En la estupenda serie “Years & Years”, de HBO, se abordan los asuntos que preocupan a los humanos actuales: la desigualdad, la pérdida de trabajo en manos de los robots, el planeta a punto de estallar por la codicia del hombre, los vínculos rotos y, como corolario de esto último, el racismo cruzando los problemas de la inmigración.
En la serie todo se ve muy british: los pobres no son como los nuestros, los empleos son más sofisticados y bien pagos, la tecnología tiene un avance de cien años (aún descontando que es una serie de ciencia ficción) y el planeta se rompe más de este lado del mundo que de aquel. Pero hay algo en lo que los humanos -british o latinos- somos casi un calco: el quiebre brutal de las relaciones afectivas y de la capacidad empática para con el otro. Reconocernos en él, aunque no tengamos las mismas realidades, es un norte que parece imposible; ponernos en su pellejo y entender lo que sufre, cuestión de discursos y nada más.
Ayer Los Andes publicó una noticia que conecta a “Years & Years” con la realidad y nuestra vinculación con Europa: los ciudadanos de 15 países latinos tendremos que pagar un permiso para entrar en la Unión Europea. ¿Y por qué? ¿Y por qué?, se preguntará algún americano del sur despechado por el impuestito estigmatizante. Pues por seguridad, tal como lo cuenta “Years & Years”: el de afuera es el que nos amenaza, el que nos saca el trabajo, los bienes y hasta la vida.
Pero vamos al hueso. El por qué de ese impuesto es más esencial y tiene que ver con algo muy básico e irracional que nos atenaza a todos, seamos o no europeos: el miedo. Sentimiento que viene campeando a sus anchas en toda la geografía del planeta (incluida Mendoza).
Dicen los filósofos que el miedo al otro es el miedo a vernos reflejados en él. Dicen los filósofos que las fobias que derivan en violencia (aquí le decimos “grieta”) no son más que la imposibilidad de abrirse a ese otro, extraño a mí, para que ingrese en mi mundo y me modifique. ¿Acaso no hay mayor pánico que el de perder las certezas que hemos ido encontrando en el difícil camino de la existencia?
Dicen los filósofos que hay una gran diferencia entre tolerancia y hospitalidad. En el primer caso, se trata de “dejar” que ese extraño conviva con nosotros en el mismo espacio-tiempo. La hospitalidad requiere más compromiso: pide que abramos las puertas de par en par para que el compartir con el extraño sea un encuentro de riqueza mutua: puro asunto cultural.
Hay una anécdota hermosa que cuenta Darío Sztajnszrajber, y que sirve para explicar este planteo que está en las antípodas del impuesto de la Unión Europea y de “Years and years” y su futuro de espanto: el filósofo francés Jean Luc Nancy sufrió una enfermedad cardíaca y tuvo que ser trasplantado. Cuando volvió a la vida académica, su primera conferencia era sobre “Europa y la cuestión del otro”. Nancy decidió, allí, narrar la experiencia de su transplante. Lo que quiso explicar es que su propio corazón lo estaba matando, pero fue el corazón anónimo (de un negro, un pobre, un “nadie”) el que lo salvó. Su cuerpo se abrió hospitalario al otro para poder seguir viviendo. ¿No será entonces que para acabar con el miedo, en lugar de impuestos, debemos abrir las puertas para poder conocernos, encontrarnos, enriquecernos? La dejamos picando.