En los ’60 hubo un popular programa de televisión, “Get Smart”, sobre un desafortunado agente secreto llamado Maxwell Smart, interpretado por Don Adams. El nombre en código de Smart era “Agente 86”. Es famoso que “Get Smart” presentara el zapato teléfono -zapatófono- ante el público estadounidense, pero el programa introdujo algo más: su propia versión del mundo bipolar.
¿Se recuerda el nombre del organismo de inteligencia en el que trabajaba Maxwell Smart? Se llamaba “Control”. ¿Y recuerdan el nombre del oponente mundial de Control? Se llamaba “Kaos”, “una organización internacional del mal”.
Los creadores de “Get Smart” estaban adelantados a su época. Pareciera, cada vez más, que el mundo de la post Guerra Fría está atravesando el mundo del “orden” y el mundo del “desorden”; o el mundo de “Control” y el mundo de “Kaos”. ¿Cómo es eso? Primero, le dijimos adiós al imperialismo y al colonialismo, y a todos sus métodos de control de territorios.
Luego, le dijimos adiós al sistema de alianzas de la Guerra Fría, con el que saltaron muchos Estados débiles, de independencia reciente, con dinero para construir infraestructura y comprar armas para controlar sus fronteras y pueblos; porque la estabilidad de cada casilla en el tablero del ajedrez mundial les importaba a Washington y a Moscú. Y, últimamente, hemos estado despidiendo a monarquías y autocracias verticales, de control férreo, a las que han desafiado ciudadanos masivamente urbanizados y tecnológicamente empoderados.
Así es que hoy hay tres sistemas básicos: el orden proporcionado por gobiernos democráticos e incluyentes; el orden impuesto por gobiernos autocráticos y exclusivistas, y espacios no controlados o gobernados caóticamente, donde Estados fallidos y débiles, milicias, tribus, piratas y pandillas contienden unos contra otros por el control, pero no hay un solo centro de poder que atienda el teléfono o, si lo hay, se cae del muro.
Solo hay que ver alrededor: Boko Haram en Nigeria secuestra a 250 muchachas y desaparece en un oscuro rincón del país. El Estado Islámico de Irak y el Levante, o ISIL, por sus siglas en inglés, una milicia yihadista dispar y desharrapada, forja un califato dentro de Siria e Irak y hace alarde en Twitter de que le ha cortado la cabeza a sus oponentes. La OTAN decapita al régimen de Libia y desata una guerra de milicias tribales de todos contra todos, que, al combinarse con el desmoronamiento de Chad, derrama armas y refugiados por todas las fronteras africanas, amenazando a Túnez y Marruecos.
A Israel lo han inundado con más de 50.000 refugiados eritreos y sudaneses, que cruzaron el desierto del Sinaí a pie, en autobús o coche, buscando trabajo y seguridad en la “isla del orden” de Israel. Y, apenas en octubre, a Estados Unidos lo inundaron más de 50.000 niños no acompañados, provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras. “Huyen de amenazas y violencia en sus países de origen”, notó Vox.com, “donde las cosas están tan mal que muchas familias creen que no tienen más opción que mandar a sus hijos en el largo y peligroso viaje al norte”.
¿Por qué está pasando esto? Bueno, tal como he argumentado que “la media ya no existe” para los trabajadores, ahora, también, la “media se acabó para los Estados”. Sin el sistema de la Guerra Fría que los apoye, ya no es tan fácil para los Estados débiles proporcionar el mínimo de seguridad, empleo, salud y bienestar. Y gracias a los rápidos avances del mercado (la mundialización), la Madre Naturaleza (el cambio climático más la destrucción ecológica) y la Ley de Moore (el poder de la informática), algunos Estados simplemente están explotando bajo la presión.
Sí, hicimos explosionar a Irak, pero no es posible comprender el levantamiento en Siria a menos que se entienda cómo una horrenda sequía de cuatro años, junto con la explosión demográfica, debilitaron su economía. No es posible entender el levantamiento en Egipto sin relacionarlo con la crisis mundial del trigo en 2010 y el aumento en los precios del pan, lo cual inspiró el lema contra Hosni Mubarak: “Pan, libertad, dignidad”. Tampoco es posible comprender la tensión en Egipto sin comprender el desafío que representa la enorme fuente de mano de obra china en un mundo globalizado para cada uno de los otros países de bajos salarios. Entre en una tienda de recuerdos en El Cairo, compre un cenicero en forma de pirámide y voltéelo. Apuesto a que dice: “Hecho en China”.
El sistema de globalización actual recompensa a los países que hacen que sus trabajadores y mercados sean suficientemente eficientes para participar en las cadenas mundiales de suministro de bienes y servicios con más rapidez que nunca antes y castigan a los que no lo hacen con mayor dureza que nunca.
No es posible entender la propagación del ISIL o de la Primavera Árabe sin el avance implacable de la informática y las telecomunicaciones -la Ley de Moore-, sin la creación de tantas herramientas de internet, baratas, de comando y control, que superempoderan a grupitos para reclutar adeptos, desafiar a los Estados existentes y borrar fronteras. En un mundo plano, la gente puede ver con mayor rapidez que nunca antes cuán rezagada está y organizarse más aprisa que nunca para protestar. Cuando la tecnología penetra más rápido que la riqueza y la oportunidad, hay que tener cuidado.
Las presiones combinadas del mercado, la Madre Naturaleza y la Ley de Moore están creando el equivalente geopolítico del cambio climático, argumenta Michael Mandelbaum, el autor de “The road to global prosperity” (El camino a la prosperidad mundial), y “algunos espacios conocidos del gobierno no pueden sobrevivir a la tensión”.
Así es que, por favor, ahórrenme eso de que “todo es culpa de Obama”. Hay muchas razones por las cuales criticar al presidente Barack Obama, pero no todo se trata de lo que hacemos. Existen fuerzas enormes que actúan en esos países, y se requerirá de una colaboración extraordinaria de todo el mundo para poder contenerlas.