Cuando fue asesinado, el doctor Augusto Gil, abogado e ingeniero, tenía 62 años.
El hombre había nacido en Mendoza, en el seno de una familia tradicional y de encumbrada posición económica. Desde muy joven se dedicó a la política, en la que participó activamente. Fue ministro general en la administración del gobernador Carlos González, legislador local y diputado nacional por Mendoza. También fue periodista y escribió en el periódico llamado “El Pueblo”.
Poseía, además, una gran fortuna en propiedades, ubicadas en varios departamentos de la provincia.
Sin embargo, en sus últimos días, lejos de la pomposidad, el lujo y las relaciones sociales, Augusto Gil se encontraba en total soledad y subsistía precariamente.
La noticia del crimen
A las 7 de la mañana del miércoles 16 de noviembre, Manuel Álvarez, uno de los administradores de la finca que poseía el doctor Gil en Santa Rosa, llegó a la casa ubicada en calle San Martín 404 de la Ciudad y golpeó la puerta por varios minutos. Nadie salió. Al momento, comenzó a sospechar que algo grave había ocurrido, ya que su patrón no solía salir de su hogar.
Álvarez llamó a una vecina para pasar por el fondo, lo que hizo acompañado de otra persona del lugar. Al ingresar en la propiedad, se dieron cuenta de que las habitaciones de la casa de Gil estaban cerradas con llave.
Ante esta situación, Álvarez se subió al techo y comenzó a llamar a don Augusto. Unos instantes más tarde se asomó por la ventana de la habitación y se encontró con una escena espantosa: Gil se encontraba en su cama, muerto, y totalmente ensangrentado.
Inmediatamente, Manuel se dirigió a las autoridades de la Seccional N° 1 de la Policía para denunciar el asesinato de su patrón.
Al llegar los uniformados, dieron aviso al juez de turno y todo el vecindario se conmocionó por el hecho violento.
Cuando el cuerpo habla
Al día siguiente, la policía realizó las pericias en la casa de la víctima. El cuerpo de Gil -que estaba en avanzado estado de descomposición- fue trasladado a la morgue del hospital San Antonio para realizarle la autopsia correspondiente. Fue el doctor Villar, junto a otros facultativos, quien concluyó que el fallecimiento había sido producto de un golpe con un martillo que lo mató instantáneamente.
Después de esto, su cuerpo fue velado por sus parientes y sepultado en el cementerio de la Capital.Mientras tanto, la policía buscaba pistas relacionadas al crimen. Interrogó a varios vecinos; uno de ellos comentó que el domingo 13 -la noche en que mataron a Gil- a eso de las 23.30 horas, había sentido algunos ruidos extraños, aunque no le dio importancia. Lo mismo pasó con los trabajadores de la panadería "La Española", quienes escucharon pasos.
Personalmente, el jefe de la policía llevó a cabo un operativo para dar con los asesinos de Gil.
Con el correr de los días, se capturó a varios sospechosos de aquel crimen. Pero todos fueron liberados al no encontrarse ninguna prueba en su contra.
Sorpresa Policial
El doctor Augusto Gil -según varios testigos- tenía la costumbre de colocar bajo su almohada la llave de su caja fuerte que era un pequeño y antiguo mueble donde guardaba los valores y alhajas.
Se sabía que, días antes, el desgraciado personaje había cobrado una gran suma de dinero por una venta de ganado.
Por orden del juez, la caja fue abierta y las autoridades policiales se llevaron una gran sorpresa: dentro de ella se encontraron papeles, apuntes, libros de cuentas, monedas argentina y extranjeras y hasta unas espuelas de oro.
Eso indicaba que la mayoría de los objetos de valor estaban en su lugar, pero no se supo nunca la cantidad de billetes que se habían sustraído de los animales negociados.
Tanto la policía como el juez coincidieron en que los asesinos tenían claro en donde estaba el dinero y que su principal objetivo era eliminar a Augusto Gil para luego robarle.
La impunidad de ayer y de hoy
Pasaron más de dos años de aquel crimen y las autoridades no tenían respuestas.
El panorama cambió cuando una mujer de apellido Godoy denunció a Antonio Videla. Dijo que había sido el principal criminal de aquel homicidio.
Esta denuncia hizo que se desempolvara el expediente (que estaba archivado en el juzgado) para continuar con la causa.
Inmediatamente una comisión policial se trasladó a San Juan; había indicios de que allí se encontraban Videla y sus cómplices.
Aún con el testimonio de Godoy, nada se les pudo comprobar y los presuntos autores del hecho quedaron en libertad.
La causa proscribió y hasta el día de hoy nunca se supo quien o quienes fueron los asesinos del doctor Augusto Gil.