En nuestra cultura judeocristiana, se considera que ser soberbio es un pecado capital, la base de todo mal. Tal es así, que el ángel Lucifer se consideró superior a Dios. Desde mediados del siglo XX, influyen corrientes occidentales que conciben a la soberbia como algo positivo, por considerarse que motiva el esfuerzo por avanzar, sobresalir.
Desde este enfoque, el orgullo no sería un comportamiento reprochable, sino que necesario para ser más eficientes. En alguna ocasión leí que el orgullo es como una llave que da dos giros: uno que nos abre una puerta, caminos y oportunidades, versus otro, que los cierra.
Los giros de esta llave pueden ser entendidos como el orgullo en sentido positivo o negativo. El orgullo benigno tiene que ver con sentir autoestima, valorarnos a nosotros mismos. No nace de la comparación con los demás, sino desde una honesta validación y humildad con nosotros mismos. En cambio, el negativo tiene que ver con la arrogancia, vanidad y dependencia al reconocimiento de otros.
Esta autopercepción lleva a crear una proyección magnificada de sí mismo como mecanismo de defensa. En conclusión, el orgullo es clave para quererse y aceptarse con virtudes y defectos, reconociendo logros y aquellos aprendizajes que permitieron alcanzarlos.
A nivel personal provoca motivación para seguir avanzando y creando. Y también genera en nuestro entorno, una fuente de alegría que se contagia, de donde emana inspiración para que otros cumplan sus metas.
Mercedes Petri Carbonari
DNI 40.972.865