense cambiaba de la minería subterránea a la de cielo abierto y la de remoción de la cima de montañas, para las que se requieren menos trabajadores: el empleo carbonífero tuvo su punto máximo en 1979, cayó rápidamente durante los años de Reagan y ya había bajado a más de la mitad para 2007. Una caída más se produjo en los últimos años, gracias a la fractura hidráulica. Nada de esto es reversible.
¿El caso de territorio que fuera carbonífero es excepcional? En verdad, no. A diferencia del descenso en el carbón, se puede atribuir parte de la baja a largo plazo en el empleo en las manufacturas a los déficits comerciales al alza, pero aun así, es una parte bastante reducida de la historia. Nadie, creíblemente, puede prometer hacer que retornen los viejos empleos; lo que se puede prometer -y Clinton lo hizo- es cosas como la atención de la salud garantizada y salarios mínimos más altos. Sin embargo, los blancos de clase trabajadora votaron arrasadoramente por políticos que prometen destruir esos logros.
¿Qué pasó, entonces aquí? Parte de la respuesta puede ser que Trump no tuvo ningún problema en decir mentiras sobre lo que podría lograr. De ser así, puede haber repercusiones negativas cuando no retornen los empleos en el carbón y las manufacturas, en tanto que desaparece el seguro médico.
Sin embargo, podría ser que no. Quizá el gobierno de Trump pueda mantener convencidos a sus partidarios, no mejorando su vida sino alimentando su resentimiento.
Seamos serios al respecto: no es posible explicar los votos en sitios como el condado de Clay como una respuesta a los desacuerdos sobre la política comercial. La única forma para que tenga sentido lo que pasó es ver al voto como una expresión de, bueno, la política de identidad -alguna combinación de resentimiento blanco de lo que los electores ven como favoritismo hacia los no blancos (aun cuando no es así), y el enojo por parte de quienes menos se han educado con las élites liberales y creen que ellas los consideran inferiores.
Para ser honestos, no entiendo del todo este resentimiento. En particular, no sé por qué el desdén liberal imaginario inspira muchísimo más enojo que el muy real de los conservadores, que ven a la pobreza de sitios como el este de Kentucky, como un signo de la ineptitud personal y moral de sus habitantes.
Algo sí está claro, no obstante: los demócratas tienen que resolver el por qué la clase trabajadora blanca sólo votó arrasadoramente en contra de sus propios intereses económicos, y no fingir que un poco más de populismo resolvería el problema.