El oro y el barrio

Hace casi 24 años, Godoy Cruz colocaba la piedra fundamental de sus incipientes cimientos de gloria: el ascenso al Nacional B.

El oro y el barrio
El oro y el barrio

Ahí están, son ellos. Auténticos, felices, incrédulos...

El ‘Rafa’ Iglesias salta como si lo hubiesen conectado a la 220, el ‘Popeye’ Almeida cierra sus puños y da un tumbo sobre sus pasos,  el ‘Cachorro’

Abaurre mira al cielo y levanta los brazos como queriendo abrazarse con una nube, el ‘Hacha’ Almeida se desploma en el piso y el eterno ‘Gato’ Lentz se funde en un abrazo interminable con el otro ‘Gato’, Oldrá.

Ahí están, son ellos. Dementes, fastuosos, dichosos...

¡Godoy Cruz campeón, carajo! Un avioncito grupal por aquí, una vuelta olímpica más allá y el ‘Buby’ Manchado atravesando de rodillas el pantanoso campo de juego del estadio Clemente Argentino Fernández de Oliveira.

Ahí están, son ellos. Ni más ni menos que la generación dorada de Godoy Cruz Antonio Tomba, los héroes de la piedra angular de una historia de grandeza incipiente que comenzaba a cimentarse con ladrillos de gloria. Del club de barrio a embajador del fútbol mendocino hasta la actualidad.

“Muchachos: lo único que les puedo decir es que jamás pierdan la humildad y la honestidad que tienen. Muchas gracias por todo”, pide Alberto Garro en un momento de intimidad a sus dirigidos en la previa a la final en Misiones.

El triunfo 1-0 en un Feliciano Gambarte a sala llena, con el recordazo zurdazo cruzado de ‘Polito’ Naves (tras pase de Pereyra) ante el casi inexpugnable Puentedura parecía exiguo.

“No es una derrota para preocuparse, en Misiones no tendremos problemas para vencerlos”, fanfarroneaba el ‘Negro’ Roldán (DT de Guaraní en aquél entonces) luego de la primera final en estos lares.

La definición en la tierra colorada fue una semana después, el domingo 19 de junio de 1994. El inminente debut de Argentina en el Mundial de Estados Unidos -48 horas después- acaparaba la atención de los medios en desmedro de la gran oportunidad de recuperar la plaza de Mendoza en la segunda categoría del fútbol argentino que había perdido Maipú dos años antes.

Con una colosal ilusión a cuestas, cerca de 300 hinchas del Expreso (en tres colectivos y muchísimos vehículos particulares) desandaron los 1700 kilómetros que separan Mendoza de Posadas.

Y más allá de que el equipo del ‘Tachuela’ estuvo lejos de practicar el fútbol ofensivo y moderno que lo identificó desde su debut en La Rioja, el 23 de enero de ese ‘94, el Tomba se plantó como equipo y le jugó de igual a igual al imbatible, en su casa, Guaraní Antonio Franco.

A falta de pases cortos y precisos, hubo un corazón a prueba de balas. Iglesias y Oldrá terminaron con chichones de tanto cabecear, los hermanos Almeida clausuraron sus sectores, Villalobos trabó hasta con la cara, Franco fue un león, Marcucci, Pereyra, Abaurre y Naves oficiaron de eslabones de la resistencia y Lentz y Cuello dieron una mano al ingresar. Y cuando ya nadie podía y los palos o el travesaño no hacían un guiño cómplice,

Manchado se puso el traje de Superman y voló para tapar de manera increíble un cabezazo a quemarropa de Blanchart.

La gesta indeleble de un club de barrio que en plena aventura halló el oro en el barro.

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