Fueron más de 40 horas de tensión que tuvieron al gobierno provincial en alerta permanente y amenazaron con empañar la Vendimia. Afortunadamente, el "motín vendimial" se resolvió con sólo algunos heridos leves. Los muertos llegaron después.
Pero mientras tanto, hubo tiros, rehenes, exigencias de un vehículo para que los líderes pudieran escapar y gendarmes que metían miedo con su paso redoblado por la avenida Boulogne Sur Mer, frente a la vieja penitenciaría.
Para completar una historia digna de ser llevada al cine, en un momento de ese largo recorrido, a escasas 10 cuadras del motín estuvieron el Presidente de la Nación, el Gobernador, varios ministros nacionales y todo el gabinete mendocino. Y allí, el tema obligado, más que las reinas y sus regalos, era uno solo: cuando terminaba la crisis.
La revuelta carcelaria atravesó todos los festejos vendimiales del año 2000. Empezó el viernes a la noche, casi al mismo tiempo que la Vía Blanca. Continuó el sábado y abarcó el carrusel que salía de los portones del parque, el almuerzo organizado por los bodegueros y la fiesta central.
Cuando Carina Guerrero -de General Alvear- era coronada en el Teatro Griego, en la cárcel la tensión continuaba. Y siguió así hasta la tarde del domingo.
Sorpresa
Ese viernes 3 de marzo, la avenida San Martín se fue poblando poco a poco de los primeros adelantados que, desafiando una llovizna, llegaban para vivir la experiencia de la Vía Blanca, cuando casi a la misma hora, detrás de las paredes de piedra de la cárcel de Boulogne Sur Mer, el tintinear de las guitarras le fueron poniendo alas a los bailarines que ocupaban el centro de la escena en la rotonda principal del penal.
Ahí se escucharon cuecas, gatos, tonadas y zambas, interpretadas por los artistas invitados a la propuesta folclórica que tenía el aval de las autoridades penitenciarias. Pero, en un momento y sorpresivamente se escuchó un disparo que salió de un arma empuñada por un preso.
Y esa fue la señal esperada por el resto de la población, compuesta por unos 1.500 internos, para ganar el patio, donde tomaron como rehenes a ocho agentes y a una docena de civiles, entre ellos dos mujeres, un niño de 10 años y varios de los "artistas" que con las guitarras y los bombos a cuesta fueron encerrados en uno de los pabellones.
Y mientras a unas 20 cuadras arrancaba la Vía Blanca iluminada a pleno, en la cárcel las luces se fueron apagando en un vano intento de superar la crisis de los amotinados.
Fue el comienzo de casi dos días de tensión, gases, amenazas de muerte, tiros, pabellones quemados, un intento de fuga, contrarrestados por una masiva presencia de móviles y efectivos de la Gendarmería Nacional que llegaron en un avión Hércules, desde distintos puntos del país y al que se le sumaron cuerpos especiales de la policía de Mendoza y de la Federal.
Muchas fueron las versiones que a lo largo de esas horas se escucharon. Algunas hablaron de zona "liberada" y otras que hacían referencia a una "connivencia" entre el personal penitenciario y miembros de la política, pero ni una ni otra pudo ser confirmada, incluyendo durante los alegatos en el juicio oral. Pero el director del penal, Alejandro Espeche, que a la hora del motín estaba de licencia, terminó renunciando.
Adentro y afuera
Muros adentro continuaba la tensión que, por lógica, se extendió a la calle Boulogne Sur Mer, donde se habían agolpado los familiares de los presos (en su mayoría mujeres y niños) que buscaban conocer "novedades" sobre lo que estaba ocurriendo en el penal.
Y lo que estaba pasando era que los presos comenzaron a quemar colchones y cuando las llamas alcanzaron altura provocaron daños casi totales en algunos talleres, la carpintería e incluso la capilla.
Los disparos que se escuchaban dentro de la cárcel después se hicieron extensivos en la calle, utilizando -se dijo- proyectiles antimotines y gases lacrimógenos. Pese a la tensión no hubo muertos y solo tres heridos leves, dos de ellos penitenciarios y un preso.
A media mañana del sábado, cuando el Carrusel ya desandaba su camino y el presidente Fernando de la Rúa llegaba a la provincia, se habló de que una Trafic había sido preparada y esperaba en los portones de la cárcel a los cabecillas, pero nunca fue ocupada. Es que, a esa hora, ese vehículo difícilmente hubiera podido circular un par de cuadras antes que los efectivos, apostados sobre la avenida, hubieran neutralizado su marcha.
Pero, mientras se presentaba esa "salida", el grupo que había comenzado la revuelta, fue llevado a una reunión en el museo Cornelio Moyano, en el Parque General San Martín, donde quedó sellado el final.
Y así, después de las amenazas, las promesas y las "secretas" deliberaciones, todo terminó -como siempre- con un reclamo de mejoras de las condiciones diarias, el urgente pedido de traslados y una piadosa solicitud de que no hubieran represalias.
Tras la rendición de los amotinados la paz se extendió desde el penal a la calle. Sin embargo y por algunos días se suspendieron todas las visitas.
Por trascendidos se conoció que aquellos señalados como líderes de la revuelta fueron trasladados a distintos centros de detención fuera de la provincia.
Pero este epílogo del motín más largo de la historia provincial pareció alterarse cuando todos ya festejaban. Es que cuando los policías ingresaron al penal para recuperar el control en los pabellones, algunos prisioneros los recibieron a balazos.
En ese momento, pasadas las 18.30, muchos creyeron que la historia comenzaba nuevamente de cero, aunque ya sin rehenes. Este enfrentamiento no pasó a mayores y las fuerzas de seguridad finalmente retomaron el mando.
Final violento
Pero tal vez haciendo valer los códigos solo conocidos entre la población carcelaria, que hablan no tanto de memoria sino de venganza, las muertes que no tuvo el motín se concretaron tiempo después.
El primero fue Alberto Domingo Samborowski, de 26 años, apodado "El cordobés", que fue estrangulado en la cárcel de Rawson, a poco de que sus padres afirmaron que era uno de los que debía ser "borrado" porque conocía los movimientos de la droga dentro del penal. Ocurrió el 13 de marzo de 2001, 10 días después que se cumpliera el primer aniversario de la toma.
Igual suerte corrió Sergio Ceferino "Lenteja" Frigolé, uno de los que parlamentó durante el conflicto. El 14 de enero de 2006 fue asesinado con armas blancas. La autoría se adjudicó a la "Chocolatada", una banda que operaba dentro del penal de Ezeiza, con el aval de los guardiacárceles. Los autores nunca fueron identificados.
Sin embargo, el caso tan imprevisto como sospechoso fue el doble homicidio cometido en uno de los pabellones de máxima seguridad de la misma cárcel mendocina. A plena luz del día, fueron asesinados Diego Ferranti Lucero (32) y Gerardo Gómez González (39). Ambos estaban cumpliendo con las penas en la cárcel de Neuquén y fueron traídos nuevamente a Mendoza el domingo 18 de junio de 2006, 24 horas antes de que se iniciara el juicio por el motín. Pero ese día fueron encontrados apuñalados, degollados y envueltos en una frazada.
Por ese doble homicidio, en 2010, fueron condenados Roberto Lucero, Cristian Tejada, Diego Casanova y Enrique Montuelle.
Dos juzgados
El juicio por el motín se llevó a cabo 6 años después. El Tribunal presidido por el juez Omar Palermo, acompañado por Pedro Funes y Francisco Spaltro, escuchó a casi un centenar de testigos, la mayoría perteneciente al servicio penitenciario.
Y los dos acusados por privación ilegítima de la libertad agravada y evasión en grado de tentativa fueron Miguel Angel Barloa Ahidar (55), conocido en el ambiente delictivo como el "Pulpo" y Humberto "El Chileno" Fraile (52).
Después de varias audiencias donde lo que más se escuchó "no me acuerdo… fue hace tiempo...", Barloa fue condenado (sumando otra pena) a 14 años y 2 meses de prisión.
Mientras que Humberto Fraile fue absuelto y después de unos años en la cárcel por otros delitos y a su pedido fue expulsado del país en octubre del 2018
Visita presidencial
De la Rúa, testigo directo del conflicto
El motín carcelario sorprendió a un gobierno provincial que había asumido hacía menos de tres meses. El radical Roberto Iglesias había terminado con doce años de administración peronista y debió enfrentar desde el 3 al 5 de marzo su primera gran crisis.
La situación fue más compleja aún porque, después de varios años sin visitas presidenciales para la Vendimia, ya había confirmado su presencia Fernando de la Rúa, también recién asumido, que llegó puntual a la provincia el sábado a la mañana.
La seguridad del Presidente se redobló y acercarse al palco del Carrusel, sobre la avenida Emilio Civit entonces, fue una misión imposible.