Después de varios viajes realizados y muchos aviones, me subí a una nueva travesía. Regresar a Madrid es como sentirse en casa. Tiene tanto de nuestro o nosotros de ellos, que a uno lo hace sentir familiar… Madrid es el trampolín para despegar a nuevos horizontes. Y así fue.
Como siempre Salamanca es mi segunda casa. Hablar de esta hermosa ciudad, o la “Roma chica” como le dicen, siempre es parada obligada en mi vida, por lo que significa. Un destino a 2 horas y media de la capital que vale la pena recorrer.
Llegar en tren, pasando por Ávila con su imponente muralla y de pronto Salamanca. Ciudad elegante que transpira cultura e historia y donde el creador de nuestra bandera, Manuel Belgrano, estudió leyes.
Sus grandiosas catedrales y su gran plaza son sin dudas de las más bonitas que he visto en España y en el mundo. Luego desde Madrid partí a las ciudades imperiales: Praga me dio la bienvenida.
Encontré una ciudad sacada de un cuento. Uno debe perderse e ir descubriendo cada rincón. El Río Moldava, con su puente Carlos. Su plaza principal y el casco viejo.
El Templo de Tyn es, sin embargo, el edificio más imponente de esta plaza. De 1375, sus dos torres de 80 metros de altura sobresalen por detrás de las casas barrocas cuyas fachadas dan a la plaza.
La gran atención se centra en el reloj astronómico del antiguo ayuntamiento. Es del año 1410 y cada vez que da la hora se despliega un pequeño carrillón, lo que le convierte en una de las atracciones turísticas más populares de esta ciudad. Los miles de turistas esperan a las 12 para apretar sus cámaras y disfrutar de este show.
Cita obligada es el viejo cementerio judío, las sinagogas, la Catedral incluida y la subida a la torre, el Castillo de Praga (incluido el Palacio Real, el Callejón del Oro y la Basílica de San Jorge). Recomiendo para esta ciudad 3 o 4 días. Importante hospedarse en el centro y así uno gana tiempo. Su aeropuerto queda a unos 17 km y de ahí hay buses que llevan al Casco principal.
A 4 horas de tren, Viena. Es accesible para cualquiera. La capital austríaca es impresionante. De las más elegantes que he visto. Desde su gente es impecable hasta cada uno de sus rincones.
Tiene ese toque que la distingue porque es refinada por donde la mirés. Belvedere me hizo acordar a París. Era como caminar por Versalles. Los jardines son la máxima expresión de la arquitectura paisajística barroca.
Frente al castillo se construyó el llamado "estanque espejo", para que en él se reflejara la fachada del palacio. El Jardín de los Alpes, en los jardines de palacio, es el más antiguo de Europa.
El corazón de la colección del Belvedere está formado por 24 pinturas de Gustav Klimt, entre las que se encuentran las imágenes doradas de El beso y Judith. Se pueden hacer fotos sin problemas.
El Palacio Schönbrunn de estilo barroco, con su vasto parque, figura entre los monumentos artístico-arquitectónicos más importantes del patrimonio cultural de Austria.
En el Hofburg, el Museo Sisí. A los amantes de ella, la legendaria emperatriz Elizabeth, les recomiendo un ticket que incluye todo para salir empachado de su historia y vida.
Una gran variedad para cada día en Viena. Por algo no es sólo la capital con mayor calidad de vida en el mundo sino que se autoproclama como la “ciudad de la música” por antonomasia, un título que sustenta con orgullo y que atrae.
Viena, con 4 días, va bien. No te vayas de esta hermosa capital sin probar la tarta Sacher (que es de chocolate) y un rico café, disfrutando de esta ciudad chic.
Luego llegó Budapest, un viaje de 3 horas. Está formado por Buda y Pest, situadas respectivamente en la orilla occidental y oriental del Danubio. De las 3 capitales, es la que iba con más inquietud de saber con qué me iba a encontrar. Tampoco es una ciudad cara para comer y darse algún gusto.
Su aeropuerto está muy alejado de la ciudad y es importante recordar que su moneda es el florín húngaro. Pest es la zona más extensa y poblada.
Y Buda tiene como gran atracción el Castillo de Buda, con más de 7 siglos de antigüedad. Ha sufrido innumerables conquistas y destrucciones.
Tiene una vista maravillosa de la ciudad y no debes perderte el cambio de guardia. El Palacio Real es bello, con un estilo neo-barroco de principio del siglo XX.
Un consejo es tomar un tour turístico por 24 ó 48 horas. Tienes la libertad de subir y bajar en cualquier parada de Buda o Pest y vas manejando los tiempos y eligiendo los lugares.
Mientras que Buda se suele asociar con los barrios ‘señoriales’ y de clase alta, Pest es donde se concentra la mayor parte de la población y de la vida urbana.
Se conectó con Buda gracias a la construcción del magnífico puente de Széchenyi (conocido como “puente de las cadenas”). Fue un acto de tal trascendencia que pocos años después ambas ciudades se fusionaron.
Quedé impactado con el Parlamento. Debes ir a las orillas del Danubio y embarcarte en un recorrido único. De un lado miras Buda y del otro Pest. No te cansarás de hacerle fotos.
Con 40 millones de ladrillos, medio millón de piedras preciosas y 40 kg de oro, se puede entender un poco mejor los motivos de su belleza. Visita su mercado central y brinda con cerveza y saborea sus exquisitos platos que tienen al goulash como estrella.
Ya de regreso a Madrid, un poco de descanso y una buena escapada a Sevilla en AVE en 2 horas y media, vale la pena. Sevilla recibe con su calor insoportable en agosto superando los 40, pero nunca te quita las ganas de pasearla y disfrutar.
La Catedral de Sevilla es la 3ra más grande del mundo y la Giralda, que es el ícono de esta capital andaluza. El Real Alcázar es un banquete para la vista.
Sus jardines con caracteres árabes, renacentistas y modernos, se compone de varias terrazas, fuentes, naranjos y palmeras. Imposible no ir al barrio de Santa Cruz y perderse por sus callejuelas. ¡Hermoso! El Barrio de Alfalfa o el de Triana y un sin número de atractivos que invitan a soñar.
Llegaba el sueño por cumplir. Ya un mes en Europa, me transporté, después de 8 horas, desde Madrid a la capital del mundo: New York.
Te conquista desde el cielo y llegar al aeropuerto JFK es una postal con lo que te encontrarás luego. Ya sus 8 terminales y vuelos que salen y llegan cada 6 segundos te impresiona.
Me hospedé en pleno Time Square, el centro de todo. Perderse en esta city es imposible. Perdés miedos al ver que todo está enumerado y jamás te meterás en un laberinto. Te deja mudo esta capital con millones de actividades por hacer y un sinfín de razas y culturas.
En una semana la recorrí de punta a punta. El Central Park, el pulmón de la ciudad: caminarla un domingo es un acierto. Manhattan, con todo lo que significa, pone la piel de gallina y emociona con el homenaje al atentado. Soho y China Town para caminar y desayunar o almorzar como un verdadero neoyorkino. Una ciudad cara pero con una variedad para todos los bolsillos. La noche en New York tiene su atractivo.
Sus rascacielos se iluminan y dejan conquistar la vista. Sus pantallas gigantes que no toman descanso con millones de imágenes que quedarán en tus retinas.
Algunos consejos: recomiendo realizar una excursión llamada “los contrastes de New York”. Ver los barrios de Bronx, Queen y Brooklyn y desde ahí cruzar a Manhattan por el puente, ya que tendrás la mejor vista de la zona financiera con sus miles de edificios que se pierden en el cielo.
Vale la pena ir “gratis “desde Staten Island a la gran dama: Estatua de Libertad. No pagás y te vas en ferry de una punta a la otra por el Río Este y la ves en todo su esplendor.
No te vayas de New York sin subir al piso 86 del Empire State. ¡Una pasada! Subís en segundos y tenés la vista de todos los puntos. No hay grandes colas y andá con tu celular cargado o cámara de fotos porque agotarás todas las baterías.
¡Impresionante porque parece que ves maquetas desde el cielo! La Biblioteca te dejará mudo. Cero peligro a la hora de salir a conocerla. Una ciudad muy limpia teniendo en cuenta los millones de personas que viven.
New York tiene eso que la hace única, desde su ruido, su grandeza y su encanto. Imposible comparar ciudades. Ni New York es mejor que París, Londres o Roma o al revés porque cada ciudad tiene su toque. Me fui agotado de no parar ni un segundo de regreso a Madrid y de noche lo cual fue el mejor regalo para despedirme de este sueño cumplido.
Como cierre de este mes y medio de viaje, elegí una ciudad que siempre la dejé de lado por el motivo que no la podía conectar con otras capitales cerca: Lisboa.
La capital portuguesa tiene algo especial: su gente. Cálida y servicial como pocas. Te hacen sentir en tu propia casa. Su piedra caliza que se desmigaja, azulejos de colores en las paredes y techos de tejas rojizas.
Siendo la capital más antigua del Oeste de Europa, tiene un pasado fascinante que se deja ver en la enorme cantidad de monumentos, iglesias opulentas y museos llenos hasta los topes que hay que ver. Conserva ese encanto que no dan ganas de irse.
Callejear y recorrerla. Subirse a los tranvías, ir a Belem y a la noche un paseo por las orillas del Río Tajo. No tiene precio. Como si fuera poco, Lisboa está llena de tiendas, bares y restaurantes en los que degustar un buen bacalao y un vino, es sagrado.
Luego de tanta travesía llega el post viaje, donde pasás mirando tus miles de fotos y recordando cada ciudad con su encanto. Viajar te enriquece. Viajar es de esos placeres que nos llevaremos en las retinas, en el corazón, para siempre.