Se mire por donde se mire, la clase media fue el pato de la boda de Cambiemos; el invitado que llegó a la fiesta dispuesto a degustar manjares y se encontró con que era parte del menú. La razón es simple: no había otra. Por un lado, porque la situación económica del “país cómodo” que dejó Cristina era de una gravedad extrema, mucho mayor que la percepción que los argentinos tenían de ella. Por otro, porque la única manera de escapar del abismo al que nos acercábamos sin aplicar un ajuste social catastrófico como los de 1975, 1981, 1989 y 2002 era apostar a un aterrizaje de la economía seguido de un relanzamiento basado en la inversión.
Veamos el primer punto: las cifras de diciembre de 2015 son similares a las del fin de ciclo de la Convertibilidad. Algunas, iguales a las de 2000 o inicios de 2001; otras, de mitad de 2001; otras, de diciembre de 2001, y otras, peores que en 2001. El déficit fiscal de diciembre de 2015 (7%) por ejemplo, es igual al de diciembre de 2001, con una carga fiscal de aproximadamente la mitad. Y la relación Deuda pública/PBI de la Argentina desendeudada de 2015 (47,5%) había cruzado un límite que la Argentina neoliberal y endeudada sólo se permitió cruzar en 2001, pasando del 47% de 2000 al 55% del momento del colapso. En cuanto al atraso cambiario, el tipo de cambio real multilateral del 20 de diciembre de 2001 (69,7) era similar al del 10 de diciembre de 2015 (72,6%).
También el saldo negativo de la balanza comercial de 2015 (u$s -2.969 millones) del gobierno de la arquitecta egipcia que no quería importar ni un clavo fue mucho peor que el de la Alianza agente del FMI y las corporaciones, que logró un saldo positivo de u$S +6.223 millones en 2001 con precios de exportación que eran la mitad que en 2015 (76 contra 150 en el índice general, y u$s 160 contra u$s 323 en la tonelada de soja). Acaso por eso, más la fuga de capitales, las reservas cayeron u$s 7.694 millones en 2015 y quedaron reducidas, según el Gobierno, a u$s 25.000 millones, cifras similares a las del catastrófico 2001 (pérdida de u$s 9.863 millones y reservas de u$s 16.000 millones).
¿Se trataba solamente de la macroeconomía? De ninguna manera. Las personas bajo la línea de pobreza señaladas por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA en diciembre de 2015 (29%) constituían el mismo porcentaje en octubre de 2000 (29%), ya que el límite de 30% de pobres sólo se cruzó entonces en mayo de 2001 (32%), seis meses antes del estallido. Y lo mismo sucedió con la indigencia, que era de 5% en 2000 y en 2015, ya que el límite también se cruzó a mediados de 2001 (7,4%). En cuanto al funcionamiento general del país, para 2015 la economía kirchnerista llevaba cuatro años de estancamiento en los que el PBI sólo había crecido 1,2%; una crisis recesiva similar a la que había llevado a la Argentina de Menem-De la Rúa a crecer solo 2,8% en los cinco años anteriores a 2001.
De manera que para 2016 a Cambiemos le quedaban tres alternativas: 1) un ajuste devaluatorio-inflacionario feroz, como el que aplicó el equipo de Duhalde (Remes Lenicov, Pignanelli, De Mendiguren y Graciela Camaño) en 2002, cuyo resultado fue un aumento de 50% en la pobreza en ocho meses (de 39% denunciado por Duhalde al asumir en enero de 2002 a 57,5% de octubre de ese año); una hazaña que en países sin peronismo sólo se obtiene con guerras civiles y tsunamis; 2) un ajuste no devaluatorio ni inflacionario, con despidos masivos de estatales y baja veloz del gasto público, cuyas consecuencias desde el punto de vista social y de la gobernabilidad (especialmente, para un gobierno cuyo poder político propio es el menor de la Historia: un tercio de los diputados, un cuarto de los senadores, un quinto de los gobernadores) no es necesario mencionar; 3) lo que se hizo; es decir: manotear el único activo disponible (el endeudamiento externo bajo a pesar de que la deuda pública es alta) para amortiguar los efectos recesivos y socialmente regresivos del sinceramiento económico; salir del default pagando a los holdouts, sacar el cepo cambiario, preparar un blanqueo, disminuir la emisión y secar el mercado con Lebacs y esperar que la recuperación de la actividad demorara lo menos posible.
Todo eso se hizo, y bien. Se logró una quita de 38% en el pago a los holdouts (de u$s 18.995 millones a u$s 11.684 millones) a pesar de que el fallo en contra de Griesa estaba firme; se salió del cepo sin que el dólar se fuera a veinte ni la devaluación se fuera a precios (solo quince por ciento lo hizo, en todo el año); se disminuyó velozmente la inflación (a 1,5% mensual -18% tendencial anual- en diciembre) y se obtuvo una cifra récord con el blanqueo a pesar de que éste no garantizaba -como sí hacían los anteriores- impunidad sobre el origen de los fondos.
Se podrá objetar que el segundo semestre no llegó aún, lo que es una objeción no pequeña; pero hay que reconocer que: 1) el pronóstico era, necesariamente, demasiado optimista (así lo sostuve desde el principio); 2) los factores externos (Brexit, Brasil repitiendo el -4.8% en el PBI anual, elección de Trump) jugaron unánimemente en contra; 3) la actitud de la “oposición peronista-republicana” desde el conflicto por las tarifas en adelante, cuando el peronómetro indicó un presidente en baja de popularidad, no ayudó. Hablo de Solá denunciando una “cacería judicial contra Cristina”, de Lavagna sosteniendo que el de Cambiemos era “el mismo programa económico de la Dictadura”, de Alberto Fernández visitando a Milagro Sala y de Massa y los diputados del Frente Reciclador acordando un esquema de ganancias incompatible con el Presupuesto que habían firmado dos meses antes y plegándose a la maniobra del Club del Helicóptero encabezada por el camarada Kicillof.
Resumiendo: saliendo del cepo y el default Cambiemos evitó el colapso que la Alianza no pudo evitar por no animarse a salir de la Convertibilidad. Por eso 2016 no se pareció a 2001 ni a 2002 sino a 2014, último año no eleccionario gobernado por el kirchnerismo, en el que se pagaron el atraso cambiario y la emisión descontrolada usados para inflar artificialmente el crecimiento y el consumo durante el año electoral anterior. Por si hubiera dudas, cito los datos del PBI-serrucho del cuatrienio de Cristina: 2011= +6,1% / 2012= -1,1% / 2013= +2,3% / 2014= -2,6% / 2015= +2,4%; por un total de +11,1% en años electorales y -3,6% en años no electorales.
El retroceso del PBI de este año rondará el -2,6% de 2014, como todas las demás cifras, que demuestran que 2016 fue malo pero no peor que 2014: inflación: 41% (aprox., con siete puntos de ajuste de tarifas energéticas) contra 39% en 2014, con tarifas insustentables; empleo: 42,1% de la población, contra 41,3% en 2014; pérdida de empleos: 115.000 contra 250.000 en 2014 (según EPH) o 395.000 (según Ministerio de Trabajo); consumo: caída de 7% contra 6,5% en 2014 (datos de la CAME, la cámara empresarial más filo-kirchnerista del país); etcétera.
2016 fue un año malo, pero fue un 2014, no un 2002. Y si el país creciera 3% con continuidad por unos cinco o seis años, acaso los argentinos le encontremos la vuelta. No faltarán los que añoren las tasas chinas de los primeros años de Menem, de Kirchner o de Perón, olvidando a dónde nos llevaron aquellas platas dulces en los años sucesivos. Porque para cualquiera que estuviera vivo en 1975 y 2002 puede no ser muy claro si los mejores días siempre fueron peronistas, pero no puede haber ninguna de que las dos mayores catástrofes económico-sociales de nuestro país, el Rodrigazo y el Duhaldazo, llevaron el sello del Partido Justicialista.
La clase media fue el pato de la boda del año económico de Cambiemos, pero no podía ser de otra manera si se quería relanzar la economía sin hacer un ajuste masivo, devaluatorio-inflacionario u ortodoxo, y evitar un colapso social seguido de la probable caída del Gobierno. Importante originalidad, Cambiemos es el único gobierno argentino que, hasta donde recuerdo, no privilegia económicamente su base electoral sino que hace lo que cree mejor para el país. Los que lo votamos y pertenecemos a la clase media deberemos conformarnos por un tiempo si no queremos volver a lo anterior, con saber que vamos hacia una República donde todos los partidos que ganan las elecciones pueden gobernar y hacia un país sin autoritarismos ni mafias donde los hoteles de Cristina, las estancias de Báez y los bolsos de López serán cada vez menos probables, así como sus consecuencias: Cromañón, Once, La Plata, el narco por todos lados, un tercio de los argentinos en la pobreza y un sexto en la marginalidad.
Un crecimiento medio pero constante es lo máximo que puede ofrecer el mundo a la región en los años que vienen, según parece, y acaso sea mejor así. Toda la reflexión político-social que la crisis de 2001/02 había provocado, y que había llevado a algunos argentinos hasta a pensar que la culpa del fracaso del país estaba en nosotros y no en el extranjero, y en que para salir del pozo había que trabajar bien, pagar impuestos, frenar en los semáforos en rojo, votar responsablemente y evitar entregarle el país a una mafia de corruptos, se esfumó en el aire cuando la soja saltó por encima de los trescientos dólares, la economía despegó, tuvimos las famosas tasas chinas por cuatro años y salimos a explicarle al mundo cómo había que vivir. Ojalá no crezcamos a más del 4% anual por un tiempo. Otra década ganada, mejor no.