El peronismo se transformó en una segunda naturaleza argentina cuando los peronistas definieron su identidad política sin definirla, según esa frase crucial que nos dejó Osvaldo Soriano: “Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Ninguna ideología podía competir en el alma popular contra esa convicción donde, quienes la compartían, sentían que ser peronista y ser argentino era la misma cosa.
Así como, para bien o para mal, Perón marcó a fuego esa idea más religiosa que política en la gran masa que lo siguió fiel en vida y aún después de muerto, a los dirigentes de su movimiento también les dejó una herencia: la de que para sobrevivir luego de su muerte debían seguir dos estrategias permanentes.
Primero, que sólo la organización vence al tiempo. O sea que aunque sus líderes pueden ser todopoderosos mientras reinan, la organización debe ser más fuerte que ellos para superarlos cuando entren en la inevitable decadencia. Perón quiso que sus herederos principales fueran como apóstoles que crearan una organización al modo de la iglesia católica donde ellos serían sus obispos, los encargados de enterrar al viejo Papa y de proclamar al nuevo.
Y segundo, que el peronismo no fuera una ideología cerrada, sino una doctrina (más un catecismo sentimental que una teoría política) con la cual sus creyentes deben munirse para cabalgar la evolución. Por lo tanto, lo único que se debe respetar son las veinte verdades peronistas, un catecismo de generalidades, mientras que la ideología peronista debe coincidir con la tendencia dominante de cada época, por más contradictoria que sea la nueva tendencia con la anterior. Lo que hay que hacer es peronizar el espíritu de cada tiempo.
Esas dos máximas del General explican casi enteramente no sólo la sobrevivencia sino la hegemonía de su creación luego de 45 años de su muerte. El problema es que con esas concepciones, toda vez que puede, el peronismo sigue queriendo ser el todo y no una parte. Y es muy difícil gestar una república democrática mientras una de sus partes pretenda ser el todo, ya sea considerando enemigas a las otras partes, o tratando de cooptarlas, de peronizarlas.
Al ser, más que un partido político una religión política con masas creyentes y obispos sin ideología (o con todas las ideologías, que es lo mismo), mientras está en el gobierno el peronismo busca transformarse en el todo, mientras que sólo cuando está en la oposición acepta ser una parte. Es que cuando gobierna lo hace con un Papa rey que busca eternizarse. Mientras que cuando está en la oposición sus líderes son los obispos, que buscan enterrar políticamente al viejo Papa que se resiste a morir mientras tratan de encontrar su sustituto, incluso entre ellos mismos.
Hace ya casi cuatro años que Miguel Ángel Pichetto no es “un” peronista más, sino “el” peronista, la expresión arquetípica del obispo que mientras quiere enterrar al viejo Papa busca arduamente el nuevo Papa. Él anduvo rastreando a ese líder dentro del peronismo hasta la semana pasada, pero no encontró a nadie que se animara a ponerse a esa altura. Todos terminaron hechizados por los embrujos de la vieja Papisa o destruídos por sus egos que les impiden pensar más allá de sí mismos para ponerse al servicio de la organización político-eclesial. No obstante, Pichetto sabe que si vuelve el viejo rey el peronismo muere porque dejará de adaptarse a la evolución, que hoy no va para el lado del chavismo sino del trumpismo. Y no es que Pichetto busque que Macri sea Trump o Bolsonaro o Le Pen o Salvini, lo que no quiere es ponerse en contra porque sino el peronismo será arrasado al no saberse adaptar al espíritu de los tiempos como siempre lo hizo. De lo que se trata es de salvar a la Iglesia peronista. Por eso, perdido por perdido, el obispo Pichetto decidió mirar por fuera del peronismo.
La gran diferencia que tiene Pichetto con Cristina es que la Papisa busca regresar enfrentando frontalmente el rumbo que sigue Macri, mientras que el obispo sólo le critica al presidente que, aún siguiendo el rumbo correcto, lo esté gestionando mal. Más o menos lo mismo que le critican los radicales. Pichetto propuso hacer bien lo mismo que los macristas están haciendo mal. Pero cuando vio que no tenia a casi nadie en el PJ que pensara como él, entonces decidió mirar por fuera de la Iglesia peronista para pasarse al partido macrista a fin de poder seguir sosteniendo las mismas ideas que defiende desde 2015. Por eso acaba de compararse con Cafiero y a Macri con Alfonsín, sólo que la renovación peronista de los años 80 tenía gente de sobra para continuar y superar al alfonsinismo y hoy no hay nadie con vocación de Papa salvo la única que no debe serlo.
Pichetto detectó que algo falla en el peronismo, que con su propensión a volver atrás está perdiendo el tren de la historia. Sospechando eso ahora tratará de ver si Macri puede ser al menos transitoriamente un Papa no peronista para salvar la iglesia peronista.
Pichetto no le pide a ningún otro obispo peronista que lo acompañe. Pero les pide discreción, tolerancia y comprensión porque si llega a ganar todos serán convocados. Él no quiere traicionar al peronismo sino hacer este sacrificio para que siga viviendo.
Y el macrismo lo recibe alborozado, entre otras cosas porque ya aburría ese antiperonismo de manual, la ridiculez de echarle la culpa de todos los males de la Argentina al movimiento creado por Perón, con lo cual lo único que estaban logrando es que el peronismo anterior al macrismo comenzara de nuevo a crecer por las propias torpezas del gobierno, incluido su gorilismo bobo, que jamás dio resultado para acabar con el peronismo, sino que desde 1955 lo fortaleció aún más, y generalmente en sus peores versiones.
O sea que Pichetto se sacrifica para salvar al peronismo de sí mismo y al macrismo también de sí mismo. A ambos del pasado que no debe volver. Para que la organización siga viva. Y no dependerá de él si un peronismo renacido busca otra vez ser el todo y no una parte. Eso depende de si los que se dicen republicanos (no sólo el gobierno) dejan de querer borrar al peronismo de la historia (la versión gorila del peor peronismo: ese por el cual no debe quedar un sólo ladrillo que no sea peronista).
Esa oportunidad hoy parece tener su oportunidad. Hasta ahora era la lucha entre un mal pasado y un mal presente. Lo que debería intentarse es una síntesis entre lo mejor de las tres grandes tradiciones políticas argentinas: la liberal, la radical y la peronista. Que no necesariamente implica una sola coalición, sino una misma cultura política compartida. Un modo de buscar salir del laberinto donde los que hoy están resultan siempre ser peores que los que se fueron. Y entonces, frustrado, el pueblo vuelve atrás, con lo cual el futuro no llega jamás.