Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
Edgardo Bauza nunca entró por la ventana a la AFA, sino por la puerta grande. Tenuemente lo esperaba, más que nada porque sabía que operaban a su favor interlocutores cercanos a Mauricio Macri. Establecido en Brasil, a punto de dirigir una nueva práctica del Sao Paulo, sólo aguardaba que su teléfono sonara. Y sonó. Apenas un par de horas después del pulgar levantado de Armando Pérez -cabeza del comite de regularización afista- para la carpeta presentada por Ramón Díaz. En esa zona gris que antecede a la firma de los contratos y a la presentación oficial, terció el poder de los cinco clubes grandes para dar el golpe de efecto decisivo. Daniel Angelici, Rodolfo D'Onofrio, Matías Lammens, Víctor Blanco y Hugo Moyano consensuaron su acuerdo. En la Casa Rosada se siguió el transcurrir de los hechos con un guiño complaciente, más allá de la histórica amistad entre el presidente de la Nación y ex DT de River Plate. Una cosa son los amigos; otra, naturalmente distinta, es La Selección.
La cuota de poder que se le endilgó al actual director técnico del seleccionado nacional fue absoluta, quizá parecida a la que recibió en su momento Carlos Bilardo cuando Julio Grondona lo designó tras el egreso de César Menotti. En aquellos momentos, el Narigón venía precedido por un título conseguido con Estudiantes de La Plata, pero para Don Julio era vital presentarlo como la cara opuesta al mal final de España 1982 y dar una señal de consistencia en su primera toma de decisión sobre el tema en su gestión, ya que cuando asumió - en 1979 - heredó al Flaco, quien había llegado a su cargo en 1974.
Bauza, sostenido por el peso corporativo de los cinco clubes más poderosos del país, encontró allí más respaldo que en la propia Asociación del Fútbol Argentino, abandonada a su suerte por la lucha de egos alrededor de quien ocupará el sillón presidencial. Sin Luis Segura como figura dominante - el dirigente se autoexcluyó - y con los cuadros grondonistas fagocitándose en una interna plagada de intrigas palaciegas, la anarquía había ganado el centro de la escena en Viamonte al 1300. Nadie se hacía cargo de la situación, que había caído en su pozo más prufundo tras la renuncia intempestiva de Gerardo Martino. A poco de Rio 2016, el Tata se había alejado cuando sintió que su influencia estaba en un plano descendente a partir de la negativa de los clubes a ceder jugadores para los juegos olímpicos. La competencia en suelo carioca, en realidad, fue la gota que colmó el vaso en la paciencia del rosarino, quien prefirió dar el portazo cuando se dio cuenta de que nadie lo respaldaba.
Sin embargo, Bauza no quedó a esperar directivas sino que de inmediato pateó el tablero. Viajó raudo hacia Europa y en su primer contacto convenció a Gonzalo Higuain de que mantenía el camino abierto para mantenerse como titular. "Sos el nueve de la Selección", le dijo. También, dada la tensión generada por el pase de Pipita desde el Nápoli a Juventus, le prometió descanso en la mini serie contra Uruguay y Venezuela para luego convocarlo contra Perú y Paraguay. Tras la aprobación del artillero del Calcio, el técnico hizo lo mismo con Lionel Messi. Una charla de tono informal entre las partes bastó para que el astro del Barcelona retrotrayera su drástica decisión y se reincorporara. La deslumbrante performance en el Malvinas Argentinas, frente a la Celeste, fue la mejor carta de presentación para la era Patón.
En el plazo corto de apenas una semana, el modelo de gestión Bauza comenzó a encontrarse con grietas a partir de una inesperada performance frente a la Vinotinto, en Mérida, cuando se consiguió un empate 2-2 luego de haber estado en desventaja por dos goles y a punto de recibir un tercero. Más allá de que numéricamente fue auspicioso el inicio con 4 puntos sobre 6 en juego, el principio de la discrepancia comenzó tras la pobre producción ante el colero y sobre todo porque apenas una corajeada de Lucas Pratto y un anticipo ofensivo en ataque de Nicolás Otamendi sirvió para evitar un colapso ante el rival más débil de las eliminatorias para Rusia 2018.
Lejos de atenuarse, quizá como un efecto retardado de la derrota ante los chilenos en New Jersey, el primer síntoma de rechazo del hincha se manifestó sin término medio y el murmullo alcanzó a futbolistas de renombre, de los cuales sólo quedó indemne Messi. Por tal motivo, las expresiones de desagrado se multiplicaron con Sergio Kun Agüero, Ángel Di María y Sergio Romero y en menor medida con un símbolo albiceleste como Javier Mascherano. Poco después, quien volvió a quedar en el centro del descontento fue Higuain tras su producción en el estadio Mario Kempes. En el medio, las esquirlas alcanzaron a Bauza, sobre quien se tejieron versiones acerca de un malestar de los jugadores por el estilo de juego preferido del DT. Toda una puñalada por la espalda - valga la expresión - para quien es considerado un conductor de grupos que siempre ha evitado los conflictos internos.
El Patón comenzó a quedar en el centro de los cuestionamientos a partir de algunas lecturas de juego que no resultaron convincentes, sobre todo desde la elección de quienes debían cumplir una función determinada. Por ejemplo, la del Kun contra los paraguayos, en posición de arranque como diez clásico y detrás de Higuain. Esa función fue la que le cupó al por entonces brillante promesa en Independiente de Avellaneda pero desde que llegó a Europa se adaptó a ser media punta tanto en Atlético de Madrid del Cholo Simeone como en el Manchester City de Roberto Mancini, Manuel Pellegrini y actualmente Pep Guardiola. O, también, la disociación entre Paulo Dybala y el Pipita, cuando en realidad juegan en posiciones cercanas en la Juve. Inclusive, Mascherano está alternando como defensor en una línea de tres en el blaugrana y hay otros jugadores que ni siquiera son titulares en sus clubes, tales como Chiquito Romero, Martín Demichelis y Ramiro Funes Mori, por ejemplo.
Los días que restan para la visita contra Brasil transcurrirán entre grandes interrogantes respecto del retorno de Messi y su gravitación para tener influencia en las decisiones del entrenador. La de Leo es una voz escuchada dentro y fuera del plantel. Sus opiniones suelen marcar la tendencia y a veces hasta modifican posturas tácticas, tal como pasó en Brasil 2014 con Alejandro Sabella tras el trabajoso triunfo sobre Bosnia.
Para Bauza, la combinación de un resultado positivo y una actuación aceptable ante la verde amarela le significará un mayor respaldo. Por el contrario, si Argentina se vuelve de Belo Horizonte sin sumar y con una pobre demostración de fútbol, el margen de adhesión se reducirá en un porcentaje gravitante. Los brasileños lo saben y eligieron el Mineirao, el mismo escenario del fatídico 1-7 contra los alemanes, con la mira en lograr una victoria resonante y que deje maltrecha a su adversario más enconado.