Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
El peronismo está sacudiéndose la ropa y haciendo como que nada pasó, como cualquiera que va caminando y se pega un porrazo en la Peatonal y San Martín. Dicen que no es momento de buscar culpables e intentan mirar hacia adelante. Pero los moretones están a la vista y el dolor no se puede disimular, por más que fuercen una sonrisa de ocasión.
La procesión va por dentro y no tanto. Guaymallén y Las Heras son los focos de la bronca interna. Hay pases de factura por doquier, apuntando a los dirigentes de esos departamentos como los grandes culpables de la mala suerte en la provincia. Pero lo que no entienden tal vez es que el debate debería ser mucho más profundo.
Si el peronismo no quiere buscar culpables aún, mucho tiene que ver con que en apenas seis semanas hay que votar nuevamente. Y una guerra pública sólo limará sus posibilidades. Esta vez tiene un consuelo: los candidatos a legisladores nacionales van “colgados” de la boleta de Daniel Scioli. Si él gana, calculan, también ganarán Anabel Fernández Sagasti y el muy golpeado Rubén Miranda, el intendente lasherino.
Pero enfrente, además de a Mauricio Macri, tendrán como cabeza de las boletas legislativas a un viejo conocido suyo: Julio Cobos, al que señalan como el gran responsable del triunfo radical en Las Heras y Guaymallén, casi un experto en derrotarlos. Entonces, reaparecen viejos fantasmas y hasta el temor de un corte de boleta que haga perder nuevamente al FpV local, por tercera vez en el año.
Los candidatos perdedores dicen estar tranquilos con su conciencia, que hicieron todo lo que debían y podían para ganar. Que la gente decidió y, después de todo, no está tan mal ese casi 40% que obtuvo Adolfo Bermejo.
Ese “todo lo que debían y podían” se queda en la simple campaña electoral y no ven que el mensaje va mucho más allá: los mendocinos les dieron la espalda no por los tres o cuatro meses previos a la votación, sino porque antes no hicieron todo lo que debían y podían en la gestión, tanto provincial como municipales.
La paliza de hace una semana cuestiona y debería obligar a rever el modelo de construcción territorial del poder que el PJ adoptó hace dos décadas. No es simple, está claro, y cuando se interroga al respecto, ni siquiera pueden imaginarse cómo sería el nuevo liderazgo, ni quién sería el indicado.
Por ahora, algunos intentan ver quién salió menos golpeado para buscar al futuro jefe de la reconstrucción.
“El resultado no genera automáticamente un líder, va a haber un proceso largo que no necesariamente va a a decantar en un ganador”, advierte un conocedor de la dinámica peronista.
Será por el adelantamiento electoral, por la fallida municipalización (creyendo tener un poder que ya no tenían) o porque los candidatos no convencieron, la cuestión es que el PJ volvió a demostrar, como en 2003 (la otra votación desdoblada en 32 años), que sin el “arrastre nacional” se le complica ante la UCR.
Ninguno puede decir que quedó indemne después del domingo en el que perdieron la Provincia y, sobre todo, la mitad de las comunas que gobernaban, con seguridad algo que nunca se imaginaron en enero, cuando fijaron las fechas electorales.
Los Félix ganaron San Rafael, pero perdieron el dominio sobre esa suerte de mini provincia que habían armado junto a Alvear y Malargüe, que serán radicales desde diciembre; además, no parece fácil que puedan extender su influencia hacia el norte.
Entre los azules, Alejandro Bermejo ganó muy cómodo Maipú, pero su proyección provincial está más que en duda luego de que su hermano Adolfo lo intentara dos veces y fracasara.
Jorge Giménez empezará en diciembre su cuarto mandato en San Martín, pero nunca demostró ambiciones provinciales. Martín Aveiro, desde Tunuyán, es otro que ganó bien y quizás sea la cara más nueva de este peronismo, pero de ahí a ser un líder provincial hay mucho trecho.
El lunes, Cristina Kirchner llamó al gobernador, Francisco Pérez. Dicen que no hubo reproches, sino más bien contención y sí mucha sorpresa por la derrota en Malargüe, al que identifica como el territorio de Jaque. No mencionó que cuando vino a apoyar a los candidatos del FpV, a principio de mes, prometió llevar de nuevo el gas natural a ese departamento. Nada alcanza cuando la gente se cansa.
Pero la Presidenta sí dejó un mensaje a Pérez, a modo de consejo: hay que apostar a lo nuevo, hay que dar vuelta la página con caras que no estén desgastadas. Quizás ella esté pensando en sus “jóvenes” de La Cámpora y en Fernández Sagasti, su predilecta.
Un funcionario que arrancó su militancia hace tres décadas acepta que hay que volver a las premisas del bordonismo, que le aseguraron al PJ cinco triunfos al hilo, con una conducción y un proyecto claros.
Aunque admite que hoy no se ve esa figura capaz de conducir a todo el partido y apunta, como Cristina, que tal vez haya que buscar entre los que tienen entre 30 y 40. Pero descarta a La Cámpora: son soldados de un ejército, no están para liderar, aclara.
Hace dos décadas que el aún hoy oficialismo empezó a delinear el esquema de poder actual. Eran los tiempos de Pardal, Amstutz, García, Russo, Pont y Pellegrini, entre otros. Ellos empezaron a disputarle el poder a los gobernadores de turno, primero tibiamente con Rodolfo Gabrielli y luego más abiertamente con Arturo Lafalla.
Esa avanzada marcó el fin de los liderazgos provinciales del PJ y el comienzo de un tiempo de caudillos, limitados a su “quintita” y recostados en su “color”. Desde entonces, cada dos años, todos confluyen en una mesa y se enfrentan por los cargos, aunque siempre terminan acordando y van unidos a las elecciones. Como ahora. También siempre olvidan la importancia de un proyecto de Provincia. Como ahora.
De ellos no se pueden esperar las transformaciones trascendentales que necesita Mendoza. Son básicamente conservadores por definición: quieren mantener a rajatabla el statu quo. Por eso rebotaron el límite a sus reelecciones y buscan que nada cambie.
Este esquema, hay que decirlo, ha cosechado más fracasos que éxitos electorales, pese a que su fin principal es ganar para mantenerse en el poder.
El maipucino Chiqui García perdió la legislativa de 1997 y la gobernación en 1999. El guaymallino Pardal y el lasherino Amstutz triunfaron en la legislativa 2001, en plena crisis nacional y fracaso de la Alianza. Pero Amstutz (tras derrotar en la interna a Pardal) se quedó sin la gobernación en 2003.
El maipucino Adolfo Bermejo y el sanrafaelino Omar Félix perdieron la legislativa de 2009 por paliza. El guaymallino Alejandro Abraham con Félix nuevamente perdieron la legislativa de 2013. Ahora fue el turno de volver a caer de Bermejo, más allá de su buena performance.
Es cierto que el malargüino Jaque ganó la gobernación en 2007, aunque él no llegó a la candidatura por su condición de ex intendente. El último triunfo fue en 2011 con Pérez, que nada tiene que ver con el poder territorial de los intendentes y llegó a la candidatura precisamente por eso: no representaba a ningún sector y por lo tanto era el que menos molestaba, el que todos creían que finalmente podrían manejar.
Pero que no haya sido intendente no significa que escapa a la dinámica impuesta por ellos. Pérez llegó porque el Chueco Mazzón lo apuntó y luego la tremenda elección de Cristina lo puso en el sillón de San Martín. De hecho, el Gobernador empezó a imaginar su postulación apenas un año antes de la votación y poco pudo hacer para construir internamente en los meses que pasaron hasta que fue bendecido. Su posterior gestión demostró esa improvisación.
Para salir de la chatura, el peronismo necesita un líder que pacientemente, pero sin pausa, comience a construir poder más allá de su feudo, sume aliados en toda la provincia sin importar los colores internos y desarrolle un plan para llegar a la gobernación con espalda propia y respaldo de la mayoría.
Obviamente, no tiene que pretender hacerlo en dos años, ni en cuatro. Más o menos lo mismo que hizo Alfredo Cornejo, el ganador de hace una semana, cuando el radicalismo perdió en 2007.