La mecánica de la vergüenza, según Foucault, es la cuestión de la significación del valor político de la transgresión, la impunidad, la criminalidad:
"Hasta fines del Siglo XVII pudo haber incertidumbre, un pasaje permanente del crimen al enfrentamiento político. Robar, incendiar, asesinar era una manera de atacar al poder establecido. A partir del siglo XIX, el nuevo sistema penal pudo significar un nuevo sistema sobre la creación de una capa que debía aislarse del resto de la población. Esa capa perdió su capacidad de crítica política y fue utilizada por el poder para inspirar miedo al resto de la población, controlar movimientos revolucionarios. Por ejemplo, en los sindicatos de trabajadores se reclutaban sicarios, asesinos a sueldo, para lograr objetivos políticos: la trata de personas, las ventas de armas y el narcotráfico" (Foucault, 1994).
Estas frases me conducen a reflexionar sobre la pesada herencia que nos ha dejado la "década ganada" y la necesidad de dejar testimonios sobre el comportamiento ciudadano en la actualidad.
Merecería ilustrar con una imagen de la mitología griega: por un lado, los esfuerzos de Cambiemos por ordenar el caos; por el otro, los líderes de la corrupción apelando a una Justicia que ellos mismos manipularon, emergiendo del lodo de robos y traición, cambiando sus relatos y sus imágenes públicas como si la sociedad fuera una masa de estúpidos sin memoria.
Detrás de ellos, un coro de obsecuentes que viven de los subsidios que, en vez de fomentar responsabilidad y trabajo, sirvieron para transformarse en manos extendidas para pedir más y más, dando a cambio su apoyo violento, atentando contra el orden de las instituciones elegidas democráticamente. Y otra clase de "fieles" ubicados estratégicamente en todas las instituciones oficiales y civiles, entorpeciendo con sus críticas el accionar de muchas de ellas.
Sabemos que el grupo gobernante no tiene la "lámpara de Aladino" para solucionar todos los problemas y conflictos, que manejan un timón difícil, en un escenario tormentoso, que a veces comunican mal, retroceden en sus apresuradas propuestas, reconocen errores, avanzan lentamente.
Pero también, sabemos que allí están los ojos muy abiertos de los que hurgan sus actos, hasta el más mínimo gesto, atentos para criticar y denostar al gobierno; especialmente son los que perdieron, les guste o no el poder.
Me avergüenza la situación de los pueblos originarios a quienes respeto, confundidos con terroristas encapuchados. Siento el giro político con que se trató el Caso Maldonado. "Meter a todos en una misma bolsa" ciertamente es una mecánica de la vergüenza.
Lamento que los Derechos Humanos sean banalizados por intereses espúreos.
Me rebela que los sindicatos manipulen la opinión de ciudadanos honestos, con promesas que no cumplen y que no defiendan los derechos de quienes representan. Me parece bien ejemplificar: tal es el caso de Baradel, de los Moyano y sus pingües negocios con un enorme poder para paralizar el país. Menos mal que la Justicia parece que por fin hará justicia y nos muestra el lado oscuro de esa realidad.
Recrudecen la violencia, las amenazas de bombas, piedras y destrucción anónima, a lo largo y a lo ancho del país. Como la piedra arrojada a Radio Nacional Mendoza, con motivo de su acto de premiación a quienes hacen algo por contribuir a la libertad de expresión y al respeto por la pluralidad.
Escenarios que nos muestran el naufragio de una parte de nuestra sociedad: las carpas de mujeres y niños en la avenida 9 de Julio. Una escena multicolor y vergonzante del Polo obrero.
Por favor, con los niños no.
Los que elegimos vivir en democracia, exigimos más ciudadanía comprometida, responsable y gobernantes que sean el ejemplo de lo que predican.