1. Lo entrevisté a Cacho Castaña hace varios años. En aquel momento, en el medio de una charla relajada en el hall de un hotel céntrico, la estrella de la música popular ofreció una frase que hoy tendría destino de titular de programa de chimentos.
Pero en aquellos días, no pasó nada. El chistecito que deslizó solo despertó la sonrisa del entrevistador (lo admito), pero no escandalizó mayormente a nadie.
¿Cuál fue la idea que lanzó?: "Con el tiempo entendí que la mujer perfecta es la vedette que amasa fideos...", dijo lacónicamente el artista frente al grabador, de jogging y con un gorrito de lana. De inmediato, con su carisma de porteño sabelotodo, cerró el pensamiento, como quien no quiere la cosa: "También entendí, con el tiempo, que esa mujer perfecta no existe".
2. El mundo cambió. Pero no así todos los que vivimos aquí. O al menos, no al mismo tiempo.
Quedan algunos que siguen respirando otra atmósfera, siguen acuñando ciertas ideas y las dicen sin siquiera darse cuenta de que son propias de otra dimensión. O, mejor dicho, de una dimensión que las sociedades intentan dejar atrás.
Cuando Castaña, hace unos días, con su mirada pesada y la voz cavernosa, resopló el dicho "si no podés evitar la violación, relajate y gozá", en su cabeza esperaba que sucediera lo que ha sucedido durante los últimos 40 años (y lo que les contaba que sucedió en aquel hotel mendocino).
Que su platea, el movilero, el conductor del programa, el público presente, se riesen. Que lo aplaudiesen una vez más. Que celebraran su ocurrencia de poeta popular; siempre entre la bohemia, la cultura y la calle. Esperaba vítores y recibió una cachetada sonora. Su platea ya no es la misma y él no lo supo hasta entonces.
A estos personajes, a los ex-tempores (Cacho, Tristán, el Negro Álvarez, y tantos otros) les ha pasado una tragedia personal: el mundo cambió y se olvidó de avisarles.
3. Ser ex-tempores, ¿los absuelve de haber dicho lo que dijeron? Para nada. Siempre, sea la época que sea, estuvo mal menoscabar a la mujer, humillarla, acosarla y ni qué decirlo, violentarla.
Lo que ha desaparecido con el paso de los años (y a fuerza de protestas, marchas y concientización) es la validación de ese cúmulo de ideas, "chistes", lugares comunes que, de alguna manera, servían de red de contención para mantener las estructuras machistas que hoy son inadmisibles. Sin esa protección, sin ese ropaje, los misóginos, homofóbicos y machistas recalcitrantes hoy lucen desnudos a la luz de sus propios dichos.
4. El Negro Álvarez se para frente al público de Cosquín y presenta una serie de chistes que bien podrían haber rellenado una noche de éxito en los años 80: que a tal chica le dicen la garrapiñada, que un chico abusado no se podía sentar, y algunas otras "lindezas" similares sobre homosexuales y chicas "rápidas".
De repente, las redes sociales estallan contra el cordobés. Lo tratan de desagradable, chabacano, misógino. Tal es el revuelo, que Álvarez tuvo que salir a "defenderse" por los medios:
"Esto parece la época de la Dictadura desde otro punto de vista. No podés decir nada. Son chistes que no solo yo, sino otros humoristas cuentan del mismo tenor. No queda ningún humorista o imitador en pie porque estás denigrando a la persona", se quejó. "No podés hacer un cuento de un patito o de un perrito porque viene la protectora de animales. Me acordé de la época de la Dictadura. Yo cantaba y fuimos a Cosquín y tenías que pasar por un escritorio donde te decían: 'dígame la letra que va a cantar'", agregó.
Si hay algo que demuestra que el Negro vive en otra sintonía, que no quiere entender las evoluciones de la sociedad, es esa comparación. En los setenta no se podía criticar al gobierno de facto porque pesaba la censura arbitraria, porque estaba en juego la libertad y la vida del que se expresaba.
Hoy son los miembros de la sociedad los que se sienten manoseados por ese particular estilo de humor, y por eso se queja, pide y reclama que los dejen de tomar de "prostitutas", "putos amanerados", o gente susceptible de ser abusada porque "son calienta braguetas", como dijo recientemente una actriz de la era de Cacho. No es censura. Es exactamente lo contrario.
5. He leído en varios lugares "si seguimos así no se va a poder hacer chistes sobre las mujeres, los putos, o sobre nada". Primero, tampoco es que sea un humor exquisito el que, de seguir así, nos perderíamos.
Segundo, y más allá de las exageraciones y sobreactuaciones que se puedan cometer, si ese el precio que hay que pagar para que se deje de apoyar simbólicamente discursos que avalan la violencia a la mujer o las minorías... ¡no está mal hacerse cargo de esa boleta!
6. Dicho lo dicho, la verdad, tampoco me parece simpático esto de hacer carne picada de los ex-tempores, porque no hace mucho tiempo muchos de nosotros -como confesé más arriba- tampoco sabíamos entender o condenar, por ejemplo, los piropos; varios nos sumábamos con pasión caribeña a los chistes sexistas; y nadie se rasgaba las vestiduras con el humor curvilíneo que tenían por objeto las chicas de Olmedo, de Francella, de Tristán.
Tiendo a pensar que es solo cuestión de tiempo. Que hay que tener paciencia. Que cuando el tren arranca, no todos se suben a la vez. Pero que tampoco está bien lapidar al que se quedó al lado de la vía. Sólo hay que invitarlo a subir... O, sencillamente, dejarlo de escuchar. De por sí, perder el pulso de tu comunidad, hablar (cada vez más) solo, reír (cada vez más) solo, ya es suficiente castigo.