Se define prestigio como la "buena fama o buena opinión que se forma una colectividad sobre una persona o una cosa"; pero tristemente vemos que este concepto está cerca de su ocaso. Todos hemos colaborado para que sean otros parámetros -no el prestigio-los que rijan hoy a las personas, y por ende a las instituciones que integran las mismas.
Poder, dinero, partidismo, obsecuencia, figuración, son los caminos que se toman para resaltar en la sociedad, y que llevan a las personas a la cumbre de las instituciones que rigen los destinos de la gente.
No hay que ser muy informado para saber que toda nuestra dirigencia en lo que se nos ocurra, está desprestigiada, política, judicial, religiosa, deportivamente etc. Obvio que entonces las instituciones que manejan sufren igual desprestigio.
Evidentemente estamos ante una crisis de valores que se refleja en una gran contradicción: por un lado somos críticos de las instituciones y, por otro, aceptamos y promovemos que las mismas sean ocupadas por gente no prestigiosa, los famosos trepadores, que sólo buscan poder, dinero y figuración personal sobre el bien común. Así nos va.
El prestigio no se compra, no se regala a cualquiera, se gana a través de los años, de esfuerzos, de conductas coherentes y, sobre todo, con la vocación por los demás.
El poder, pasa, tiene un final, el prestigio queda y acompaña a la gente más allá de su paso por este mundo, valga el doctor Favaloro como ejemplo.
A la gente prestigiosa se la busca, se la reconoce, se la respeta, se la estima. Por el contrario, los amantes de la trepada al poder y al dinero se promocionan ellos mismos, se les teme por sus prácticas del vale todo y por su reconocido egocentrismo. Normalmente se rodean de obsecuentes, de aduladores que rinden pleitesía al señor de turno, también con la posibilidad de salvarse ellos mismos y no de buscar el bienestar de todos.
Estoy cansado de expresiones como: es muy inteligente, muy hábil, muy vivo, muy rápido en la picardía de la política, en la búsqueda de las mayorías para ganar. Me gustaría escuchar que es un señor muy capaz, vive pensando en los demás, es leal, tiene palabra, hace lo que dice, es respetuoso de los que piensan distinto, sabe ganar y perder, busca convencer con hechos, con el ejemplo, piensa en lograr consensos.
En conclusión: nos falta gente prestigiosa que inunde nuestras instituciones, y logre los lazos de confianza con la población para acomodar nuestra provincia y nuestro país.
Por eso me animo a proponer que deberíamos reflexionar seriamente sobre la reforma electoral de terminar con la corrupta lista sábana, para que los partidos políticos se esfuercen en buscar gente prestigiosa en sus listas, si quieren que la gente los apoye, y no sólo mostrar la cara del que encabeza la nómina cuando los que los acompañan deben tener también las mismas aptitudes.
Y ojalá también que en una futura reforma constitucional el Poder Judicial y los órganos de control requirieran la mayoría de dos tercios del Senado sin voto secreto. De esta manera los candidatos serían siempre consensuados, y no producto de la mayoría que pueda tener el partido gobernante de turno, que propone el candidato.
Sin gente prestigiosa, no puede haber instituciones prestigiosas.