Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. - Especial para Los Andes
El presente no parece permitir sutilezas ni matices, se torna duro y agresivo; la fisura se agiganta y aparenta que nos será imposible atravesarla. El sol del Veinticinco fue asomando en el más duro nepotismo. Las multitudes acariciadas por los discursos interminables remiten a causas donde las ideas eran una excusa y el autoritarismo una cruel realidad.
El Estado es un gigante que no permite la presencia de opositores y combate sin piedad a los disidentes. La Presidenta eligió despedirse metiendo miedo a los que piensan distinto y expresando la más desnuda impunidad. El Vicepresidente fue instalado a su lado, no sea que alguno imagine que le puedan temer a la Justicia o -al menos- respetarla.
Los herederos son simples fieles arrodillados, el poder se expresa de una manera que apenas remite a la democracia. La Presidenta es la única institución vigente, el ciudadano sólo ocupa el lugar del obsecuente y el disidente es castigado desde el mismo discurso oficial.
Todos insisten en que la oposición debe unirse, nadie soporta el riesgo del triunfo oficial. El miedo al continuismo es tan fuerte que los matices opositores pasan a convertirse en sutilezas para exquisitos. Macri expresa con seguridad su negativa a unirse a Massa; Massa pierde seguidores, aliados y votos, pero los tiempos se agotan y los riesgos asustan.
Los de ese sector amenazan que sus votos pueden retornar al oficialismo. Y si cada vez son menos puede que Macri termine teniendo razón. Si lograra triunfar Scioli, toda la oposición pasaría a sufrir el castigo de los condenados por su fracaso. La excepción podría ser Stolbizer, en ella la coherencia se impone a la necesidad.
El Estado distribuye beneficios y prebendas a decenas de miles de felices oficialistas. Fuera del Estado -de ese enorme invernáculo- fuera de él, sólo se sufre el exilio y la más cruel exclusión. Terminamos siendo una sociedad en la que la burocracia derrotó a la burguesía, en la que la coima superó holgadamente a la ganancia.
Con Menem, las empresas dejaron de ser nacionales para convertirse en filiales extranjeras; con los Kirchner, todo lo productivo fue confrontado o usurpado por los negocios oficialistas. La moneda dejó sin mercado a las producciones regionales. El gobierno les impuso sus leyes a todos los sectores, la obsecuencia terminó convertida en la más productiva de las ramas de la industria nacional.
Demasiados supuestos intelectuales pasaron a ocupar el oscuro papel de oficialistas rentados; ayer transitaban espacios filosóficos, hoy son parte de los logros del dinero oficial y la misma impunidad que generan. En la rebeldía los acompañaba el prestigio, en la obsecuencia son otras las caricias que reciben sus egos.
El kirchnerismo fue el despliegue de los beneficios del Estado al servicio de los seguidores del mismo. Nunca nadie había probado de tal modo el peso del dinero sobre las libertades, las opiniones, las dignidades. O, por el contrario, nunca antes habían quedado al desnudo la fragilidad de las ideas de tantos que parecían incorruptibles.
El Gobierno desarrolló el sentido de la secta, amontonados se defienden y dan excusas generales y repiten como catecismos las absurdas respuestas ordenadas por sus conducciones.
Demasiados nuevos ricos a partir de la infinita cantidad de cargos que siempre existieron y ellos multiplicaron. La Presidenta nos cuenta la fundación de nuevas universidades, asombra como casi ninguna de ellas podría sostener una investigación sobre la selección de sus docentes y el destino de sus gastos.
Me agobian los demasiados que dicen pensar distinto pero aplauden por pura necesidad. La indignidad parece ser un mal de la modernidad.
Como la creación de un centro cultural que lleva el nombre de su esposo y cuyos gastos no fueron controlados ni soportan serlo por nadie. O el invento de los enemigos -por ejemplo el “Grupo Clarín”-; en fin, las acusaciones son infinitas donde lo atacado es simple, su derecho a opinar distinto.
La Presidenta, luego de haber comprado decenas de medios con dinero estatal o de corrupción privada asociada a su gobierno, nos cuenta con rostro sufrido las denuncias que debe soportar. Expresa claramente su horror a la libertad.
Ese rechazo acompaña todos sus discursos. Los economistas peronistas permitieron superar la crisis, acompañaron al gobierno de Néstor, mientras que los marxistas vigentes nos vuelven a todos los conflictos que ayer dimos por superados. Ortodoxos del mercado o marxistas aburridos suelen terminar en parecidos fracasos.
El Santo Padre asombra al mundo por la sabiduría y amplitud de sus ideas. Es un creyente capaz de deslumbrar a los ateos, un Papa de una Iglesia cuya opinión se vuelve necesaria para un mundo en crisis. La sabiduría y la humildad permiten expresar aún a los que ocupan el lugar opuesto en el pensamiento. Es una posición que permite sintetizar opuestos y superar diferencias.
No parte de una actitud defensiva, no necesita ni agredir ni denostar, expresa una comprensión que permite unir esfuerzos para obtener resultados. Una muestra del triunfo del espíritu sobre la riqueza material, una presencia que cuestiona el pragmatismo de muchos.
Visitar al Papa está lejos de intentar comprender su mensaje, a veces es tan sólo una formalidad para seguir actuando en contra de su pensamiento. El mundo es capaz de solicitar su ayuda para superar antiguos y difíciles conflictos, las palabras de Raúl Castro asombran al mundo y revierten concepciones que parecían inamovibles.
Una sociedad que fue capaz de deslumbrar al mundo con la aparición del papa Francisco no encuentra la madurez para reencontrar su propio destino. Daniel Baremboin funda una orquesta entre palestinos e israelíes, nosotros encontramos restos de conflictos del pasado para engendrar una división sin destino en el presente. Enfrentan a los molinos de viento y dicen estar fundando una concepción política pero sólo están defendiendo sus turbias ambiciones.