Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Dicen los astronautas que llegan a las estaciones orbitales o a mamotretos que andan dando vuelta alrededor nuestro que al principio les cuesta mucho concentrarse en sus trabajos, porque el panorama que tienen abajo es tan bello, tan deslumbrante, tan regio que no pueden dejar de mirar. No se les cae la Tierra de los ojos.
Es el planeta azul, el tercer planeta del sistema solar, el nuestro. ¡De qué maravillas nos dotó el creador, el generador, el Cosmos o como quieran llamarlo! Azul por el agua hacedora de toda la vida, responsable de que ahora podamos contemplarlo, pero con tonalidades amarillas, verdes, y diversos colores más. ¡Qué hermoso planeta nos dotó la vida! Un puede encontrar planetas como Marte que es un grandioso cascote espacial más insulto que fideos sin tuco, o un Saturno que se hace atractivo por sus anillos, pero bello, fantásticamente bello como La Tierra ninguno.
Los científicos atisbadores de horizontes lejanos, han descubierto planetas parecidos en la lejanía, con características casi similares, pero ninguno como la Tierra. Las fotos que nos llegan de las naves que se separan de nosotros muestran una maravilla cósmica incomparable.
Y encima tan cargado de posibilidades que hizo posible la vida, nada menos que la vida, con lo tremendo que eso significa.
Posiblemente algún día encontremos un planeta más lindo, más prolífico, más pletórico, pero mientras ocurre es lo más bello que conocemos. Tal vez no seamos los únicos seres vivos del universo, pero la escenografía que nos tocó en suerte es incomparable.
Y pensar que hay necios, de todo tipo de necedad, que pueden destruir todo con solo apretar un botón. Los conflictos desatados con las bravuconadas de Norcorea han obligado a los Estados Unidos de la USA que nos usa a dar una respuesta y cada vez estamos más cerca del conflicto.
El hecho de que exista la posibilidad, no digo el hecho de que ocurra, sino de que exista la posibilidad, es una de las grandes taradeces de la humanidad de todos los tiempos. Los humanos, que deberíamos estar preparados para mejorar la vida, estamos preparados para la destrucción total, pero absolutamente total. Cuando Borges escribió la Historia Universal de la Infamia se le escapó este capítulo.
Es lo mismo que encontrar una flor en el desierto y pisarla. Deberíamos los hombres, todos los hombres de este mundo organizar una manifestación fantástica y no pedir, exigir, que se eliminen todas las armas de destrucción masiva que existe en este el planeta, absolutamente todas.
Dejemos por un instante de mirar los noticieros que se empeñan en mostrarnos el lado malo de la vida y miremos hacia el otro lado de la medianera. Ha hecho cosas hermosas el hombre en su pasado y las sigue haciendo, no todo es terrible ni destructor, hay mucha gente que apuesta por la vida durante todos los días de su vida. Impedir, ya no solo que se ponga en práctica la destrucción, impedir de que exista la posibilidad de destruir debería ser una de nuestras preocupaciones cotidianas.
Se trata del planeta azul. Dicen que los astronautas durante mucho tiempo, mientras giran en sus órbitas perfectamente previstas no pueden dejar de mirar hacia abajo, esa maravilla que de alguna forma los sostiene. Es una joya del universo y nosotros, estamos dispuestos a pagar su existencia con bombas. ¡Qué imbecilidad, por Dios, o por el Cosmos, qué imbecilidad!