¿Cómo es que nos dirigimos hacia nosotros mismos? y ¿hacia los demás? y, en especial, a niños y jóvenes. ¿Cómo nuestras palabras construyen sus pensamientos, sobre ellos y el mundo? “¡Qué idea tonta!”, “¡apurate, o te creés que te voy a esperar todo el día!”, “¡pero qué inútil!”, “¿cómo que no entendés? ¡Nunca entendés nada!”, “lo hacés a propósito”, “¡qué molesto sos!, “¡andate a molestar a otro lado!”, “¡qué gordo estás!”, “¡sácate eso, te queda ridículo!”, ¡no se te puede pedir nada, todo lo hacés mal!”... La lista se hace infinita. Cuántas veces hemos escuchado estas expresiones en conversaciones ajenas o propias.
Cuántas veces hemos protagonizado esta barbarie verbal o hemos sido víctimas de ella. Víctimas de otra víctima. Porque no supo que sus palabras marcaban huellas en nuestras emociones, siendo estas relaciones, pequeños granos de arena que a lo largo de la vida constituyen nuestra autoestima.
“¡Pero, si se lo digo en broma!”, “¡él sabe!, es un chiste”, “no es para tanto”, “¡no se le puede decir nada que ahí nomás se ofende!” (...) Otra larga lista. No sólo duelen los golpes; las palabras también dejan marcas en nuestras formas de ver la vida y de sentirnos parte de ella. Así es como niños y jóvenes aprenden a conocerse y a vivir con ellos mismos y con los demás, a partir de las reacciones que los adultos tengan con ellos.
Es decir: los vínculos cercanos influyen en los pensamientos que elaboran los niños sobre sí mismos y sobre el mundo que los rodea. Son el primer espejo en donde el chico se ve reflejado. Así pues, el sentirse reconocido lo ayudará a ser más fuerte ante la frustración o vicisitudes de la vida.
En diálogo con Ximena Olivares, licenciada en Psicología, ésta afirma la idea de que el uso de las palabras influye mucho en el desarrollo de la autoestima de una persona.
Todo comienza en la relación que se establece con la madre; ese primer gran vínculo de todo ser humano. En esta relación, dice la especialista: “la madre es vista como un ‘espejo’, es quien brinda al niño/a las primeras palabras y, en función de eso, la persona se va construyendo. Durante los primeros años de vida el niño ‘es’ lo que los padres le dicen”. En esta etapa se depositan las expectativas de los papás hacia sus hijos. “Y cuando el niño crece se presenta lo que se denomina el ‘yo ideal’: lo que el niño realmente quiere ser, a pesar de sus padres”.
Pero, ¿qué es la autoestima? Refiere a nuestro ‘ser’ y a nuestra estimación personal. Cómo nos evaluamos a nosotros mismos y cómo nos evalúan los demás tiene un valor preponderante a la hora de enfrenarnos al mundo y relacionarnos con el resto.
Tendemos a recrear el ambiente emocional de nuestro hogar. Esos tratos, esas palabras que construyeron nuestra subjetividad. Por ejemplo, veamos el caso de un padre que cree en su hijo y lo motiva diciéndole: “no te preocupes, la próxima vez te va a salir mejor” o, “si lo practicás, va a salir mejor”. El niño se queda con esa idea, porque se lo dijo su padre, y luego lo transmite a sus amigos. Además esa expresión influye en su autoestima, reforzándola.
Contrario son aquellos casos en los que es frecuente el uso de expresiones negativas: si al chico se le dice que es un inútil, se va a sentir así. Lo va a proyectar. Pero, “no porque no sepa hacer eso que le piden, sino porque ya tiene ese mandanto inculcado por sus padres”, comenta Olivares.
Educar en lo positivo, en la valoración de uno mismo. Esa es la idea. Nadie nos enseña a ser padres. Las relaciones humanas se dan con el paso del tiempo.
Por eso es muy importante reconocer que las palabras son una impronta en la constitución de cada individualidad. Que los niños y jóvenes crezcan con amor y felicidad, sintiéndose a gusto con ellos mismos y seguros de las decisiones que toman. Regalarles momentos felices, palabras y gestos de aprobación, aceptarlos, una mirada de cariño, dotarlos de confianza y seguridad. Motivarlos a través de palabras de aliento y superación.
En palabras de Ximena Olivares, una buena forma de educar a nuestros hijos sería enseñarles a ser perseverantes, a tomar decisiones. Educar en la verdad, frente a cualquier situación de la vida. Saber poner límites, el decir “sí” y “no”. El acompañamiento, el “ir a la par; pero como papá” junto a un hijo.
Pensemos cómo les hablamos a nuestros jóvenes y sabremos cómo se hablan a ellos mismos. Porque, de alguna manera, somos responsables de ello: hemos participado en la construcción de su mundo; y lo hemos hecho a través de las palabras.