Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Los muros existieron siempre. No son inventos de este tiempo. Fueron muy usados en épocas antiguas donde todos los problemas se resolvían a los coscachos. Generalmente tenían un objetivo de defensa. Su objetivo, ostensible, era que los invasores se encontraran con esas enormes paredes de piedras y se fueran más frustrados que gallina a la que se le echó a perder el maíz.
Hubo muros famosos enmurados en la historia. Tal vez el más conocido sean las famosas murallas chinas. La murallas chinas las hizo construir el emperador Tai Hue Von, en una extensa zona del territorio que él decía que le pertenecía, más precisamente al Oeste de su país, para prevenirse de las posibles invasiones de los nómades de Mongolia y Manchuria. Cuando estaban por terminarlas, a poco de llegar a su fin, un consejero del emperador lleno de avispas, o sea bastante avispado, le avisó que los nómades de Mongolia y Manchuria, vivían al Este de China, pero ya las murallas estaba hechas. Dicen que el maravilloso poeta de Beigin Chan Chu Yo, cuando observó la imponencia de las murallas chinas dijo: “Si así es la medianera no quiero ni imaginarme lo que será el patio”.
Famoso es el muro que existe en Jerusalén, lugar de reunión de las tres religiones monoteístas que se iniciaron en la región, pero tiene un nombre para nada auspicioso: “El muro de los lamentos”. Es que todo muro implica un lamento, lamento del que tiene que defenderlo o lamento del que tiene que vencerlo, o subirlo, o limpiarlo.
Un muro que trascendió los años de la llamada guerra fría fue el Muro de Berlín, monumento al oprobio, tapial de la libertad, que fue tirado abajo el 9 de noviembre de 1989 por un mundo que ya estaba harto de divisiones, cosa que, de todos modos no logró evitar.
Pues ahora por todas partes del mundo se habla del muro que el flamante presidente de los Estados Unidos de la Usa que nos usa piensa levantar en la frontera de su país con México.
Forma parte de la política inmigratoria del nuevo capo del mundo que tiende a restringir la entrada de extranjeros y cuando digo extranjeros digo todos los habitantes del mundo pero preferentemente morochitos, de pelo negro, e hispanos parlantes, y mucho más si tienen tonadita árabe.
En 1923 James Monroe expresó lo que después, los entendidos, llamaría Doctrina de Monroe, que podría sintetizarse en esta frase “América para los Americanos” y que trataba de evitar cualquier intervención, sobre todo de los países de Europa, en territorio Americano, so pena de acción en su contra. Pues bien esa generosa visión ahora parece haberse transformado en la frase “Norteamérica para los norteamericanos”.
¿Será tal vez un modo de proteger a su país o será tal vez una forma de conservar la pureza de sangre como alguna vez lo intentó un alemán loco con bigotes cortitos? La cuestión es que recién asumido el Donald el endurecimiento de la política inmigratoria se hizo notorio.
Debería tener en cuenta, este muchacho que la mayoría de los habitantes del mundo, yo diría todos, descendemos de gente que, en su origen, no pertenecía al lugar donde uno cree que pertenecía, ni siquiera los pueblos llamados originarios.
Debería acordarse este buen muchacho de jopo rubio que los que llegaron desde Inglaterra en el barco llamado Mayflower y se ubicaron en la costa de Massachusetts para fundar los Estados Unidos también eran inmigrantes.