Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes
Hay algo de contradictorio, de irónico, de extraño, en que los hipercríticos del capitalismo hayan adoptado al consumo como medida única del bienestar general. “La plata no alcanza”. “Hay muchos que no la están pasando bien”. “La gente no llega a fin de mes”. Fueron los hits de campaña de un vasto conglomerado opositor que iba del massismo al trotskismo pasando por el kirchnerismo, y que incluía a los protagonistas y cómplices de quienes después de una década con la soja cercana a los quinientos dólares dejaron a un tercio del país en la pobreza, haciendo sus necesidades en pozos ciegos y cargando baldes para poder lavarse y cocinar.
Como si el agua y las cloacas, el combate contra el narco y el no ser gobernado por una mafia no les importaran, el populismo peronista, trosko y kirchnerista subestimó a los pobres y los usó como argumento de campaña, recibiendo una derrota merecida: en las legendarias primera y tercera sección del conurbano Cristina perdió votos respecto a Aníbal, Cambiemos mejoró su performance de 2015 y el humo de Massa se esfumó en al aire. La plata no alcanza. Hay muchos que no la están pasando bien. La gente no llega a fin de mes. Una verdad; pero una verdad que lleva décadas. Un relato apropiado para la primera mitad del 2016 pero que para 2017 ya atrasaba un año: el año que se demoró en llegar el segundo semestre y sus cifras, que demostraban que los sacrificios hechos tenían sentido y que el Gobierno estaba logrando la rara hazaña de sacar al país de una recesión de cinco años al mismo tiempo que bajaba drásticamente la inflación.
Y entonces, el Club del Helicóptero y sus anexos recicladores enunciaron su nuevo apotegma: “La macro mejora, pero no le llega a la gente”. Lástima grande, la realidad. Sin punto de comparación con las platas dulces menemista y kirchnerista -esos cuatro años de jolgorio seguidos por ocho de vacas flacas- en lo que va de 2017 el consumo privado se ha recuperado al ritmo de 2.4% interanual. Es un valor consistente con un país que perdió cuatro puntos de su masa salarial en 2016 pero recuperó tres en lo que va de 2017, en el que la economía está creciendo al 4% anual (más del doble que la media sudamericana), en el que la inflación es la más baja en siete años y en el que trece de los quince sectores productivos muestran crecimiento y brotes verdes, con la construcción y la industria creciendo al 6% y el 15%, respectivamente. Un país que va por más.
Tampoco es para tirar manteca al techo, pero la tendencia negativa del consumo que primó desde 2014 -y no desde diciembre de 2015- comienza a revertirse: a la gente, el cambio le empezó a llegar. Los datos negativos que proclama la oposición en todas las pantallas nacionales reflejan resultados parciales y sesgados. El de supermercados cubre solamente el 45% del citado, el Índice de Cuentas Nacionales del INDEC. Los centros de compras, el 37%. El de la CAME, el 63%. Y a todos ellos se les escapan tres fenómenos que implican un cambio de paradigma en las formas en que la sociedad argentina consume: 1) el aumento constante del canal digital, 2) el crecimiento exponencial del canal mayorista, y 3) el pasaje de un modelo consumista de corto plazo a un paradigma de inversión a mediano y largo plazo.
Mientras que durante 2017 el consumo en hipermercados bajó el 14% y en supermercados el 8%, los negocios de cercanía (mercaditos chinos y almacenes, básicamente) crecieron 5% y el de mayoristas -abarrotado de consumidores hartos de remarcaciones supermercadistas seguidas de cataratas de ofertas- creció un abrumador 30%. Estos aumentos, sumadas al +11% que acumuló el comercio online durante el año pasado (una tendencia tecnológicamente determinada independiente de toda política gubernamental), explican que los opositores sigan desgañitándose al grito de “La gente no llega a fin de mes” mientras sus supuestos defendidos no reconocen ese mensaje como propio, ven las dificultades pero no una catástrofe social, y votan al gobierno del ajuste y los CEOs.
Pero existe otro factor mucho más importante que todo lo anterior: abandonando -acaso, definitivamente- su etapa infantil de pagar tarifas absurdas, comprar aires acondicionado split con lo ahorrado y ver cómo la falta de inversiones los dejaba por semanas sin agua ni luz, los argentinos comienzan a gastar menos e invertir más, como el Gobierno. Hagamos memoria. Después del 54% de 2011 y el “Vamos por todo”, el país vivió un éxtasis del consumo, una fiesta. Pero se pueden pedir muchas cosas a una fiesta, menos que no termine nunca.
Las fiestas se pagan, e igual que las borracheras, dejan resaca. Y la Argentina todavía está sufriendo las consecuencias de sus celebraciones dionisíacas y sus síntomas posteriores: inflación, recesión, extensión de la pobreza, pérdida de reservas, déficit fiscal y comercial, impuestos incompatibles con la ganancia y la inversión.
Por supuesto, el ahorro fue uno de los factores más afectados. Los argentinos fuimos estimulados, por años, a gastar no solo nuestros ingresos sino también los ingresos futuros. Todo se financiaba con inflación. Estaba prohibido ahorrar -y por lo tanto, invertir- porque el dinero perdía valor cada día. Y bien, la política actual es diametralmente opuesta. Derrotando a la inflación, el Gobierno no estimula el consumo sino el ahorro. Por eso la venta de motos -principalmente: modelos pequeños dedicados al transporte y el trabajo de de las clase bajas y medias- ha aumentado al ritmo de +50% anual, aproximadamente al mismo ritmo que las camionetas dedicadas al trabajo rural.
No es todo. Los jóvenes de 20 a 30 años tienen hoy a su disposición un crédito hipotecario a 20 o 30 años. Si lo toman, aceptarán irremediablemente una reducción de su consumo inmediato para pagar amortización e intereses del préstamo recibido. Obviamente, el consumo se reducirá, ya que el ahorro es -por definición- la parte del ingreso que se sustrae al consumo y se atesora. Quien se endeude para financiar su futuro deberá consumir menos que antes, cuando gastaba no solo sus ingresos anuales sino los del año siguiente comprando chucherías en cincuenta cuotas “sin interés”. Es un cambio extraordinariamente significativo porque los créditos hipotecarios constituyen una forma de creación de dinero bancario, cuyo efecto multiplicador en términos de empleo es mundialmente reconocido.
Acaso, como Martín Tetaz ha afirmado, la sextuplicación del crédito hipotecario es la medida económica más importante de los últimos setenta años. Pero no se trata solamente de una medida económico-financiera sino de un cambio cultural, en el cual los incentivos y los estímulos pasan del consumo al ahorro y la inversión.
Es esta la gran noticia económica de estos días. No ya que la Argentina haya recuperado la senda del crecimiento -después de todo, también creció durante las platas dulces populistas- sino que ese crecimiento es sostenible en el mediano y largo plazo, a menos de tormentas externas imprevisibles o de shocks políticos de cada vez más improbable consumación. No es tanto el 3.5% que el PBI crecerá durante este año, sino el hecho de que, -si las cosas siguen como vienen, y no hay motivo para esperar otra cosa- el 2018 será el primer año no electoral en el que la economía crece desde 2010. No es tanto que el gobierno de Cambiemos haya logrado salir del cepo cambiario y el default sin una crisis socioeconómica mayúscula y esté mejorando los valores de PBI, desocupación y pobreza que dejaron los K en 2015, junto a un Banco Central vaciado y a un déficit fiscal del 7%. Es que el crecimiento del PBI de este año no se basa en el consumo sino en las exportaciones y la inversión, que están duplicando y hasta triplicando el crecimiento de la porción -absurda- que representa el consumo en el PBI argento: 75% del total, contra un 58% a nivel mundial.
Más exportaciones, y con mejor distribución, basadas en las MOI (Manufacturas de Origen Industrial, que crecieron el 9.9%, el mismo valor de incremento de las importaciones de bienes de capital), y más inversión (un +10% interanual en 2017, con un horizonte alcanzable para 2018 del 20% del PBI), significan una sola y simple cosa: un crecimiento de entre tres y cuatro por ciento anual prolongado durante diez años empieza a ser un horizonte más que razonable para el país. Y una economía con una moneda firme en la que se pueda tomar crédito a tasas sustentables es también -por primera vez en décadas- algo posible de alcanzar para sus habitantes. La casa propia. El auto propio. La herramienta de trabajo propia. Un financiamiento razonable para las pequeñas y medianas empresas y los emprendedores privados. Esfuerzo. Ahorro. Trabajo bien hecho. Todo lo que hizo grande a este país, y felices a nuestros padres y abuelos, antes de que el Partido Consumista tomara el poder.