El Papa y sus advertencias en la región

Francisco, en su visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay, arremetió contra el dominio del sistema económico actual, la corrupción como “la gangrena de los pueblos”, el autoritarismo en las políticas públicas y el reclamo de “hospitalidad” con quienes piensan

El Papa y sus advertencias en la región

En su reciente y agotadora gira sudamericana, el papa Francisco combinó apreciaciones políticas muy fuertes con mensajes propios de su jerarquía religiosa, directamente dirigidos a los componentes de la Iglesia que encabeza.

En su paso por Ecuador, Bolivia y Paraguay, el Pontífice llamó, básicamente, a construir una sociedad más justa sobre la base de la consolidación de la vida democrática. Posiblemente, su momento más enfático y polémico estuvo signado por su arremetida contra el sistema económico actual dominante en un mundo globalizado, aspecto que merece ser abordado desde otra perspectiva.

Pero, lo que más vale rescatar de este intenso itinerario de ocho días es el mensaje que a la política latinoamericana en general le dejó con relación a realidades sobre las que no todos hablan, o que muchos gobernantes y políticos en general pretenden disimular detrás de la cortina del asistencialismo y la tan pregonada, pero no siempre eficaz, lucha contra la pobreza y la exclusión.

Nuestra región parece estar saliendo de un período en el que dominaron mayoritariamente el escenario político gobernantes populistas que muchas veces disfrazaron la marginalidad arraigada en sus países para justificar el manejo discrecional de fondos y hacer uso y abuso de los recursos del Estado para apuntalar sus objetivos personales o sectoriales.

La corrupción, a la que Francisco denominó en su paso por América del Sur como “la gangrena de los pueblos”, fue otro blanco muy oportunamente elegido para separar aguas en esta histórica gira. La corruptela generalizada y no siempre combatida en los ámbitos de poder político de la mayoría de los países termina extendiéndose en los distintos estamentos sociales.

Así, no sólo se desmorona la estructura de un Estado sino que, lo que es más lamentable, toda escala de valores que debe sustentar a una sociedad termina siendo vulnerada por la indiferencia y la aceptación de esa putrefacta realidad a la que se refirió el Papa.

El autoritarismo fue otro aspecto de las políticas públicas de los países sudamericanos sobre el que astutamente reparó el Pontífice ni bien pisó estas tierras.

Sin duda, y la Argentina no es la excepción, una buena parte de los jefes de Estado que en la actualidad lideran los países de esta parte del mundo comulgan con ese modo de ejercer el poder, basado en el personalismo y la no aceptación de los lógicos disensos que una sociedad democrática debería respetar a rajatabla.

A ese criticado autoritarismo le cabe la condena al afán de perpetuidad en el poder que mucho aún seduce a jefes de Estado, como otra forma de justificar su exceso de autoridad.

Francisco, al despedirse luego de la última misa que presidió en Paraguay ante más de un millón de personas, redondeó la idea central de su prédica sudamericana en el reclamo de “hospitalidad” con quienes piensan distinto, tanto en lo político como en lo religioso, como con quienes culturalmente están en otra vereda y con los que, por distintas circunstancias, perdieron la fe.

El Papa, como sólo se puede esperar de un líder de una religión tan convocante, exhortó a la fraternidad para dejar de lado lo que fue el eje de su crítica: la división, el dominio por un mal entendido concepto de superioridad, la manipulación y lo que definió como el afán “de aplastar” al que no piensa igual o no comulga con las mismas ideas.

En síntesis, una labor evangelizadora que, a través del mensaje a los millones de fieles que lo esperaron en los distintos eventos de los tres países visitados, Francisco buscó dirigir por añadidura a quienes tienen la enorme misión de conducir los destinos de estos pueblos.

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