El peronismo mendocino aún no toca fondo

El peronismo mendocino aún no toca fondo
El peronismo mendocino aún no toca fondo

Alejado de la realidad, recostado en un discurso que atrasa, encerrado en un diagnóstico autocomplaciente, el peronismo mendocino sufrió este domingo la peor de las derrotas de los últimos años, la que le mostró que no ha tocado fondo aún.

Es cierto que viene de dos palizas similares en las anteriores legislativas (2009 y 2013), es cierto que perdió a nivel provincial cinco veces seguidas en 2015. Pero la de ayer es la derrota que le confirma que así como está, no puede seguir.

Podría argumentarse que le cuestan las legislativas porque desde hace 20 años sólo ganó una. Pero la razón profunda es que desde entonces se ha atado a un modelo de construcción de poder municipal y no provincial.

El peronismo mendocino es la sumatoria de pequeños feudos que nunca llegarán a convertirse en reino porque precisamente le falta un rey. Por eso, elección tras elección, se ha conformado apenas con un señor feudal que se impone a otro gracias a alianzas internas que varían según la ocasión y la conveniencia.

El último "rey" fue José Octavio Bordón, que desarrolló un proyecto político en base a una construcción de poder provincial y no por la sumatoria de territorios. Los señores feudales que vinieron después no eran más que punteros en aquel esquema.

El problema empezó justamente cuando esos punteros quisieron reinar. Como dice el Martín Fierro, "al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen" y por más que quisieran vestirlo de rey, al señor feudal 'estrella' de turno lo delataron los modos toscos, la escasez de ideas, las limitaciones personales y el liderazgo apenas municipal.

Esa carencia de un líder real la disimuló el peronismo durante años con el Chueco Mazzón. Un operador oscuro desde Menem a Kirchner, pasando por Duhalde, con todo lo que eso significa: un pragmatismo alejado de cualquier ideología y sólo atado a la necesidad de ganar.

El problema de Mazzón era que su influencia se basaba en su llegada al poder nacional, pero carecía de votos en Mendoza: no podía ser candidato a nada y sin votos, nadie puede ser rey.

El historial electoral del PJ muestra que desde 1997 hacia acá, casi siempre un intendente estuvo al frente de las listas y casi siempre perdieron.

Los maipucinos Chiqui García (1997 y 1999) y Adolfo Bermejo (2009 y 2015), los guaymallinos Jorge Pardal (2001) y Alejandro Abraham (2013), el sanrafaelino Omar Félix (2009, 2013 y 2017), el lasherino Guillermo Amstutz (2001 y 2003) y el malargüino Celso Jaque (2007) integran esa nómina.

De ellos, sólo triunfaron Pardal y Amstutz en el 2001 de De la Rúa, del estallido social y económico del país, y cuando el oficialismo no tenía chance alguna. Un poco más acá, en 2007, Jaque ganó la gobernación pero su gestión fue mala y la provincia le quedó grande.

Luego, como un corolario digno de este peronismo, apareció como atajo de la lucha interna Paco Pérez, cuya candidatura y posterior gobernación sólo pueden entenderse y explicarse por el esquema de poder territorial/feudal del PJ y el dedo de Mazzón.

Pérez les sirvió de excusa a todos los intendentes peronistas durante cuatro años. Eran 12 en ese momento. Y le hacían sentir sin disimulos al débil gobernador que el poder pasaba por otro lado.  Pero esa “excusa” se les terminó en 2015, con otra derrota peronista y de otro jefe territorial.

Tal vez, esos sólo siete puntos que lo separaron del triunfante Alfredo Cornejo hace dos años le hicieron creer que no todo estaba tan mal, pese al final caótico de la gestión. Por eso la fórmula se repitió este año y en las primarias terminó imponiéndose el acuerdo entre los cinco municipios que hoy controla el PJ, con Omar Félix como principal postulante.

Luego vino lo que vimos, una campaña paupérrima, un discurso que parecía olvidar que hasta hace dos años fueron gobierno (y por lo tanto grandes responsables de la situación actual) y un candidato que quiso vestirse de un progresismo que está lejos de sentir.

He allí las razones finales de ese 25 por ciento, pero no las principales. El peronismo necesita en serio y profundo un proceso de renovación, que va más allá de la mera juventud.

Si sólo fuera una cuestión de DNI, entonces el ala joven del kirchnerismo tendría ventaja, pero también tiene un problema: de la mano de Cristina no van a ganar elecciones en Mendoza y La Cámpora es una marca desprestigiada que hoy no saben cómo sacarse de encima.

Tal vez la situación sería más fácil si la elección del domingo hubiera permitido esbozar un nuevo liderazgo nacional. Al menos habría un camino a seguir y un nuevo dedo al que responder. Pero en el país también el peronismo quedó malherido.

Apenas quedaron en pie un puñado de gobernadores, la mayoría de ellos impresentables, como el formoseño Insfrán, el tucumano Manzur o los puntanos Rodríguez Saá.

Por eso, el PJ mendocino deberá arreglárselas solito. Sí debe tener en claro que esa renovación imprescindible, para volver a ser una opción creíble, no se logrará en dos años ni se hará con ninguno de los que hoy ocupan la primera línea partidaria.

Tal vez, con suerte, podrá hacer ese recambio en seis años, pero todo depende de la voluntad y de que aparezcan finalmente un líder y un proyecto. Mientras tanto, estará condenado al infierno de la política: dormir lejos del poder.

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