El "populismo de izquierda" y sus problemas - Por Carlos Massini-Correas

El "populismo de izquierda" y sus problemas - Por Carlos Massini-Correas
El "populismo de izquierda" y sus problemas - Por Carlos Massini-Correas

En su reciente libro Por un populismo de izquierda (Buenos Aires, Siglo XXI, 2018) la intelectual belga Chantal Mouffe, profesora en la universidad de Westminster y hasta hace poco pareja del pensador argentino-inglés Ernesto Laclau, elabora una conceptualización del que llama “populismo de izquierda”, que propone como superación política de los males centrales de las naciones de occidente.

El punto de partida de su propuesta es la afirmación de la existencia actual de una crisis en las formaciones políticas democrático-liberales (o “neoliberales”) y la necesidad de aprovechar este “momento populista” para superar las propuestas de la izquierda tradicional, ya sea la del “socialismo real” o “comunista” (“había que abandonar el mito del comunismo”; p. 15), con su modelo totalitario y colectivista, ya sea las denominadas “social-demócratas”, con su adhesión a la economía de mercado capitalista.

Las opciones “comunistas” deben ser superadas, sostiene Mouffe, ya que se trata de alternativas “esencialistas” (?), que consideran que la raíz central de todas las dominaciones radica en la economía y en las relaciones económicas de clase, cuando en realidad existen varias otras formas de opresión, dependencia y subordinación, que se expresan en otras formas de demanda y en reivindicaciones de índole no-económica: las denunciadas por de la “segunda ola” del feminismo, el movimiento homosexual, el antirracismo, los diferentes ambientalismos, etc.

Por su parte, las opciones “socialdemócratas”, no sólo han adoptado la institucionalidad democrático-liberal, sino que ha asumido los puntos centrales de la economía de mercado, con el pretexto de que es el único modo de alcanzar prosperidad.

Por su parte, sostiene Mouffe, el “neoliberalismo” y la “hegemonía” político-institucional que le corresponde, habrían entrado en un proceso de crisis terminal, en especial a partir de la crisis financiera de 2008, haciendo evidentes sus contradicciones y su cuestionamiento por parte de diversos movimientos antiestablishment.

De este modo, concluye esta pensadora, nos encontraríamos ahora en lo que llama un “momento populista”, es decir, la ocasión propicia para sustituir la hegemonía neoliberal, donde se incluyen las políticas de ajuste, la globalización, la desregulación, el estado de derecho, la división de poderes, etc., por una nueva hegemonía populista.

Las notas de esta nueva hegemonía “populista de izquierda” son, en primer lugar, que se trata de una alternativa agonal, es decir, basada en el enfrentamiento y la lucha contra la oligarquía, nunca en el consenso ni en la institucionalidad; aquí Mouffe cita -en acuerdo con él- al filonazi Carl Schmitt (ella no ve con malos ojos a los populistas de derecha) que concebía la política según la dialéctica amigo-enemigo y el consiguiente enfrentamiento radical.

La segunda nota es que la hegemonía populista se basa en la construcción, predominantemente discursiva, de un “pueblo”, que no es el pueblo real, tal como existe de hecho, sino un pueblo ideal, construido para los efectos de una nueva política hegemónica.

Y en tercer lugar, esta “radicalización de la democracia” a la que se refiere la autora, no consiste en una “revolución” (p. 106) sino en el establecimiento de una construcción política predominantemente “afectiva”, que enfatice los aspectos democráticos (representativos) e igualitarios del sistema político, y que recepte del modo más inmediato posible las demandas insatisfechas de los colectivos populares, que denomina “los de abajo”: trabajadores dependientes, feministas, LGTB, inmigrantes, grupos antiglobalización, desocupados, subsidiados, etc.

Esta democracia populista habrá de ser eminentemente “agonista” o confrontativa, nunca “consensual”, pero Mouffe nunca propone la sustitución radical del régimen económico capitalista, la eliminación del Estado o la emancipación de toda supremacía, tal como lo hacía la izquierda tradicional.

Ahora bien, esta propuesta elaborada por Mouffe (ella reconoce que en asocio con Ernesto Laclau), presenta algunas falencias y debilidades fácilmente detectables desde una visión más integral y respetuosa de las realidades humanas:

1) El populismo de izquierda, si se tiene a la vista sus concreciones más conocidas, no parece que sea sustentable económicamente: sus propuestas de cierre de la economía (antiglobalización), embate contra el capital financiero, oposición a cualquier tipo de ajuste fiscal, desprecio de cualquier forma de “modernización” de la economía, conducen necesariamente a crisis graves y la mayoría de las veces sin solución a la vista, y que terminan pauperizando dramáticamente a los sectores denominados “populares”.

2) Estas crisis de sustentabilidad, minan severamente el apoyo electoral de los regímenes populistas, que deben recurrir a unas fuerzas armadas ideologizadas y corruptas para mantenerse en el poder, así como a diferentes modalidades de fraude electoral; los casos de la Venezuela populista de Maduro o de la Nicaragua de Ortega son suficientemente ilustrativos a este respecto.

3) Todo esto avoca a una solución perversa: el empobrecimiento creciente de la población y el establecimiento tendencialmente mayoritario de una masa empobrecida, que ha de funcionar como electorado cautivo por el régimen populista, y sujeto a una extorsión sistemática de carácter demagógico y envilecedor.

4) Si bien Chantal Mouffe sostiene que el populismo que propone “no es una ideología” (p. 25), es claro que una corriente de pensamiento que se autodefine como una mera “construcción discursiva”, independiente de las realidades humanas concretas, actuales e históricas, y busca la movilización de “los de abajo” en procura de una “democracia radical” que resuelva los problemas de la política a través de una lucha “agónica” contra la oligarquía, reviste un claro sesgo ideológico, es decir, contrario a cualquier concepción realista de la política. Y esto se pone en evidencia cuando el populismo centraliza y absolutiza la dimensión democrático-participativa-agonal de la política, dejando tajantemente de lado todas las restantes dimensiones inherentes a la experiencia del fenómeno político: la dialogal-consensual, la institucional-constitucional, la jurídica (gobierno del derecho, reparto justo y derechos humanos), la de coordinación de las conductas, la ético-valorativa, etc., empobreciendo de este modo dramáticamente el fenómeno político y su desarrollo racional.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA