En un hecho histórico para el país, los primeros mártires de la Iglesia en la Argentina reconocidos oficialmente por El Vaticano serán desde hoy un obispo, dos sacerdotes y un laico con un fuerte compromiso con los pobres, asesinados durante la última dictadura en La Rioja.
En una ceremonia en la capital riojana a cargo de un delegado del Papa que se prevé multitudinaria van a ser proclamados beatos –el peldaño anterior a la santidad- quien fuera obispo de la provincia, Enrique Angelelli; los curas Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, y el padre de familia Wenceslao Pedernera.
La beatificación de los "mártires riojanos" –aprobada por Francisco a mediados del año pasado luego de que la diócesis riojana y El Vaticano estudiaran la vida y las circunstancias en que murieron- supone un giro en la posición dominante en el Episcopado en los primeros años posteriores a 1976, que por entonces era mayoritarimente conservador. Es que no pocos obispos creían que Angelelli había muerto en un accidente vial, que no había sido asesinado y por ello, consideraban que se había politizado mucho su diócesis.
Pero la actitud institucional de la Iglesia argentina cambió a partir de 2006. Fue con ocasión de una celebración en La Rioja con motivo de los 30 años de la muerte de Angelelli, que encabezó el entonces cardenal Bergoglio, siendo presidente del Episcopado, quien destacó sin ambages la figura del extinto pastor. Bergoglio lo había conocido personalmente en 1973 en La Rioja y luego cobijado a tres de sus seminaristas, que estaban bajo la mira de los militares, en el colegio Máximo de San Miguel, ya en tiempos en que era superior (provincial) de esa orden religiosa.
Desde aquella conmemoración la Conferencia Episcopal puso en marcha su propia investigación. En 2011 la diócesis de La Rioja inició la causa de beatificación de los
dos sacerdotes y el laico.
Además, la reapertura de los juicios por la represión ilegal llevó al obispado riojano a presentarse como querellante. Y en el primer año de su pontificado Francisco hizo un aporte clave a la causa al remitir documentos de los archivos vaticanos. Finalmente, en 2014 la Justicia estableció que su muerte fue un crimen y condenó a los represores Luciano Menéndez y Luis Estrella como autores mediatos.
Curas
Longeville había nacido en Francia en 1931, y Murias, en Córdoba en 1945, estaban incardinados en la diócesis de La Rioja, el primero desde 1971, y el segundo desde 1975. La noche del 18 de julio de 1976, mientras terminaban de cenar en casa de unas monjas en Chamical, se presentaron unos uniformados que dijeron ser de la Policía Federal y les comunicaron que debían acompañarlos a la capital provincial. Pero los llevaron a la base aérea local donde fueron torturados y fusilados. Obreros hallaron sus cuerpos dos días después juntos a las vías de un tren.
En tanto, Pedernera había nacido en San Luis y desde muy joven trabajó, primero en una calera y luego en las bodegas Gargantini, en Mendoza. Casado con Coca Cornejo, tenía tres hijas. Tras un experiencia comunitaria rural en La Rioja pasó a la localidad de Sañogasta, donde integraba una cooperativa con varias familias y difundía el Evangelio. En la madrugada del 25 de julio de 1976 golpearon la puerta de su humilde vivienda y, al abrir, tres personas encapuchadas le dispararon delante de su esposa y sus hijas. Murió horas después perdonando a sus verdugos.
Finalmente, Angelelli murió en 4 de agosto de 1976 cuando volvía a la capital provincial de Chamical, tras asistir al entierro de Longeville y Murias con una carpeta con información sobre los asesinatos. A la altura del Paraje de los Llanos se le cruzó otro auto y su vehículo volcó. Su cuerpo apareció con los brazos extendidos en cruz, no así la carpeta.
Tres décadas después, Bergoglio diría allí al evocar su muerte: "Pienso que el día en que lo mataron alguno se puso contento. Creyó que era su triunfo. Pero fue la derrota de sus adversarios". De hecho, Angelelli y sus colaboradores llegan a los altares y sus vidas empiezan a ser veneradas.
Quién fue “El Pelado” Enrique Angelelli
"El Pelado", como lo llamaban cariñosamente, reunió a los sacerdotes y religiosas, dibujó un círculo en forma de espiral, marcó los casos de los asesinatos de los sacerdotes Longueville y Murias y del laico Pedernera, se colocó el mismo en el centro y les dijo: "Ahora me toca a mí", cuenta en su certero libro "El mártir: Angelelli, el obispo silenciado por la dictadura", el periodista Mariano De Vedia.
Pero pese a que, en efecto, estaba sentenciado a un trágico final, difícilmente haya un episodio que confronte más la actitud que tuvo la Iglesia en el país ante la represión ilegal de la última dictadura como el asesinato del obispo de La Rioja.
Es que la resistencia de muchos obispos de entonces (la mayoría eran muy conservadores) a admitir que su muerte había sido producto de un asesinato y, en cambio, aceptar que fue un accidente automovilístico, escondía un cuestionamiento a su actitud comprometida con los más pobres, por considerar que se había politizado.
Alguna vez el entonces cardenal Bergoglio –que como Papa aportó documentación clave a la causa de los archivos vaticanos- dijo que Angelelli estaba irreversiblemente condenado por la dictadura, más allá de toda polémica. "El Pelado", que inmortalizó la frase "con un oído en el pueblo y otro en el evangelio" junto a sus tres colaboradores, entregó su vida por su gente y su credo.