En su nueva gira sudamericana, con visitas a Chile y Perú, el papa Francisco, quien no pudo evitar quedar envuelto en la polémica por los casos de abuso, mantuvo, sin embargo, su firme prédica a favor del diálogo y los procesos pacíficos para superar diferencias y solucionar discordias. A la vez, efectuó otro severo llamado a pelear contra la corrupción en toda la región, mal al que catalogó en Lima como “virus social”.
En la capital peruana, el Pontífice hizo una directa alusión a la crisis moral que vive ese país, que en estos momentos tiene a todos sus ex presidentes con vida siendo investigados por hechos delictivos o de corrupción o en la cárcel por causas ya juzgadas, pero no dejó de hacer alusión a la generalidad de los países miembros de América Latina. “Cuánto mal les hace la corrupción a los pueblos latinoamericanos y a las democracias de este bendito continente”, exclamó el jefe de la Iglesia Católica para definir el cuadro de situación que observa en la región. No hay que detenerse mucho tiempo a observar la realidad de cada país para coincidir plenamente con el pensamiento de Francisco.
Apuntó el Papa que todo lo que se lleve a cabo “para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las ponderaciones y ayudas. Y esta lucha nos compete a todos”, remarcó. Seguramente buscó hacer notar que el gran peso de la corrupción se traslada desde los sectores del Estado al grueso de la sociedad, cuando la complacencia y el mirar hacia el costado son un poco el común denominador entre la ciudadanía, que es la primera que debe exigir honestidad y transparencia.
Bien señala la prensa argentina, al ponderar estos dichos de Francisco, que se trata de un asunto que le preocupa en grado sumo como pastor de la Iglesia desde sus tiempos de arzobispo de la ciudad de Buenos Aires. Por ello Jorge Bergoglio siempre señaló que desde el punto de vista de la religión católica la corrupción ha sido y será uno de los peores pecados que se pueden cometer.
Otro asunto que abordó el Pontífice en su paso por Chile fue su repudio al uso de la violencia como método para lograr reivindicaciones históricas o para imponer puntos de vista políticos.
Sin duda, la mayor alusión de Francisco fue al serio conflicto con los mapuches, consolidado en el país trasandino y con brotes reaccionarios que demuestran que la tensión también está instalada en el sur argentino.
Durante su homilía en Temuco fue muy claro y contundente al condenar todo tipo de violencia, indicando que ese tipo de acción “termina volviendo mentirosa la causa más justa. Es imprescindible defender el hecho de que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y la destrucción, que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y la separación”, fueron los más precisos y contundentes conceptos expresados por el Papa ante miles de participantes en la misa que ofició en un aeródromo del sur chileno.
Así como en Lima, al referirse a la corrupción en el Estado, no sólo hizo referencia al flagelo que vive Perú, sino que extendió su prédica a la generalidad de los países latinoamericanos, puede deducirse que lo expresado ante miles de chilenos sobre la inconveniencia de la violencia como mecanismo de resolución de diferendos bien puede aplicarse a la realidad de otras naciones de la zona, incluida la Argentina.
Precisamente, la muy arraigada “grieta” que nos caracteriza y que con sus actitudes y dichos pareciera que pocos buscan cerrar, es un motivo de clara división social entre los argentinos. Los recientes hechos de violencia en las calles y la actitud desafiante e intolerante de un sector de la oposición en el recinto del Congreso con motivo del debate de leyes impulsadas por el Gobierno demuestran lo oportuno de la prédica del Pontífice.
