El ocaso del tirano

El ocaso del tirano

En su célebre libro “Cartas del diablo a sobrino”, C.S. Lewis nos explica que es un error asumir que el infierno es una comunidad fraternal de demonios alegremente unida para tentar y llevar a la perdición a los mortales. En realidad, esas mismas artimañas, esa misma capacidad de seducir, hacer sufrir y atormentar, es practicada entre los propios demonios.

El gobierno del tirano responde a una lógica similar. De hecho, el primer círculo sobre el que práctica la opresión y aplica la estrategia del miedo es el de sus colaboradores. El propio tirano vive en el temor: le están vedados los afectos, la confianza. El tirano, explica Jenofonte, no tiene amigos.

Pero ¿qué sucede cuando el tirano muestra debilidad, desinterés o falta de resolución para ejercer el poder? La disciplina del miedo y la opresión se relajan y, al no constituir una comunidad auténtica, sus cortesanos comienzan a aplicar entre sí las prácticas tiránicas del viejo amo: miedo, extorsión, delación, traiciones, desconfianza, conspiraciones. Todos pugnan, con diferente suerte, por ser el nuevo tirano.

Esto es precisamente lo que parece estar sucediendo en el gobierno nacional. La inevitable candidatura presidencial de Daniel Scioli, con todo lo resistida y recelada por parte de la conducción del kirchnerismo y su militancia, cambió la configuración en la estructura de poder del oficialismo.
Cristina, incapaz de imponer un candidato de observancia kirchnerista, mostró su debilidad al rendirse a las encuestas que ubicaban al malquerido Scioli en el tope de las preferencias.

Los intentos por coartar los márgenes de maniobra del candidato (leyes restrictivas, nombramiento de listas de legisladores y candidatos a gobernadores e intendentes afectos al núcleo duro del kirchnerismo, la imposición de Zannini como vice) también dejaron clara la desconfianza de la Presidente.

La sorda labor de zapa de la candidatura de Scioli por parte de opositores internos, los trabajos saboteadores del quintacolumnismo kirchnerista, sólo podrían haber cesado o remitido si el nuevo amo hubiera mostrado una fuerza indiscutible en las urnas.

Pero eso no sucedió, y Scioli mostró una debilidad fatal. No hay nuevo amo. Esta debilidad operó como disparador de las disputas y recelos internos, exhibiéndose de forma inusitadamente impúdica a la opinión pública. Los demonios se pelean entre sí, se atormentan mutuamente de forma entusiasta. Ya no hay disciplina ni bajada de línea que valga.

En ese contexto aparecen tres grupos claramente diferenciados dentro de la puja interna.

El primero es el círculo íntimo de la Presidente y sus arrimados, que se habría desentendido de la candidatura de Scioli y aspiraría a retener una potencialidad lo suficientemente importante como para condicionar al nuevo gobierno. Incapaces de concebir una estrategia política que trascienda a Cristina, prefieren ser derrotados a delegar el poder.

El segundo es un círculo más amplio, de dirigentes y funcionarios que, proviniendo del kirchnerismo, optaron de forma explícita por la candidatura y el proyecto de Scioli. Saben que si son derrotados, las posibilidades para mantenerse en el círculo de las decisiones dependerán de sus capacidades personales de adaptación, no de un bloque de poder.

El tercero es el círculo, más lejano aún, de los movimientos y las organizaciones sociales, los intelectuales, periodistas, comunicadores y militantes que promueven el voto caralarga, el voto desgarrado, el voto malminorista, el voto sapo, el voto miedo. Los argumentos que los sostienen van desde el peligro de perder sus prerrogativas y posicionamientos a la difusa e incierta esperanza de que Scioli represente la continuidad de eso que llaman “el modelo”.

¿Fue el kirchnerismo un imperio despótico desde sus orígenes o se trató más bien de una transformación gradual en el modo de ejercer el poder? Hay razones para pensar en un sentido y en el otro.

Ante la posibilidad cierta de ser desalojado del poder, el kirchnerismo se muestra desorientado, exhausto, dividido. Parece alojar el germen fatal de la disolución interna. Conviene, no obstante, no subestimar su capacidad de reacción.

Enfrente, respondiendo quizá a una deliberada estrategia comunicativa, aparecen los dirigentes de Cambiemos, integrados en un equipo de gobierno cohesionado, festivo y entusiasta, resueltamente decididos a asumir una tarea que hoy parece exceder sus capacidades y su número. El futuro es de los lanzados.

No es difícil imaginar las pujas de poder (presentes y por venir) en un conjunto tan heterogéneo de fuerzas políticas. Pero si las decisiones electorales responden fundamentalmente a recursos de imagen, la competencia ya tiene un ganador. La cuestión es saber si en la Argentina de hoy es posible ejercer el gobierno nacional sin caer en las prácticas del tirano.

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