El siete de marzo de 1920 Carlos Obligado se hallaba en Buenos Aires enfocado en resolver asuntos familiares. Todo marchaba perfectamente hasta que la llegada de un telegrama cambió por completo su semblante. “Tomé el primer tren -relató- ignorando si llegaría a tiempo. A la tarde siguiente, al descender ya el tren por aquella larga cuesta que domina la ciudad de Mendoza, vi sobre los edificios públicos la bandera nacional a media asta… y comprendí lo que eso venía a significarme”. Sus sospechas estaban en lo cierto, el gobierno mendocino había declarado luto por la muerte de su padre: Rafael Obligado.
La vida del gran poeta comenzó el 28 de enero de 1851 en Buenos Aires. Por entonces la provincia estaba en manos de Juan Manuel de Rosas y a merced de innumerables atropellos. Un año tenía Rafael cuando, tras ser vencido en la Batalla de Caseros, el Restaurador escapó hacia Inglaterra apoyado por el cónsul británico. Su infancia coincidió entonces con el renacer de Buenos Aires, ahora bajo la dirección de liberales románticos dispuesto a hacerse eco de los grandes adelantos mundiales.
Obligado asistió al colegio más prestigioso para posteriormente ingresar a Derecho, pero su pasión por la literatura pudo más y abandonó la carrera pronto. Era uno de los seres que cada tanto nace con talento para escribir y llegó a ser reconocido como un gran intelectual por los pares de su tiempo. Además pasó a la historia como uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Su excelencia trascendió fronteras y llegó a ser nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española. Según Ernesto Quesada, durante las reuniones íntimas, Obligado solía hacer gala de tamaña distinción mostrando orgulloso su medalla de la RAE.
Nuestro protagonista fue autor de poemas como Santos Vega, un extenso texto de inspiración gauchesca en el que relata las andanzas de un payador. Pero al margen de la lírica -dónde destacó principalmente- también ocuparon espacio en su obra las leyendas argentinas y los estudios sobre el idioma castellano.
Lamentablemente, la libertad de su pluma tuvo como contrapeso un cuerpo enfermo que lo ataba a una realidad desesperante. Padecía de asma y para 1919 el mal se hallaba tan avanzado que casi no podía hablar. El médico de cabecera le recomendó trasladarse a Mendoza debido al clima y así terminó viviendo en nuestra provincia junto a su familia.
Así fue como el ocho de marzo de 1920 “murió el poeta lejos del hogar”. Ángel de Estrada estaba de paso por nuestra provincia y de inmediato se acercó a dar sus condolencias:
“La señora de Obligado –contó en sus memorias- me recibió con gravedad conmovida (… ) Don Rafael está como dormido. Había encanecido mucho en el último tiempo; blanco sobre la almohada espera que los médicos lo embalsamen, para cumplir con los reglamentos”.
Horas más tarde los restos de Obligado fueron trasladados a Buenos Aires, específicamente a la Recoleta, dónde descansan desde entonces.