Con plumas maestras a lo largo de su historia, que el 6 de junio - como hoy - se haya designado al Día de la Lengua Rusa obedece al aniversario del natalicio del gran poeta Alexandr Pushkin. Más allá de esta ponderación significativa, las obras literarias legadas al mundo por hijos de esta tierra marcan que también otros escritores de una dimensión extraordinaria bien podrían haber sido designados con igual mérito.
Entre éstos, la elección de Leon Tolstoi (1828-1910) en esta semblanza no es ociosa. Su "Ana Karenina" (1877) es una denuncia de la hipocresía que se hallaba debajo de la piel de la sociedad rusa de su tiempo. Más allá de su monumental "Guerra y Paz", el escritor nacido en Yásnaia Poliana, Tula, puso en evidencia cómo los imperativos morales de la nobleza fueron sostenidos por ésta como uno de sus bastiones identitarios.
La leyenda alrededor de este escrito remite a que Tolstoi se inspiró en la hija mayor de Pushkin - María Hartung - durante una comida compartida. El gran tema de fondo es la decisión drástica que ella tomó: el suicidio. Los convencionalismos sociales ya la habían condenado por su infidelidad, afectando los parámetros de la época.
Como bien le corresponde a un texto clásico, la mirada del otro está atravesada por valores y contravalores en pugna que terminan construyendo puntos de contacto en la visión crítica del hecho artístico, siempre entrelazado con el contexto social de su tiempo.
En su descripción subyacen pautas de socialización evidentes conforme al sector de pertenencia, en una nobleza local que se prepara paulatinamente para cambios medulares más de fondo que de forma. Hay evidencia de que se está frente a una obra que continuamente va lanzando mensajes entrelíneas, dignos de ser decodificados.
La obra realza el realismo en la literatura rusa en un momento trascendental de las metamorfosis internas surgidas desde las propias entrañas del convulsionado ambiente social. Escrita entre 1875 y 1877, se adentra en el tono de la también denominada novela psicológica del momento. Tolstoi le impuso un sello personal a un texto rico y complejo a la vez, con una agudeza que permita valorar el proceso de destrucción del estereotipo.
La puerta de entrada a la empatía que se advierte entre Ana y el conde Vronsky parece implicar la construcción del poder desde tres ángulos diferentes.
Así: 1) el poder de Ana será el del derecho a decidir de motu proprio, rompiendo el molde de la condena social por el cánon aristocratizante del entorno en el cual se mueve; 2) el poder de Vronsky se liga con su identidad de habitante de un micromundo de la nobleza en el cual la ostentación es parte de sus cartas credenciales, al punto de que el Conde actúa guiado por su instinto de codicia, sin límite que lo contenga; 3) el poder real de Alekséi Karenin, el alto funcionario sobre cuyos hombros recaen decisiones trascendentes en relación a la naturaleza política del presente, lo cual no significa que haya negado la -a esa altura- comidilla de la aristrocracia: el vínculo amoroso entre su esposa y el amante. En la primera fase él lo sospecha, en la segunda lo comprueba y en la tercera perdona a Ana, aunque le niega el divorcio como modo claro de asumirla como propiedad privada.
Las imágenes de la conquista del poder son recurrentes, haciendo evidentes la tensión entre lo que la ciencia política de manual define como diferencia entre agonal (la pelea por ocupar espacios, alcanzar y conservar el poder) y arquitectónico (una vez obtenida ese poder, el cómo definir y luego ejecutar el proyecto de gobierno). Si esa tensión no existiera, el estancamiento social será la consecuencia lógica de la inacción. Así, se presenta el contraste entre aristócratas y jornaleros, en diferentes planos espaciales, lo cual resumen el sentido de la lógica de las contradicciones.
Las metáforas poéticas sobrevuelan la obra a cada momento y el tren actúa como un vehículo de emociones que desanda el trecho entre el inicio y el final. Allí, en uno de sus vagones, viajó Ana desde San Petersburgo hasta Moscú, compartiendo el camarote con la madre de Vronsky, por lo cual se produce el primer contacto entre los futuros amantes. Allí también, delante de un ferrocarril, Ana se suicida cuando su propia situación personal la había hecho caminar por una cuerda floja sin red que la pudiera contener. Tolstoi supo reflejar ese mito de Sísifo que trasluce su visión: el poder como carga; ergo, el poder como condena.