El papa Francisco concluyó ayer su primera visita a la región de Toscana, en el corazón de Italia, con un fuerte llamado a la Iglesia italiana a no caer “en la obsesión por el poder y el dinero”.
“No debemos estar obsesionados por el poder, aun cuando éste toma el rostro de un poder útil y funcional a la imagen social de la Iglesia”, advirtió el Papa argentino ante los cerca de 2.500 representantes de la Iglesia Católica italiana reunidos en Florencia para el V Congreso Nacional Eclesial.
Las palabras del Papa sonaron como una nueva respuesta al reciente escándalo generado por las revelaciones en dos libros sobre la corrupción, el despilfarro y la inercia que reinaban en el Vaticano cuando fue entronizado en 2013.
Francisco, que el domingo se comprometió públicamente a seguir adelante con la reforma del Vaticano pese a las resistencias internas, aprovechó el encuentro en Florencia para reiterar que entiende promover una Iglesia “humilde, simple, abierta a escuchar”.
“Evitemos, por favor, encerrarnos en estructuras que nos dan una falsa protección, en las normas que nos transforman en jueces implacables, en las comodidades en las que nos sentimos tranquilos”, aseguró. “Nuestro deber es trabajar para hacer de este mundo un lugar mejor y luchar. Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que viene del Espíritu Santo”, agregó.
A la Iglesia italiana, afectada por las denuncias contra varios cardenales por la vida ostentosa y privilegiada que llevan, el papa argentino la instó a ser “cada vez más cercana a los abandonados, a los olvidados, a los imperfectos”.
Francisco los invitó a seguir los ejemplos de San Francisco de Asís, y con tono divertido el de Don Camilo, el personaje creado por el escritor italiano Giovannino Guareschi (1908-1968), que relata la rivalidad y en ocasiones la solidaridad entre un cura de pueblo (Don Camilo) y su alcalde comunista.
El Papa argentino inició su viaje de un día a Toscana con una breve visita a la localidad de Prato, la capital textil de Italia, donde trabajan miles de extranjeros, la mayoría de ellos chinos sin papeles.
Ante la multitud de trabajadores congregada en la plaza de la catedral de Prato, a unos veinte kilómetros de Florencia, Francisco condenó “la corrupción” y la “explotación laboral”. “La sacralidad de todo ser humano requiere respeto, acogida y un trabajo digno”, clamó el Papa.
Según cálculos no oficiales, cerca de 50.000 chinos residen en Prato, un tercio de la población, muchos de ellos en condiciones difíciles y de forma ilegal. El Papa argentino, que suele dar prioridad en sus visitas a lo que califica de “periferias” de la sociedad, escogió esta vez a unas de las ciudades más multiétnicas de Italia, que según la conferencia episcopal cuenta con 123 nacionalidades distintas.