El país que nunca olvida - Por Luciana Sabina

Sin lugar a dudas somos el país que nunca olvida, que sólo deja de lado los conflictos actuales para revivir los antiguos.

El país que nunca olvida - Por Luciana Sabina
El país que nunca olvida - Por Luciana Sabina

A pesar de que la inestabilidad, tanto económica como política, que golpeó al país a lo largo de los seis años en que gobernó Nicolás Avellaneda, su administración realizó grandes avances, presididos por una importante expansión agrícola y muchos corazones encendidos por el progreso.

Los argentinos comenzamos a exportar carnes congeladas, mientras nuevos ramales de trenes llegaban y diversos pueblos se inauguraban. La red ferroviaria prácticamente se duplicó.

Era una Argentina joven, pujante, que con la Ley de Inmigración abrió las puertas a "todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino".

Nada resultó sencillo al joven tucumano. Avellaneda intervino más de veinte veces las provincias y en la capital hizo frente a una poderosa oposición mitrista que lo ajusticiaba permanentemente a través de la prensa. Cada tanto la paz brindaba con el presidente y se producían pequeños periodos de conciliación. En marzo de 1877 estaban en uno de estos ciclos de tranquilidad cuando Buenos Aires estremeció: Juan Manuel de Rosas había muerto.

Días antes, del otro lado del mundo, Manuelita Rosas había viajado con urgencia hacia el hogar de su padre en Southampton (Inglaterra); ella vivía con su marido e hijos en Londres, muy a pesar de don Juan Manuel. La neumonía que lo aquejaba se había agravado. Día y noche lo acompañó, mostrando una devoción intacta, aun cuando se había casado contradiciendo sus deseos de tenerla siempre consigo. El final no tardó en llegar. Tras mirar a su hija con la mayor ternura, el anciano de casi ochenta y cuatro años, falleció. Lo hizo tranquilo, con la misma paz que negó a cientos, durante casi tres décadas.

Cuatro días más tarde, el diario "La Nación" expresaba: "La generación que durante veinte años combatió contra la tiranía gritando: ¡Muera Rosas!, puede al fin exclamar: ¡Murió Rosas!". No sólo Manuelita había quedado huérfana. Finalmente libres de aquella sombra, la generación que lo combatió y gobernaba volvió a sentirse cerca. ¿Cómo no hacerlo, cuando sus vidas habían sido mutiladas por el mismo látigo de exilio y muerte que representaba Rosas? El padre de Avellaneda había sido ejecutado por enfrentarlo, la misma suerte corrieron el tío y abuelo del ministro. Mitre y Sarmiento, sumamente distanciados entonces, seguramente volviendo a Caseros por un instante. No eran los únicos perjudicados por el rosismo.

El gobierno nacional realizó un funeral simbólico por las víctimas de Rosas, prohibiendo terminantemente celebrar misa alguna por el Restaurador.

Las heridas de un pasado reciente guiaron a muchos hacia el cementerio, donde la turba decidió ultrajar emblemas federales, entre estos la tumba de Quiroga. No tuvieron éxito. Pero la familia del riojano escondió el cadáver y recién en 2004 fue hallado.

Sin duda alguna somos el país que nunca olvida, que solo deja de lado los conflictos actuales para revivir los antiguos. Que siempre encuentra un modo de no avanzar esgrimiendo heridas abiertas que no dejamos cicatrizar. Lo vemos a diario en las noticias, por ejemplo en la resistencia de modernizar las Fuerzas Armadas vinculándolas a la Dictadura.

Historias como esta dan muestra de que Argentina siempre fue así, pero también de que es hora de dejar de serlo.

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