Por Carlos Sachetto - Corresponsalía Buenos Aires
A primera vista y con los números disponibles, todo se ajusta a los cálculos previos: ganó Daniel Scioli, segundo fue Mauricio Macri y tercero Sergio Massa. Está claro que con ese dato no se resuelve la proyección hacia octubre, si es que se quiere especular sobre la posibilidad de que el próximo presidente surja de una primera vuelta o si será necesario un balotaje.
Van a jugar las diferencias finales entre ellos, el tejido subterráneo que comenzarán hoy mismo a realizar las fuerzas para alcanzar algunos acuerdos políticos y -de manera fundamental- las expectativas con las que el electorado enfrente la elección decisiva. Mirado de este modo, se podría decir que las PASO no sirvieron para nada y que el enorme esfuerzo económico y humano que se hizo fue inútil.
Pero hay otra interpretación posible sobre la certeza de que nada está dicho, porque eso en sí mismo es muy revelador. Ni Scioli arrasó como para asegurarse definitivamente un próximo triunfo que le garantice la presidencia, ni Macri hizo estallar las urnas con su propuesta de cambio, ni Massa se entregó a una polarización extrema entre los otros dos.
A los tres les queda mucho trabajo por delante y en eso consiste la política electoral. Nadie es totalmente dueño de los votos, por lo que deberán primero defender y retener los que obtuvieron ayer, pero también convencer a los que les fueron ajenos. Ahí comienza esa cambiante trama política que muchos llaman “roscas” y otros “negociación”.
La gran incógnita que queda planteada para octubre está ligada de manera íntima con la fuerza hasta ahora hegemónica de la política argentina desde hace 70 años, que es el peronismo.
Si los resultados de las primarias se repitieran el próximo 25 de octubre, el peronista Scioli debería enfrentarse con Macri en segunda vuelta. ¿Qué harán entonces los peronistas que ayer votaron a Sergio Massa y a De la Sota? ¿Seguirán votando peronismo y apoyarán a Scioli, o darán un difícil salto hacia el macrismo?
Tampoco está claro que todos los radicales que sufragaron por Ernesto Sanz se sumarán al candidato del Pro. Los compromisos que a veces asumen los dirigentes desde las superestructuras partidarias, no siempre tienen la misma firmeza en sus votantes. Menos todavía en aquellos grupos duros, donde las convicciones ideológicas marcan un límite de tolerancia.
En ese registro están, por ejemplo, quienes acompañaron ayer la propuesta del Frente Progresistas, encabezado por Margarita Stolbizer. Ese sector que representa a la centroizquierda ligada al socialismo está muy lejos de compartir ideales con los seguidores del jefe de Gobierno porteño. Saltar de allí a votarlo a Macri aparece en principio como una aventura irrealizable, y mucho más para el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) que encabezaron Nicolás Del Caño y Jorge Altamira.
La consigna Cambiemos deberá calar muy hondo desde lo conceptual para arrastar tantas diferencias, y ese es el desafío de quien pretende darle un vuelco a la política argentina desde una fuerza que ayer tuvo su bautismo a nivel nacional. Tendrá el macrismo 75 días para revertir no sólo la distancia que ayer lo separó de Scioli, sino también el pensamiento de muchos argentinos.
El Frente para la Victoria (FpV) festejó el triunfo con un discurso nada sorprendente de su candidato presidencial, pero la realidad indica que Scioli no hizo la elección que el oficialismo esperaba. No llegó al ansiado 40 por ciento que daban por descontado y para eso influyeron también cuestiones internas del kirchnerismo. En el círculo más íntimo del gobernador bonaerense se escucharon críticas a varios intendentes del conurbano y también a La Cámpora.
Ocurre que las promesas que recibieron quienes decidieron abandonar el Frente Renovador (FR) de Massa para volver al campamento oficial, no se cumplieron. En eso, los patrones territoriales del peronismo son implacables: si no hay pago político, no hay votos, y vaya si lo hacen.
Dos conceptos finales para el vetusto sistema de votación con boletas múltiples y para el papelón del ministro de Justicia de la Nación, Julio Alak, que no supo ante las cámaras lo que significa la sigla PASO. Lo primero es inadmisible en cualquier país serio. Lo segundo también.