Es bien sabido que la ética del conocimiento es la comunicación. Es difícil resumir en menos palabras el deber moral del estudioso: su perfección como tal es brindar a otros lo que sabe. Pero si la comunicación en sí misma es una ética, es decir, un modo de comportamiento, también es cierto que también existe una ética de la comunicación.
Las dos preguntas a las que responde la ética de la comunicación es qué se comunica y cómo se lo hace. No todo es comunicable: lo que se comunica debe superar un primer filtro, que es el del propio comunicador. Como criterio general puede decirse que la comunicación ideal es la que da a conocer la verdad, el bien y la belleza. Muchas veces la verdad no coincide con el bien ni con la belleza, pero es bueno saber y dar a conocer que esas cosas existen o suceden. Otro criterio imprescindible es la relevancia de lo comunicado. Las formas que adopta la comunicación deben estar en estrecha relación con la índole del contenido.
Los problemas éticos de la comunicación se plantean particularmente en el periodismo político, económico o de investigación. En otros ámbitos como el deportivo o el de espectáculos, estos dilemas son menos frecuentes porque los contenidos son menos sensibles y por eso es más frecuente la ausencia de escrúpulos al obtener y difundir la información.
Abordar la comunicación en el primer ámbito con los criterios del segundo es un problema. Muchos periodistas que hacen la transición no son conscientes de los desafíos que comporta.
Relator, periodista, vocero
Víctor Hugo Morales, antiguo relator de fútbol, se recicló en periodista hace varios años. Durante mucho tiempo su labor fue aceptable aunque lejos de ser destacada. Después se convirtió en otra cosa. Acaba de ser despedido del medio en el que trabajaba.
Probablemente el punto más alto de su exposición tuvo lugar cuando era el comunicador más popular al servicio del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. De esta época -setiembre de 2014- datan unas notables afirmaciones en torno al crecimiento de las villas miseria en todo el país.
El locutor aseguró que vivir en una villa (miseria) es "fascinante". Defendió la situación energética del país pese a los miles de millones de dólares que le cuesta anualmente la importación de hidrocarburos: "millones de personas tienen aire acondicionado, antes nos acomodábamos con el abanico, con una revista vieja".(?)
Negó el dato del diario de La Nación, que afirmaba que la población en villas porteñas había crecido 156% en los últimos 13 años. Según Morales se trataba "de dar a entender que hay más gente pobre", pero en realidad es por una cuestión de cercanía al centro de la Ciudad de Buenos Aires.(?)
"¿Vos te imaginás dos horas para venir y dos para ir? Si vos tenés la chance de vivir más cerca, en lugares bastante dignos como los que hay en las villas. Porque la gente se cree que son un verdadero desastre, pero nunca caminaron", expuso.(?)
"Si vos tenés tu trabajo a 20 minutos de micro aquí en Buenos Aires, lo que estás ahorrando de tiempo, de economía... y además es más fascinante de todas maneras darte el gusto de, por ejemplo, poder escaparte al Gaumont", el cine de la avenida Rivadavia, propiedad del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.
¿Un exabrupto, acaso? Más bien es la radicalización de una lógica.
Un comunicador no puede decir toda la verdad, por el simple hecho de que al igual que el resto de los mortales, tampoco puede conocerla. Está en su prerrogativa optar por verdades trascendentes o menores, sin dejar de observar que muchas veces las menores ocultan a las mayores. Lo que le está vedado es desfigurar la verdad, hacerla irreconocible: máxime cuando se trata de la exclusión y la precariedad de un importante sector de la población.
Comunicar o no
¿Por qué lo hace? Morales revista en una de las facciones que fragmentan el espacio público: sus afirmaciones y sus juicios están apuntados contra el enemigo. En este caso, el locutor descalifica las afirmaciones de la prensa adversaria, al precio de negar deliberadamente la verdad.
Dice la sabiduría popular que "en la guerra y en el amor todo vale" y también que "en la guerra la primera víctima es la verdad". Pero ninguno de los dos refranes son verdades absolutas. Tanto la guerra como el amor demandan un complejo y delicado protocolo que pocos advierten. Y si bien es cierto que una forma de perjudicar al enemigo es ocultarle la verdad y que la propaganda impide revelarla del todo, también lo es que para que funcione, la mentira debe parecer verdad, y por tanto no puede ser una falsedad absoluta. Morales, tropa subordinada, no puede o no sabe manejarse en estas profundidades.
Por otra parte necesita exposición pública. Para quienes viven bajo la luz de los reflectores, ante una cámara o un micrófono, perderla puede ser un mal a evitar por todos los medios. Esa exposición puede conseguirse de manera legítima o ilegítima. Entre las ilegítimas está la provocación o el escándalo, dos formas de obtener repercusión desafiando o hiriendo la sensibilidad o el buen juicio de la sociedad o de algún grupo social en concreto.
Morales provoca la reacción airada de la prensa contraria, las redes sociales y los foros de opinión, que se desgañitan en airadas críticas y descalificaciones. Su negocio está hecho: ha logrado ser el centro de atención aun a costa de su credibilidad y su prestigio como comunicador. Su objetivo es apenas diferente al de esos personajillos mediáticos que pueblan los programas de chimentos vendiendo su intimidad y sus miserias.
La tercera razón es la vanidad del continente. Podríamos definirlo como el "síndrome del locutor", aunque ninguna profesión de la comunicación está exenta de este mal: pensar que el vehículo es más importante que el contenido, que una voz sonora y trabajada, la dicción preciosista o un vocabulario exuberante son en realidad la esencia de la comunicación.
Un buen locutor se limita a optimizar el medio para mejorar la recepción del contenido. No juzga el contenido, se limita a reproducirlo. Eso vale también para los relatores de fútbol: por eso van siempre acompañados de un comentarista, que explica y juzga las alternativas del juego.
El locutor vanidoso en cambio piensa que cualquier cosa que se le ocurra, sin dejar de ser locutor, cobra valor porque él lo dice. No es importante lo que se dice o si se tiene algo para decir. Lo importante es el cómo.
En comunicación se dice que el medio es el mensaje. Hay mucho de cierto en el aforismo. Pero tampoco es una verdad absoluta, porque sin contenido no hay continente.
Estas malas prácticas constituyen la negación de la comunicación: ocultan, escamotean la verdad. Muchos han lamentado el despido de Morales en tanto supone una pérdida de la pluralidad sobre la que se funda la comunicación pública en un contexto democrático. Otra cosa es saber si se está extraviando algo realmente valioso o si en cambio se aplica una lógica de inventario.